Soy Policarpo Díaz, sacerdote de la Diócesis de Salamanca, humilde miembro de la Iglesia a la que amo y sirvo; a la que admiro y respeto; de la que conozco su belleza y fealdad; fortalezas y debilidades…, porque pertenezco a ella por la Gracia De Dios y- parafraseando a la patrona de mi Diócesis (Santa Teresa de Jesús) “en ella quiero morir”.
- EDITORIAL: Convertirse a las víctimas
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Tengo -como ya saben los que me conocen- un “conocimiento interno” y personal de este drama, sin que eso me otorgue una posesión absoluta de la verdad, pero quizá mi visión del tema es más vital que teórica.
Con ocasión de la publicación y entrega a la presidenta de las Cortes del estudio coordinado por el Defensor del Pueblo ‘Informe sobre abusos sexuales en el ámbito de la iglesia católica y el papel de los poderes públicos. Una respuesta necesaria’, quiero compartir seis puntos con el ánimo de ayudar y de mejorar el tratamiento de este asunto. Los primeros son dolorosos. El último explica el camino de esperanza que -gracias a Dios- se abre paso irremediablemente hacia la verdad y la justicia.
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No es una cuestión menor
Me entristece inmensamente tener noticia científica (rigurosa, realizada por expertos de primera magnitud y con solvencia contrastada) de que este problema de los abusos a menores en el seno de la Iglesia católica, no es una cuestión menor, anecdótica, esporádica, minoritaria… que sólo les ha ocurrido a unos pocos desgraciados.
Aunque es rigurosamente verdad que hay otros ámbitos sociales en donde las cifras son mayores: familia, escuela, agrupaciones deportivas…, sin embargo, lo ocurrido en el seno de la Iglesia católica no es “residual”, sino “abismal”, no solo cuantitativamente, sino, sobre todo, cualitativamente. Es claro que ,en condiciones de igualdad (escuela-Iglesia, por ejemplo) el fenómeno resulta mucho más estridente, desagradable y terrible, en el seno de la Iglesia (siendo en ambos espantoso). Y eso ¿por qué? Muy sencillo: la Iglesia tiene la misión de cuidar, de guiar y conducir a la salvación que Dios nos ofrece. A la Iglesia, más que a nadie, se le presupone la vivencia de los valores evangélicos, que aportan un valor “extra” a los propios valores humanos, sobre los que se asientan y a los que trascienden.
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La guerra de los números
Me da muchísima pena la “guerra de los números”: las cifras aumentadas por unos y disminuidas por otros… como si en este tema no fuera suficiente vergüenza y escándalo un solo caso. ¿A dónde nos lleva decir que no son tantos casos? En realidad, jamás sabremos el número. Pero no entremos al trapo de la guerra de cifras… Tenemos datos suficientes como para saber que son muchísimos, insoportablemente demasiados…. Por todos los rincones: mundo rural, mundo urbano… por todas la diócesis (o casi todas), por todas las congregaciones… (o casi todas). Podríamos escuchar las palabras de Jesús ante la mujer sorprendida en adulterio: “…El que esté sin pecado, que tire la primera piedra…”. Posiblemente todos tengamos que dejar la piedra en el suelo, sin lanzarla, avergonzados y reconocer que no somos inocentes y que -de una manera u otra- muchos tenemos “muertos en los armarios”. Nadie, ninguno… resulta inocente frente a Dios (suma bondad, suma belleza, suma verdad), además, igual que somos solidarios para el bien, también lo somos para el mal.
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Mirada externa
Me entristece inmensamente también que hayan tenido que ser instituciones ajenas al seno de la Iglesia católica (Gobierno de la nación a través del Defensor del Pueblo, prensa, …) las que hayan cogido “el toro por los cuernos” y hayan sacado a la luz lo que la propia Iglesia (juez y parte )no ha sido capaz de hacer, no por falta de reflejos o por dejadez, sino por negación, ocultamiento y no reconocimiento de la propia culpa (aun teniendo sobrada noticia de la misma). La iglesia ha ido detrás, a rebufo de los que iban delante que han sido acusados de “perseguidores de la Iglesia” y “anti eclesiales”.
