Tribuna

Cuentas vaticanas: poner el dinero al servicio

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¿Cuáles serían mis consejos para mejorar la economía vaticana? Aunque no creo que sea adecuado dar consejos a quien no los pide y la gestión económica de una institución siempre es más compleja que lo de desde fuera se puede vislumbrar, he aceptado el reto de poner por escrito algunas líneas generales que considero esenciales.

La primera es la transparencia en las cuentas. Dar informes con los datos básicos de una institución y publicarlos para que estén accesibles a cualquier interesado, tiene más consecuencias positivas que negativas. En primer lugar, porque evita cualquier susceptibilidad. Las cifras públicas y accesibles eliminan suspicacias de oscurantismo o mal uso de los fondos. En segundo lugar, porque es una vacuna contra las malas prácticas. Es mucho más fácil llevar estas últimas adelante cuando las cuentas son opacas y nadie sabe lo que sucede en ellas, que cuando son públicas.

Para que los datos sean públicos, es necesario que las prácticas que se llevan adelante sean adecuadas y acordes con el ideario de la institución que las publica. En el caso del Vaticano, que quiere ofrecer una buena noticia al mundo en la que el amor es la clave, su economía debe ser también una buena noticia que anuncie al mundo que esta puede ser llevada adelante de otra manera, que la economía puede gestionarse al servicio de las personas y en pos del bien común y que el amor puede ser el centro de la gestión económica.

Requisitos éticos

Esto no quiere decir que la Iglesia como tal no tenga que manejar dineros o que viva ajena a la economía, sino que ponga sus fondos al servicio de las personas, del desarrollo de la sociedad, que no sean el centro de su gestión, sino tan solo un instrumento para la misión, para poder anunciar esa noticia que tienen para el mundo. Los criterios economicistas que ponen el beneficio, el tener más y el bienestar por encima de cualquier otra consideración, deberían desterrarse de la gestión económica de la Iglesia.

Para hacer realidad esto, deberíamos avanzar en varias direcciones. Por un lado, plantearse una política de compras que intente potenciar a aquellas empresas que trabajan de una manera ética y ponen su gestión al servicio del bien común. Para ello deberían pensar en la posibilidad de exigir a sus proveedores, y a aquellos a quienes compran, unos requisitos éticos demostrados.

Ahorro

Por otro lado, debería aplicarse esto mismo a la propia Iglesia, a los trabajadores que se contratan, a las condiciones de las actividades económicas propiedad de la Iglesia. La opción preferencial por los más desfavorecidos debería impregnar cualquier actividad. Habría que buscar sistemas para evaluar si sus propias actividades económicas están cumpliendo o no estos requisitos éticos para aplicarse a uno mismo lo que se exige a los demás.

Así, cualquier actividad económica propiedad de una entidad eclesial debería ser un ejemplo en su manera de plantear su día a día económico, gestionando de una manera ética que priorice la función social que realice y que ponga la necesaria rentabilidad al servicio de la actividad y no al contrario.

Patrimonio caro de mantener

En siguiente lugar, es importante plantearse la función del patrimonio. El Vaticano, y la Iglesia en general, tienen un patrimonio que es caro de mantener. Ser propietario tiene unos costes muy elevados y se corre el peligro de realizar una gestión económica tan solo destinada a mantener lo que se tiene.

Las propiedades solamente tienen sentido si están al servicio de los demás y esto es lo que debemos hacer con el patrimonio con el que cuenta la Iglesia. ¿Cómo lo ponemos al servicio de la sociedad? ¿Cómo hacemos para que se complementen su voluntad de servicio y la necesidad de su mantenimiento para que no se eche a perder?

También necesitamos de unas finanzas que ayuden a las distintas Iglesias a poder realizar su labor evangelizadora. Pero estas finanzas no deben ser unas instituciones que jueguen en los mercados financieros e inmobiliarios para lograr que sus beneficios se incrementen lo máximo posible. No podemos extraer a las finanzas vaticanas de la dinámica de poner la economía al servicio de la misión y que sean una isla que solamente pretende obtener rendimiento económico para luego ser utilizado en la misión.

No buscar ingresos adicionales

Las finanzas vaticanas deben ser un instrumento al servicio del anuncio de la buena nueva en distintos lugares del mundo. Eso quiere decir que los dineros de aquellos que tienen excedentes en la Iglesia pasan a ser prestados a aquellos que tienen necesidad de ellos. Esta actividad económica debe pagar los salarios de los profesionales que se dedican a ella y tener unos ingresos superiores a los gastos, pero no buscar lograr ingresos adicionales.

La manera en la que estos dineros se ponen al servicio de la sociedad es dando seguridad a los ahorradores y permitiendo a los prestatarios que reciban unos fondos que necesitan para sus pretensiones, pero no generando beneficios que son autoreferentes y no tienen por qué mejorar la sociedad.

La reunión que se va a realizar en Asís a finales del mes de marzo de 2020, titulada ‘La economía de Francisco’, nos va a dar pistas sobre cómo organizar una economía más humana. Muchos economistas estamos hace tiempo trabajando en esta línea. Solo es menester que estas sugerencias se vayan asumiendo por quienes manejan los dineros del Vaticano y de la Iglesia. Si no, tendremos el peligro de decir a los otros lo que deben hacer y estar nosotros haciendo otra cosa.

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