Tribuna

¡Cuente con nuestra oración!

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SOR TERESITA VEGA MOLINA | Vicaria de la Federación de Monjas Trinitarias

“Antes de que fuera elegido sucesor de Pedro, ¡cuánto pedía a Dios que nos concediera un papa que sintiera predilección por los pobres y desheredados de la tierra, por los que no tienen voz y están privados de todos los derechos, por los que no cuentan en esta sociedad opulenta y poderosa…! Y la Trinidad Santa escuchó mi oración…”.

Querido papa Francisco:

Quiero presentarme, y si me permite, me voy a tomar la confianza de llamarle padre, pues como dice un himno de Vísperas, “la palabra Padre sabe a más amor”, y también es más entrañable y cercana.

Se me ha ofrecido la oportunidad de dirigirme a usted desde este medio y acepto la invitación con gozo y con ilusión. Durante los meses pasados he seguido con interés todas las cartas que le han dirigido mis hermanas y hermanos.

Me uno a la alegría manifestada por el inicio de este pontificado, como un nuevo don de Dios a su Iglesia, lo mismo que me uno a todas las esperanzas y buenos deseos manifestados. Pero, además, como contemplativa, acojo con compromiso su llamada orante a todos los cristianos, y desde mi vocación particular, quiero hacer muy visibles los niveles por donde discurre necesariamente toda liberación humana.

Creo que soy la primera monja contemplativa que, a través de Vida Nueva, se dirige a usted. Pertenezco a la Orden de la Santísima Trinidad y de los Cautivos, que, por cierto, este año estamos celebrando el VIII centenario de la muerte de nuestro fundador, san Juan de Mata, y el IV de la muerte de nuestro reformador, san Juan Bautista de la Concepción. ¡Cuántos siglos de alabanza a la Santa Trinidad y cuántos hermanos redimidos de tantas cautividades y esclavitudes!

Cuando fue elegido como obispo de Roma, hasta que oí su nombre y le vi aparecer en el balcón, mi corazón latía con fuerza y daba gracias a Dios Trinidad, porque seguía bendiciendo a su Iglesia. Su gesto era sencillo y sereno, contemplando parte del pueblo de Dios que estaba congregado en la Plaza de San Pedro, pero también, creo, que pensando en los que no estábamos presentes y que estábamos en comunión con todos los hermanos.

Me estremeció el silencio cuando nos puso a todo el mundo a rezar, y desde mi vocación de monja contemplativa, vi con claridad que era el pastor que necesitábamos, con una profunda experiencia de Cristo, y sus primeras palabras fueron de cercanía de padre.

Mi consagración está proyectada y tiene sentido
desde la oración, desde la Iglesia,
desde la vida e historia de los hombres,
y quiere ser sangre redentora, y desde ahí
podré ayudar a transformar el mundo;
un mundo más humano, más fraterno, más de iguales.

Antes de que fuera elegido sucesor de Pedro, ¡cuánto pedía a Dios que nos concediera un papa que sintiera predilección por los pobres y desheredados de la tierra, por los que no tienen voz y están privados de todos los derechos, por los que no cuentan en esta sociedad opulenta y poderosa…! Y la Trinidad Santa escuchó mi oración. Gracias también al cardenal que le susurró al oído aquel “no te olvides de los pobres”.

Le digo que, desde mi vocación de ser alabanza de gloria a la Santa Trinidad y de súplica redentora por toda la humanidad, he visto y percibido su predilección por los pobres, y me ha hecho y nos ha hecho, tanto a mí como a mi comunidad, afianzarnos en nuestro compromiso.

Hicimos una opción radical por los mendigos, los pobres y los menesterosos, en una palabra, por los que no tienen nada para subsistir, de prestarles servicio desde nuestro modo peculiar de vida. Les brindamos la acogida, la cercanía y el amor viendo en ellos a Jesús y dándoles de comer diariamente.

Escuchamos sus problemas y los presentamos en nuestra oración, y esta se traduce en grito-silencio ante Dios Trinidad, que quiere que el hombre viva en plenitud. Llevo y llevamos dentro de nosotras las palabras de nuestro reformador: “Dios, el pobre y yo”; el pobre de bienes materiales, y yo, pobre de bienes espirituales. Es la Trinidad que vivo diariamente, porque dentro de mi ser oigo “que quien pierde al pobre, perdido va”, y el pobre es mi riqueza y nuestra riqueza y no la queremos perder, porque, en definitiva, perderíamos a Cristo.

Leía con atención un artículo del director de Vida Nueva donde decía: “Sin techo en los Jardines Vaticanos”, y en mi mente afloró otra frase: “Los pobres y cautivos, los trescientos sesenta y cinco días del año en la comunidad de Monjas Trinitarias”.

No, padre, no podemos dar vacaciones a los que pasan hambre y necesidades. A los estómagos vacíos no les podemos dar vacaciones: “Dadles vosotros de comer” (Lc 9, 13). A los corazones afligidos no podemos dejar de escucharlos y compartir con ellos sus penas y tristezas; necesitan del bálsamo de la escucha y de la Palabra de Dios. Mi consagración está proyectada y tiene sentido desde la oración, desde la Iglesia, desde la vida e historia de los hombres, y quiere ser sangre redentora, y desde ahí podré ayudar a transformar el mundo; un mundo más humano, más fraterno, más de iguales.

Padre, mi comunidad, desde la fundación, ha tenido siempre junto a ella a los más pobres y cautivos de cada época, y queremos seguir prestando nuestro servicio orante, ayudarlos a descubrir que son hijos de Dios, a que se sientan queridos por Él, que es Padre, un Padre rico en misericordia.

Cuente con nuestra oración ante Dios Trinidad y nuestra Madre la Virgen del Buen Remedio.

Implorando su bendición.

En el nº 2.869 de Vida Nueva.