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Actitudes extremas
Me da mucho qué pensar y me causan sonrojo las actitudes extremas… Sobre todo, de quienes piensan que todo lo que sobre este tema se dice es un ataque a la Iglesia, una persecución, una mentira o una verdad a medias… Es desgarrador escuchar ciertas declaraciones y ciertos posicionamientos que siguen pensando que hablar de este tema es desprestigiar a la institución. Eso me da grima, y perdonen que abra un poco el corazón: me causa sufrimiento y me afecta personalmente, como -por ejemplo- me pueda doler un pisotón o un insulto grave.
Pero también me estremecen los que hacen “leña del árbol caído” y se llenan de tópicos y generalizaciones, que lo único que logran es desacreditarse a sí mismos y poner en solfa lo que de cierto pueda haber en la base de sus razonamientos.
Y entonces, me pregunto: ¿Por qué nos cuenta tanto -a unos y a otros- ser equilibrados y pensar en el sufrimiento de las víctimas (que debe ser lo único verdaderamente absoluto) antes de emitir palabras huidizas o juicios imparciales o descalificaciones interesadas…? Piensen ustedes que el dolor de las víctimas puede ser aumentado, cada vez que -desde un lugar u otro- se dicen cosas que generen polémicas gratuitas y -una vez más- despisten lo verdaderamente importante: colocar a las víctimas en el centro, creerlas, abrazarlas, escucharlas y resarcirlas. Todo lo que sea salirse de esos verbos, es practicar la re-victimización.
¿No sería más humano tratar este tema con más respeto, con más seriedad y rigor…? De verdad, y a la espera de seguir ahondando, leyendo y pensando… , me parece que el texto del Defensor del Pueblo es serio, científico, riguroso… Y merece todo el respeto. Al menos, merece ser leído y dejar que el pensamiento, las conversaciones sobre los diversos puntos de vista, los enriquecimientos e Iluminaciones que pueda recibir desde otras perspectivas y miradas… sean los que “critiquen” y juzguen la validez de este texto. Pero, por favor: ¡primero léanlo! Y miren quienes están detrás de esa investigación: grandes expertos en los ámbitos jurídicos, morales-filosóficos, educativos… Personalmente llevo años admirando y siguiendo a Miguel García-Baró, miembro de esa comisión y coordinador del Proyecto Repara del Arzobispado de Madrid. Y como él, una lista de más de más de veinte personas expertas que han hecho un trabajo sacando de sí mismos lo mejor. Merecen un respeto y la descalificación del conjunto quedaría retratada, a mi juicio, como un acto de severa ignorancia.
Consideremos que el informe del Defensor del Pueblo no ha ofrecido números absolutos del drama, sino sólo el reflejo de un estudio demoscópico, que, como todos los estudios sociológicos, sólo marcan tendencias, aun sabiendo que nunca pretenden hacer una “foto fija”, sino una foto aproximada… porque el interés no está en la certeza numérica, sino en la gravedad del problema. Si nos quedamos en los números, nos despistamos de la gravedad del problema, que es el sufrimiento de las víctimas.
El informe del Defensor del Pueblo (de más de 700 páginas, con una versión resumida, ambas colgadas en la página web del Defensor del Pueblo) no sólo ofrece datos estadísticos, sino que, además le presta la voz a un número cercano a las 500 personas afectadas (entre las que me encuentro), que han sido escuchadas con rigor, seriedad, elegancia, sensibilidad… También hace propuestas, hace análisis, muestra otros trabajos realizados en otros países, dialoga con Asociaciones de Víctimas… Es muy completo.
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El abandono de las víctimas
En el plano más humano y más personal e íntimo, quiero comunicar que muchas víctimas declaran experimentar abandono, soledad, distancia de sus amigos y compañeros… Yo también -en parte- lo he podido experimentar, aunque también he podido disfrutar de la “amistad a prueba de bomba” que se ha visto incrementada por parte de unos pocos: familia, amigos y compañeros. Resumo este sentimiento con una frase -demoledora y clarividente- de un famoso y prestigioso entrenador de fútbol, Marcelo Bielsa:
“Tengo claramente visualizado que en los procesos negativos todos te abandonan. Los medios de comunicación, el público y los futbolistas. Y eso es natural, es propio de la condición humana. Nos acercamos al que huele bien y el éxito siempre mejora el aroma del que lo protagoniza. Y nos alejamos del que huele mal y en la derrota hace que seamos mal olientes. Esto no es un reclamo, es la descripción de algo que llevo 30 años viviendo y que se repite en cualquier actividad humana. Nadie te acompaña para ayudarte a ganar y todos te acompañan si has ganado. Es una ley de la vida”.
