Hace cuatro años, cuando concluía la 37ª Asamblea General Ordinaria del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), postulaba en este semanario que la conversión pastoral, la sinodalidad y la reestructuración serían las tres claves para comprender lo que había sucedido en Honduras, y que luego se conocería como ‘el mandato de Tegucigalpa’, en clara referencia a las conclusiones de esta Asamblea y a la voluntad de los representantes de los obispos de América Latina y el Caribe de impulsar un inédito proceso de renovación, de largo aliento, que más tarde sería aprobado por la 38ª Asamblea, en mayo de 2021. Cuando escribí aquella crónica –titulada “CELAM: reforma a la vista (Vida Nueva, nº 3.131, pp. 8-12)–, también se barajaba la posibilidad de una VI Conferencia General del Episcopado, iniciativa que sería presentada al papa Francisco.
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Sería el propio obispo de Roma quien daría la pauta para desencadenar procesos audaces de escucha, discernimiento y espiritualidad de cuño sinodal. En lugar de la VI Conferencia, propuso al CELAM la organización y realización de la I Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe, que –como él mismo explicaría– “no es una Conferencia del Episcopado Latinoamericano como se hicieron las anteriores, la última en Aparecida, de la cual todavía tenemos que aprender mucho. No, es otra cosa, es una reunión del Pueblo de Dios: laicas, laicos, consagradas, consagrados, sacerdotes, obispos, todo el Pueblo de Dios que va caminando. Se reza, se habla, se piensa, se discute, se busca la voluntad de Dios”.
Con el trasfondo del Sínodo Panamazónico (2019), bajo la inspiración de los cuatro sueños del Papa en Querida Amazonía (2020), y consecuente con su talante profético de opción por los pobres, por el desarrollo humano integral, por la defensa de la casa común y por una Iglesia sinodal y en salida a las periferias, el CELAM abrazó el doble desafío de liderar la Asamblea Eclesial y el proceso de reestructuración.
Reafirmaba así su identidad como organismo episcopal generador y garante de procesos sinodales, de articulaciones con redes que contribuyen al cambio sistémico y a la transformación de la realidad, promotor de servicios ágiles y adecuados a la misión de la Iglesia en el continente, mediante estructuras cualificadas y descentralizadas –a través de los centros pastorales–, y atento a las diversas realidades emergentes, para responder con parresia a los retos pastorales que estas presentan, afirmando y contribuyendo a la labor de las conferencias episcopales, al magisterio latinoamericano y universal, y al servicio del Pueblo de Dios.
El CELAM en 2033
Las prospectivas que brotaron del proceso de renovación y reestructuración quedaron plasmadas en la visión del máximo organismo episcopal latinoamericano-caribeño para los próximos diez años: “El CELAM en 2033 será reconocido como un organismo episcopal-eclesial al servicio de las conferencias episcopales de América Latina y el Caribe que, favoreciendo la comunión y la colegialidad de los obispos, anima el encuentro personal y comunitario con Jesucristo y la sinodalidad de las Iglesias particulares en salida, con opción preferencial por los pobres y el cuidado de la casa común, para hacer visible el Reino de Dios”.
La 39ª Asamblea General Ordinaria, celebrada en Aguadilla (Puerto Rico), del 16 al 19 de mayo, no solo confirmó y validó la pertinencia de la nueva estructura del CELAM –explícita también en los Estatutos aprobados por el Papa el 1 de octubre de 2022–, sino que se mostró favorable a su promoción y consolidación, en la medida que pudo valorar los principales logros y desafíos de la gestión 2019-2023, a nivel de la Presidencia y de la Secretaría General, como de los cuatro centros pastorales: Centro de Gestión del Conocimiento, Centro de Formación Cebitepal, Centro de Programas y Redes de Acción Pastoral, y Centro para la Comunicación.