Ahora que se vuelve a discutir –o, mejor dicho, a tuitear– sobre la importancia de la cultura, conviene subrayar varios aspectos. El primero es que la cultura es esencial, pues se trata de un modo de existir del hombre.
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Honestamente, no creo que esté al mismo nivel que la alimentación, el techo o por supuesto la salud, pero eso ya lo tiene que madurar cada uno en el jardín de su conciencia. Lo que es indudable es que la cultura es algo genuino del ser humano, y no lo tienen ni los perros ni los pangolines. Borges imaginaba el paraíso como una gran biblioteca porque, si la cultura no está infectada por el odio, la ideología o el dinero, es capaz de sacar lo mejor de cada hombre y mujer.
Ventanas para viajar en el tiempo
Cuando ya no sabemos decir a la primera en qué día de la semana vivimos, no podemos conformarnos con las películas pésimas de domingo por la tarde. El común de los mortales necesita abrir ventanas para viajar en el tiempo. No todo puede ser un maratón de Covid-19 y rezar para que la maldita curva se termine cuanto antes.
En este extraño desierto, donde abundan la comida y la cerveza, traer nuevos escenarios a nuestra imaginación, contemplar en la distancia y reflexionar por nosotros mismos hará que estos días de arresto domiciliario se conviertan en escuela de vida y en oportunidad de cambio. No es puro entretenimiento, es un recordatorio de que cada persona tiene un vacío que llenar de sentido.
Para canalizar el dolor
Los cementerios están tan concurridos como prohibidos; no obstante, las lágrimas no deben ocultarse. Las ausencias se pueden enterrar, pero nunca olvidar. La cultura también nos sirve para expresar el dolor y adentrarnos en la profundidad de la vida, por muy miserable que pueda parecer. Como la Pietà de Miguel Ángel o el Guernica de Picasso, el arte nos permite expresar sin palabras toda la emoción que a veces, abrumados por nuestra propia existencia, no sabemos canalizar.
Su misión no es hablar de política ni convertirse en academias de celebridades ni en opinólogos que todo lo saben… Su vocación primigenia es auscultar la cruda realidad para asegurarse que las vivencias tomen forma, sintiéndonos así más humanos.
Un lenguaje común
Ya no gustará tanto viajar porque las fronteras se reforzarán, las potencias se encaran como matones de discoteca y los reproches hacen demasiado ruido; ahora urge más que nunca encontrar nuevos cauces que unan países y regiones. Quizás, conviene insistir en que la humanidad no solo comparte Google, Amazon y Facebook, sino que Rosalía, Almodóvar o Víctor Hugo ayudan a crear un lenguaje común.
Cuantas más redes –y no solo sociales– tejamos entre personas y pueblos, más posibilidades tendremos de cooperar para despertar juntos de esta pesadilla. Las sociedades que favorecen una cultura sana responden con mayor eficacia y creatividad a los retos que van surgiendo, desarrollando también mayor capacidad de diálogo.
Asideros a los que agarrarnos
Ahora que nuestro espacio vital se ha reconvertido en el único espacio, la cultura puede enseñarnos a interpretar el entorno. Así les pasaba a nuestros paisanos en Altamira y así nos pasa a nosotros cada vez que leemos un libro o salimos a aplaudir, pues necesitamos asideros para encontrar nuestro lugar en el mundo.
Las coordenadas han cambiado, quién sabe si para siempre, y buscamos nuevos modos de leer la realidad, como el adolescente que redecora con fotos su cuarto para convertirlo en su hogar. Poesía capaz de encontrar distintos significados y ayudarnos a pensar con hondura y sentido crítico. Una forma novedosa de trascender el entorno que respete el dichoso metro de separación, pero también la incertidumbre, y que nos haga descubrir que la vida es más grande que nuestras cuatro paredes. La cultura no solo nos da una nueva identidad, nos permite interpretar con nuevos parámetros el significado de las cosas y abrazarnos de otra forma.
Recordar qué es la belleza
Ahora que el paisaje de la inmensa mayoría se reduce a edificios de hormigón y vecinos en zapatillas, ansiamos la cultura para acordarnos de qué era la belleza. Porque sí, necesitamos alegrar los sentidos y conmovernos, y mostrar que lo bueno y lo bello apuntan hacia lo mismo, a que esta vida –por complicada que se nos haya puesto– sigue mereciendo la pena. A pesar de la distancia y de las dolorosas pérdidas, sigue habiendo motivos para amar y servir a este mundo roto.
Después de estas semanas, ojalá solo semanas, vendrán días buenos y recuperaremos esta primavera que nos robaron en un abrir y cerrar de ojos.