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Alegrías y esperanzas
También comparto alegrías y esperanzas.
⁃Me alegra muchísimo el gran interés teológico que ha suscitado este drama. Se han ido multiplicando por doquier publicaciones desde el seno de la teología, que afrontan el estudio de este fenómeno dramático. En mi humilde biblioteca ya he podido adquirir para leer y estudiar un número aproximado de veinte obras, incluyendo números monográficos de revistas y otros artículos. Dentro de estas publicaciones hay de todo: análisis de fondo y obras más divulgativas, testimonios de víctimas, reflexiones pastorales y morales, aterrizajes a temas propios del ministerio sacerdotal y del celibato, el famoso “clericalismo” como una de las perversas raíces de muchos males, la eclesiología, la mirada al tema de la reconciliación… Es decir, el tema -en el seno de la Madre Iglesia- está vivo y despierto y que los pensadores y teólogos de la Iglesia se han puesto “el mono de trabajo” y han asumido el tema, ofreciendo múltiples recursos para el estudio, el diálogo, el debate…
⁃Para mí es magnífico que haya grupos periodísticos que hayan puesto medios y personas al frente del estudio y la investigación de este tema. Celebro -por ejemplo- lo que el Diario Boston Globe hizo a favor de la investigación de este tema en Boston (así lo reflejó la película ‘Spotlight’ en 2015). Celebró igualmente -en España- el trabajo constante, persistente y fructífero que el diario El País está haciendo desde 2018. Al margen de las críticas que quien quiera pueda hacer (faltaría más), este periódico -en su trabajo sobre los abusos- es un bálsamo para las víctimas y un acicate para que la verdad salga a la luz.
⁃Es también buenísima noticia que los responsables de las Oficinas de Protección de Menores de las Diócesis de España continúan con sus frecuentes encuentros, estudiando, analizando, pensando, compartiendo. Celebro profundamente que este tipo de encuentros sean constantes. En este último, celebrado en Madrid los días 19 y 20 de octubre, bajo el lema “De la sanación a la reconciliación”, se ha pensado y trabajado en la atención a las víctimas. A este encuentro han estado invitados, además de los responsables de las oficinas, también los vicarios generales, los vicarios judiciales, los ecónomos, los moderadores y agentes jurídicos de las congregaciones… Han sido unas 400 personas, rezando, pensando, escuchando, valorando… Es también -como digo- una buenísima noticia. De estas oficinas, esperamos mucho: no sólo que sean centros de recepción de denuncias y de acogida a víctimas, sino también instrumentos pastorales para la divulgación, explicación e implantación de protocolos; también agentes de pastoral (porque la prevención, también es evangelización) que se reúnan con padres, con catequistas, con profesores de religión, con párrocos… para explicar la gravedad y las dimensiones de este tema y se refuerce en todo el cuerpo eclesial la protección y el cuidado del menor. Que todos nuestros espacios sean espacios lo más seguros posible.
⁃Tengo esperanzas en el informe que la Conferencia Episcopal ha encargado al bufete Cremades & Calvo Sotelo. Está a punto de salir y, aunque se ha postergado ya su entrega (creo que por dos veces), merece la pena esperar para leerlo, valorarlo, contrastarlo con otros informes… No sé qué decidirá la Conferencia Episcopal, ya que parece que se han generado últimamente tensiones y se han sobrepasado ya dos límites: el de los plazos temporales (ocho meses) y el del montante económico. Veremos.
