Algunas noticias en la Iglesia, sobre todo últimamente, podrían copar las páginas destinadas a la sección de sociedad, cuando no directamente a la del corazón. Los protagonistas de estas noticias han sido dos obispos, uno español, otro francés; uno apuntaba formas un poco raras en el comportamiento bastante antes de ser obispo; al otro, al menos desde la distancia, no se le notaba nada.
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Vaya por delante, y para que quede meridianamente claro, mi absoluto respeto a ambos y, si hago esta reflexión es porque he visto demasiados comentarios en los que las tintas se cargaban, ¡cómo no! utilizando a las mujeres como si de Evas se tratara y, ¡ya está bien de topicazos!
Son dos casos muy distintos porque son dos personas muy distintas. Sin embargo, en el trasfondo de la situación hay una realidad que los iguala, que puede sorprender, pero que negarla y, sobre todo, que no sirva de escarmiento es lo realmente preocupante. Esta realidad es que los dos obispos son, ante todo y primeramente, víctimas de sí mismos y de una estructura que hace aguas por todas partes.
La formación intelectual de ambos, agronomía y medicina respectivamente, presupone y con razón que son personas con la mente estructurada y con capacidad suficiente como para gestionar determinadas circunstancias. Su preparación teológico-pastoral los capacita -o debería- para saber afrontar las situaciones que se les presenten en el desarrollo de su ministerio donde, entre otras cuestiones, habrán tenido que ejercer el acompañamiento con las personas que así lo necesitaran y así se lo pidieran.
Inteligencia Emocional
El acompañamiento es un proceso tan profundo como sensible donde entran en juegos muchos aspectos. Hay momentos en la vida de una persona que, por sus especiales circunstancias, necesitan de un acompañamiento específico, más cercano. El acompañamiento siempre es necesario y quien acompaña debe tener claro que tiene que ser a su vez acompañado, porque es necesario que alguien le ayude a objetivar su propia vida.
La Inteligencia Emocional juega un papel importantísimo y, al parecer, no se le da toda la relevancia que merece. Que el acompañamiento sea espiritual no significa que hay que tocar solo nube y nada de tierra. Al contrario, hay que saber dar con el equilibrio más adecuado y que más ayude a la persona a la que se está acompañando.
Esto me lleva a preguntarme, ¿qué tipo de acompañamiento han tenido estos dos obispos, el español y el francés, para terminar como han terminado? ¿Nadie a su alrededor captó ninguna señal? Esto de por sí, ya sería muy grave, pero, como todo, puede empeorar si la pregunta es otra, ¿acaso no eran acompañados por nadie? Y, yendo un poco más lejos, ¿el clero, en general, por quién es acompañado? Porque se hable o no de ello, la soledad también se vive entre el clero y entre los obispos.
Probablemente no en todos los casos la mejor ayuda sería la de los compañeros de ministerio. En algunos momentos podría ser mejor un acompañamiento externo, por así decir. ¿Por qué? Pues porque las carencias del clero, sobre todo afectivas, son más comunes de lo que nos podemos imaginar y, dos personas en la misma situación o muy parecida, no son el mejor acompañamiento posible.
La situación de estos dos obispos debería hacernos reflexionar como Iglesia -además del eterno problema que tenemos en la Iglesia con la gestión de la comunicación que también ahora ha quedado en evidencia- qué se hace en la formación de los sacerdotes respecto a la vivencia de la afectividad, en qué condiciones se les deja una vez ordenados y si, llegado el caso, son capaces de reconocer que necesitan ayuda. Por supuesto, esto de reconocer que necesitan ayuda, también es aplicable a los obispos.
Todos necesitamos afecto, cariño, y amor para desarrollarnos como personas, sin embargo, no todas las formas, sobre todo de amor, son válidas en ciertas circunstancias. Creo, firmemente, que el celibato debería ser opcional, pero mientras esa situación no cambie las reglas del juego son las que son y hay que aceptarlas sin interpretaciones. Esto lo digo por los protagonistas.
Para los espectadores y, antes que desacreditar, juzgar, e incluir en el juicio a las posibles mujeres implicadas, y deshacerle la vida a alguien, deberíamos practicar la compasión y hacer examen de conciencia hasta ver de dónde arranca la situación que, además, de esa falta de acompañamiento, me temo que también tiene que ver con el tipo de perfil, nada claro, con el que se elige a los obispos. Porque, aunque todo se nos da hecho, alguna pauta tendrá que haber para la elección de los mismos, algún perfil concreto se buscará más allá de un buen expediente académico, la novedad de llegar a obispo siendo el más joven hasta el momento, o… lo que quiera que sea.
Sería interesante que nos fuésemos acostumbrando a reclamar más transparencia, e incluso nuestra participación, en la elección de nuestros pastores, tanto en las parroquias como al frente de las diócesis, porque podemos pasar años conviviendo -algunas veces muchos- como para empezar esa convivencia de un día para otro.
Sobre el amor nada que decir porque nadie anota en su agenda “día X, a las 11’30 enamorarse”. Es algo que pasa, que puede pasar, y es muy humano. Sin embargo, creerse enamorado porque la soledad es inaguantable y lleva a confundir las señales, conduce a destrozarse la vida y, más pronto que tarde, a destrozar la vida de otras personas. Por esto es tan importante la Inteligencia Emocional y el buen acompañamiento.
Del amor nada que decir; de las otras historias mucho cuidado con la soledad y el perfil de los obispos; de las muy preocupantes y a tener en cuenta a partir de ahora, qué acompañamiento tienen los sacerdotes y los obispos. Porque, casualmente, son del mismo barro, o si se prefiere de la misma carne y de los mismos huesos que los demás. Y todos necesitamos sentirnos queridos, cuidados, y acompañados. Sanamente.