¿Hay más cristianos ya fuera que dentro de la Iglesia? ¿Puede haber alguien que crea sin saber que cree? ¿Puede el titular de un periódico ayudar a descubrir su incipiente fe en algunas personas? Son preguntas que convendría que nos hiciéramos, ya que las respuestas a las preguntas anteriores son: Sí, sí, y sí. Es una convicción que, no hace mucho, volví a confirmar en un viaje en tren.
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Con un trayecto de varias horas por delante, me dispuse a trabajar un buen rato y saqué mi cuaderno de notas y el libro que tenía que reseñar. Mi compañero de asiento leía en su tableta muy concentrado. Cuando había pasado una hora, más o menos, cerré libro y cuaderno para descansar un rato.
Dentro y fuera
Miró discretamente el cuaderno en cuya tapa una etiqueta señalaba “Todo Sínodo 4”. Se giró un poco más y me preguntó si era profesora de griego, por lo de Sínodo, supongo. Le dije que no, solo que me interesaba el tema por estar en pleno Sínodo. El gesto que hizo fue de no entender nada y le dije qué estaba pasando en la Iglesia y fuera de ella.
Sin que yo preguntara nada se confesó ateo aunque, según reconoció, empezaba a tener días de agnóstico. Cerró la tableta y me comentó sus impresiones sobre Francisco, al que consideraba un gran hombre porque lo entendía. Lo había descubierto a través del titular de un artículo en un periódico de tirada nacional que llamó su atención y lo leyó. En él se hablaba de un discurso de Francisco donde citaba el texto del capítulo veinticinco del evangelio de Mateo.
Le impactaron los fragmentos que se citaban y buscó el discurso en internet. Lo leyó varias veces y se compró una biblia. Así de sencillo. Quería leer entero ese capítulo. Lo llevaba haciendo, diariamente, desde hacía varios meses. Le impactó mucho descubrir que, sin saberlo, él vivía parte de ese texto evangélico a través de una ONG. Le invité a que leyera otros textos, pero, rápidamente dijo que no, que quería empaparse de ese donde se veía reflejado y le cuestionaba mucho cada vez que lo leía.
De ateo a agnóstico
La fase de cambio de ateo a agnóstico no le resultaba fácil y tenía días de retroceso, según decía. Era como vivir tranquilo y, de repente, cuestionarte todo y añadió, sin saber qué imagen más bíblica estaba utilizando, es como si me adentrara en un desierto que no soy capaz de evitar. Con toda la discreción posible le pregunté si comentaba sus descubrimientos e inquietudes con alguien. Me dijo que no. Creo que, incluso, le extrañó el comentario porque preguntó que a quién le podría interesar lo que pasaba en su vida. Seguimos hablando de ese y otros temas y llegamos a Madrid.
¿Cuántas personas como él descubren ese “algo” que transforma la vida por “casualidad”? ¿Cómo les hacemos saber que no están solos en ese proceso? ¿Cómo transmitirles que, sin forzar ninguna intimidad, hay personas -laicos, sacerdotes, y hasta obispos- dispuestos a escucharlos? (lo del acompañamiento ya lo irán averiguando poco a poco). Por propia iniciativa no van a llamar a las puertas de las iglesias. La mayoría tiene una imagen muy negativa de la Iglesia por mil motivos más o menos válidos, pero, negativa al fin.
La tozudez de la vida
Estas personas mayoritariamente descreídas, son -y que no suene a insulto porque no lo es- analfabetos espirituales, porque son hijos de aquella generación que atacaba a la Iglesia y han crecido en la más absoluta indiferencia hacia lo religioso. Sin embargo, la tozudez de la vida y en cierto modo la insistencia de la Vida, les lleva a hallazgos por medios nada habituales, y descubren que viven algo que no entienden y que, de repente, les cuestiona todo.
Para estas personas tendríamos que empezar a idear formas nuevas de aproximación alejadas de toda invitación que suene a catecumenado de adultos o a pastoral habitual. Sus procesos van a ser diferentes porque, en su mayoría ya vienen de familias donde Dios no era tema de conversación. Necesitan evangelio y no esquemas mentales que tienen más que ver con formas eclesiásticas que eclesiales.
Territorio de frontera
Existen los márgenes, sí. Existen las periferias, sí. Existe también el territorio de frontera donde viven personas en búsqueda sincera, algunas sin haberlo descubierto todavía, y es un terreno prácticamente inexplorado por la Iglesia, es decir por todos los que la formamos.
Por iniciativa propia no vendrán. Tenemos que ser tremendamente respetuosos y humildes al tenderles una mano. No vamos a enseñarles, vamos a aprender juntos lenguajes nuevos, formas nuevas, para hablar de un Dios eterno que es, por encima de todo, amor, misericordia, y ternura. Para esas personas que viven en la frontera y para nosotros, que nos vamos a adentrar en esos territorios desconocidos, puede ser la aventura más maravillosa que podamos vivir. ¿Nos ponemos manos a la obra?