⁃Me ha alegrado muchísimo leer el comunicado final del encuentro de las Comisiones Episcopales para la Comunicación Social de Portugal y España que se han reunido en Viana do Castelo (Portugal), los días 23, 24 y 25 de octubre de este año. Me ha alegrado inmensamente -leyendo el comunicado final de este encuentro- esta frase:
“Las Comisiones han valorado la necesidad de la comunicación proactiva de la Iglesia, dado que solo la anticipación informativa evita las fake news, porque cuando no hay comunicación veraz, transparente y oportuna, el espacio lo ocupan los rumores”.
Quien me conozca y sepa algo de mi vida y de mis sufrimientos, podrá comprender que celebre esta frase. Me alegro con esa actitud. Coincido plenamente con ella y me alegraría que esta impronta sustituyera de una vez por todas a el proceder contrario que me temo que ha reinado en estas diócesis nuestras: “silencio”, “no hables”, “cállate”, “pones en riesgo a la diócesis”, “hay que esperar a la sentencia”… Ya está bien de ser “reactivos”, es decir, reaccionar sólo cuando no hay más remedio, cuando la prensa se nos adelanta, cuando las vergüenzas que tapamos nos las rebelan desde fuera. ¡Cuánto me alegro de la llamada a la “pro-acción”! . Este planteamiento también lo he leído recientemente en un artículo del cardenal Don José Cobo , Arzobispo de Madrid, al clausurar las últimas Jornadas de Teología de la a Universidad Pontificia de Comillas, dedicadas a este tema de los abusos.
⁃Me alegra que haya ya sentencias que hacen justicia con el terrible dolor de las víctimas. Por ejemplo, me he alegrado especialmente (por mi amistad con la víctima y su familia), la condena en primera instancia de la Audiencia Provincial de León (aunque recurrirán a instancia superior de Burgos) contra un sacerdote de la diócesis de Toledo a cumplir siete años de prisión y a pagar una indemnización a la víctima, por abusos sufridos y probados por parte de un sacerdote a un seminarista (ambos de Toledo) que se dieron incluso en una residencia de religiosas en La Bañeza, estando allí en unos ejercicios espirituales. Sólo quien sabe lo que es la angustia de la espera, puede solidarizarse con aquel a quien le llega una sentencia que hace justicia a la verdad de lo que ha padecido. Yo sigo esperando (no sé si en vano) a que el Dicasterio para la Doctrina de la Fe me informe de cuál ha de ser el siguiente paso en el caso de mi denuncia. Después de un año, sigo sin noticias y – de momento- alejado de mi diócesis y felizmente acogido en la de León, mientras mi proceso de sanación sigue su curso. (Habría que saber y hacer saber, que la justicia ayuda a la recuperación, y la espera de la definición de la misma, es causa de angustia, de ansiedad, de depresión, de indefensión…).
Concluyendo…
Como en la experiencia Pascual (la única mirada legítima de todo creyente), es necesario pasar antes por la experiencia de la Cruz. La Cruz es sufrimiento, pero también es Amor y Gloria. La Iglesia católica ha nacido en la humillación de las heridas de Jesucristo, quien desde la Cruz, entregando su vida por amor, pronunció palabras de misericordia (“Perdónales, Padre, que no saben lo que hacen”, “Te lo aseguro, hoy estañas conmigo en el paraíso”…). Y una vez resucitado, en los encuentros con sus discípulos tras el escándalo de la cruz, predominaron las palabras de aliento y envío.
Misericordia, aliento y envío. Esto mismo es lo que la Iglesia también puede ofrecer al mundo, no por ella (que no existe para sí misma, ni por sí misma), sino por Aquel que le da consistencia y sentido.
Misericordia para sí misma (Iglesia pecadora, que ha generado víctimas allí donde tenía que haber sembrado “hombres y mujeres libres para el servicio a Dios y al mundo” y aliento y misión para ella misma, que ha encontrado en este mundo de las víctimas, no una rémora a ocultar, negar o minimizar, sino un precioso campo de misión: en la acogida, en la escucha, en la credibilidad, en la reparación, en el cuidado de los vulnerables, en el cuidado de ámbitos seguros…). Es el Señor mismo que sigue alentando a la Iglesia, cuando ella misma se descubre a sí misma débil, frágil, pecadora… y aun así depositaria de la confianza para seguir viviendo el Evangelio en el nuevo milenio.