Tribuna

De la decadencia

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Francisco Vázquez, embajador de España FRANCISCO VÁZQUEZ Y VÁZQUEZ | Embajador de España

Relatan las crónicas periodísticas de estos días sustanciosas historias sobre la primera visita oficial a Europa del presidente de Irán. Si los despachos de las agencias informativas no vinieran acompañados de reportajes gráficos, resultaría muy difícil creer que las ya conocidas intolerancias religiosas de las autoridades de la república teocrática persa llegasen a tan elevado grado de desafío como el que, con su conducta e imposiciones, han manifestado quienes, para más inri, eran nuestros invitados.

También es cierto que a la sensación de rechazo que produce su prepotente actitud no le va a la zaga un profundo sentimiento de vergüenza generado por la cobarde actuación de algunas autoridades políticas europeas, complacientes con sus demandas hasta el servilismo y la claudicación más bochornosas en el afán de no irritar a estos visitantes portadores de barriles de petróleo.

ilustracion-tomas-de-zarate-vn-2976En toda esta ceremonia del ridículo más absurdo hay un hecho digno de resaltar: el contraste tan evidente entre la habitual postura que nuestras siempre tan escrupulosamente laicas autoridades mantienen en sus relaciones con el hecho religioso autóctono y este nuevo fervor formal manifestado en la incorporación a las ceremonias públicas de las normas espirituales de la delegación islámica, quebrando así la doctrina imperante de relegar la religión al ámbito de lo privado.

Esta incondicional aceptación de los preceptos coránicos en los encuentros de Estado a lo mejor anuncian venturosamente un nuevo rumbo en las hasta ahora normativas oficiales, tan celosas en desvincular las manifestaciones públicas del mínimo atisbo de cualquier referencia a la religión cristiana, aunque su origen estuviese fundado en seculares tradiciones populares.

Así, la decisión de suprimir todo tipo de bebidas alcohólicas en los banquetes y saraos gubernativos, tal cual hicieron las autoridades italianas obedientes a la exigencia de los ayatolas, resulta lógico que a partir de ahora, por aquello de evitar discriminaciones, se imponga el acuerdo de establecer la práctica del ayuno y la abstinencia de comer carne, siempre que sea menester, conforme al calendario cristiano, criterio urgente ante la Cuaresma.

Las andanzas viajeras del inmortal personaje de Dickens, Míster Pickwick y su club de amigos, palidecen ante las astracanadas acaecidas en la tournée europea de los clérigos chiitas metidos a estadistas, pero sería un craso error reducir a la mera anécdota unos hechos que encierran una gravedad tremenda, porque son el reflejo de la decadencia de valores sin precedentes y, consiguientemente, incapaz de evitar su gradual extinción.

Difícil será olvidar las imágenes de las salas del Museo Capitolino de Roma con sus estatuas ocultas tras mamparas o encerradas en cajones para evitar que su visión pudiese ofender los principios religiosos y la estética artística de la delegación iraní.

La manifestación cultural e histórica esas obras representan de los principios y valores de la civilización cristiana y occidental, simbólicamente se doblegaron humillándose ante unas creencias extrañas, ajenas y casi siempre hostiles, que, satisfechas, se imponían en solar ajeno sin importarles que esa conducta reflejaran su condición excluyente e intolerante.

Nadie hablará de la falta de reciprocidad en el trato que reciben en Irán las culturas y religiones que no sean la propia, comparado con la dejación que en Europa impera en relación a sus señas de identidad, tanto históricas como culturales y religiosas. Todo es nuevo, incluso allanar el camino a quienes no ocultan sus objetivos. Denunciarlo es políticamente incorrecto. Así nos va, y peor aún será lo que vendrá.

En el nº 2.976 de Vida Nueva