He leído con atención un ensayo escrito por el Dr. Álvaro Márquez-Fernández titulado ‘La ética y la política como formas de la paideia’. La lectura me ha dejado un ingrato sabor de boca por los cotejos que su lectura me ha obligado a hacer con la realidad política venezolana.
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Cuando reflexiono sobre la idea de Estado se me hace imposible no llevar esas reflexiones al país donde me ha tocado (des)vivir. El ensayo de Márquez-Fernández gira en torno al tema de la ética y la política desde el pensamiento aristotélico.
Para Aristóteles el Estado es el espacio de las leyes donde nace el ciudadano y se hace ciudadano a través de la cultura y la educación, es decir, la paideia. El ciudadano aristotélico era aquel que lograba convivir, según Márquez-Fernández, en un mundo organizado y dirigido por un orden racional, coherente y lógico, “sin contradicciones que pongan en peligro la vida buena”.
Este orden quedará establecido, como es de imaginar, bajo la normativa de un corpus legal: las leyes. Estas leyes, que dan sentido y base existencial al Estado, tienen que estar inspiradas por un criterio de justicia como principio universal que “debe ser válido y reconocido para todo el colectivo humano de la sociedad, y en cuanto tal, todos deben participar en su realización”. El hombre virtuoso, aspiración máxima de la antigua Grecia, era aquel que obedecía las leyes y las asumía como compromiso político. Este hombre daba sentido a la sociedad y, por consiguiente, al Estado.
Leyes y ciudadanía
El hombre moderno parece tener claro que las leyes deben irse adaptando a las nuevas realidades. Fundamento en el cual se basan para torcer a las sociedades y justificar iniquidades e injusticias que, terminan por no serlo, puesto que se sostienen sobre la base de todo un sustento legal. Aristóteles está claro en que solo por medio de las virtudes ciudadanas se puede alcanzar la felicidad.
Estas virtudes ciudadanas quedan establecidas, como ya hemos dicho, dentro de un marco legal o cuerpo de leyes. Lo contrario a las virtudes son los vicios o malos hábitos. Estos representan la desigualdad, ya que son el sostén de la injusticia. En esto último hay que detenerse porque, a mi juicio, es aquí donde terminan por derrumbarse muchos estados.
Si las leyes dan sentido al ser ciudadano y al Estado, y estas han de estar inspiradas por un criterio de igualdad, es decir, de justicia, ¿qué ocurre cuando las leyes son diseñadas con la finalidad de darle sentido legal a los vicios que, también tenemos claro, son el sustento de la desigualdad y, por extensión, de la injusticia? ¿En ese sentido, podemos hablar de que existe la ciudadanía? ¿De que el Estado es real?
Desciudadanización ciudadana
¿Y de dónde brota esta desciudadanización? Pues de una racionalidad política completamente deformada. Instituida con el único fin de justificar los vicios sociales. Un punto de partida para la explicación del fenómeno podría ser lo que Marx denominó falsa conciencia; es decir, el pensamiento construido por el individuo que no es consecuente con sus condiciones materiales de existencia. Por otro lado, el relativismo moral, que postula que ningún conocimiento o principio moral es verdadero independientemente de las opiniones de las personas o de sus circunstancias.
Ambas premisas han sido el producto de una larga y muy exitosa tarea de desinformación, de desviación de los valores por parte de todas las instituciones que conforman la vida social: la familia, la escuela, el partido político, la iglesia, los medios de comunicación, el Estado. Para Aristóteles, y todos quienes estudian la ética, no puede haber política sin virtudes ciudadanas, pero esas virtudes han sido deformadas hasta los huesos. La ciudadanía le da contenido a las virtudes sociales.
Sobre esas virtudes –hoy deformadas– se construye el Estado. ¿Qué nos queda? Por un lado, un desorden que empina a la sociedad a la anarquía y a la deshumanización del hombre. Por otro, al fijar posición y buscar los caminos para la restauración de unas mínimas condiciones para la convivencia, y eso es imposible sin una profunda reflexión que pasa por entender que la vida social es un tejido de virtudes éticas y responsabilidades políticas y que esto es un compromiso de todos no importa cuál sea nuestra posición dentro de la sociedad. Paz y Bien
Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor. Maracaibo – Venezuela