Tribuna

De mapas, dragones y jardines

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“Hic sunt dracones”. La expresión medieval “aquí hay dragones” designaba los confines entre lo conocido y lo desconocido, entre lo seguro y lo peligroso. Los cartógrafos hacían referencia a estas zonas dibujando en sus mapas monstruos marinos para advertir, así, el riesgo a los aventureros.



Dichos mapas, como todos los mapas, plasman visualmente las imágenes que las personas se hacen del territorio gracias a las herramientas de observación y análisis propias de cada época; además de sus modelos mentales. Por ello, los mapas son una representación de un sistema de visión. Como expresa la Doctora en Bellas Artes, Tonia Raquejo en uno de sus artículos sobre el paisaje: “construimos fragmentos de realidad a través de las lecturas de ida y vuelta que hacemos entre el mapa y el territorio”. En tal sentido, podemos afirmar que es la manera que tenemos de mensurar lo inconmensurable.

Desde fines del 2019 nuestros mapas, al menos los mapas mentales, sufrieron una reconfiguración total. Nuestros sistemas de visión fueron transformados por la circulación del virus SARS-CoV-2. A partir de entonces nuestras fronteras se corrieron; los “dragones” pasaron de estar en el medio del mar, a estar del otro lado de nuestras puertas, empujándonos hacia un confinamiento angosto; obligados, como estamos, a permanecer puertas adentro. Al cambiar el punto de observación física, cambiaron también las escalas. La inmensidad del “Jardín Planetario”, con palabras del artista, jardinero y paisajista Gilles Clemènt, sigue siendo tal, pero el alcance del campo de visión se ha modificado. Ahora es el que se puede ver desde una ventana hacia afuera o desde la puerta hacia adentro. Podríamos aventurar que tal vez se trate de una modificación radical, semejante a la que se produjo cuando el ser humano comenzó a viajar al lejano espacio exterior. En este último caso, como afirma Raquejo, implicó observar “ la tierra desde afuera”; en el otro, implica volver a observar la tierra desde adentro, desde el adentro más cercano.

Pero el proceso aún no se ha detenido, porque luego del bloqueo inicial se va expandiendo el des-confinamiento en cada rincón de este Jardín Planetario. Y si antes resultó un desafío desacelerar y volver a casa, ahora el desafío es salir; salir, desde nuestras experiencias de estar en casa. En verdad, ambos movimientos, entrar y salir, ponen en juego nuestras perspectivas, nuestros recorridos vitales y nuestros modelos mentales que expresan estilos de ser y estar en el mundo; es decir, modos de relación con nosotros mismos, con las demás personas, con el resto de los seres creados y con Dios. Todas esas relaciones han sido trastocadas por el confinamiento y retocadas para el des-confinamiento. Queramos o no, lo sepamos o no, este dragón minúsculo llamado Covid sigue afectando nuestro modo de cartografiar.

Jardines

Aquí hay jardines

Tal vez convenga, entonces, atender la recomendación del artista y cartógrafo Luis Ismael Ortega: “Para una mejor exploración visual del espacio, es deseable actuar consultando en sucesivas secuencias de ajuste, el mapa y el territorio. El mapa en las manos y la vista en el horizonte, las manos en las rocas y la vista en el mapa”.

Ante los dragones desestabilizadores de ángulos de visión, que parecen limitar las posibilidades, necesitamos poner la mano en la roca, es decir, un punto de apoyo para encontrar nuevos horizontes. Un punto de apoyo que esté al alcance del aquí y el ahora y que nos permita re-dimensionar nuestro modo de ser y estar en el mundo, utilizando nuevas escalas.

Pues bien, el punto de apoyo desde dónde ajustar nuestros mapas pueden ser esos pequeños fragmentos de exterior que viven en el interior de nuestras propias casas. Me refiero a los jardines. Puede ser el sintético rincón con macetas cerca de una ventana, o afuera en el balcón o, quizás arriba en la terraza, o en el patio de la casa. Aquel lugar que para muchos ha sido el espacio de encuentro con otros a la distancia (en aplausos comunitarios); con uno mismo al centrarse en el espacio y en el tiempo; con la naturaleza cuando le propiciábamos los cuidados necesarios; o con Dios al conducirnos hacia la trascendente fuente de toda vida. Éste ha sido para muchos de nosotros un espacio de des-confinamiento mental y espiritual aún durante el aislamiento y hasta ha cobijado los primeros pasos de las distintas fases de salida física. En realidad, sin importar el tamaño o recipiente, todo aquello que haya servido de esperanza para el día después, eso es un jardín y eso es un punto de apoyo. Es ese espacio que, aunque descuidado, acotado e imperfecto, nos impulsa hacia afuera; porque no marca el límite y los dragones, sino la posibilidad: “aquí hay camino” ,“aquí hay una oportunidad para la vida”, “aquí sí se puede”.

Los jardines, en todas sus formas, han conservado, contra todo pronóstico, pequeños fragmentos del Jardín Plantario. En muchos casos estaban ahí mientras corríamos hacia el desastre, resistiendo la avanzada de estilos de vida a otra escala (tal vez menos humana). Por eso, estaban allí cuando entramos a casa asustados por los dragones, desbloqueándonos y dándonos oxígeno. Y hoy impulsan nuestra “soltada”, poniendo posibilidades de futuro viable al alcance de la mano.

Porque los jardines caseros pueden ser huertas sencillas que sintonicen cuerpo y alma con el ritmo de la tierra. Tierra hermana que da sustento integral a todos los seres, proveyéndoles alimento e interconexión, aún en formato de maceta. Además, los jardines caseros pueden ser fragmentos de territorio con vocación de porziuncula. Esa pequeña porción de tierra que, en las manos del santo, se transforma en espacio de gracia al ofrecer un asiento para reposar todo nuestro ser bajo su amparo. Ellos pueden ser el espacio en el que tocamos tierra firme después de los peregrinajes y naufragios. Rescates cotidianos al alcance de manos embarradas. Pero también, los jardines caseros pueden ser Capillas Vivientes, dónde crear belleza y desde dónde contemplar Belleza. En ellos aprendemos sobre el Jardín Planetario como reflejo de su Creador, en ellos puede crece el amor por nosotros mismos, por los otros distintos y por el absolutamente Otro, Dios. Los jardines caseros pueden ser, entonces pequeñas verjas para acceder a micro ecologías, a nuevas maneras de interrelación y, por tanto, a vida humana más digna.

En un mundo que revisa sus fronteras y puja por transformarlos en horizontes, aquí, desde los confines, proponemos que en nuestros nuevos mapas, planos y planes se indique con un signo: “Aquí hay jardines”, porque la salida a escala humana es por el jardín.