Tribuna

Desencanto y orfandad

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El daño ya está hecho. Las voces, como esta, no pueden corregirlo y quizás tampoco explicarlo. Todo lo que se exprese es en vano. Sabemos bastante del estilo de comunicación salvaje propio de estos tiempos: no importa que el suceso sea real o verdadero, sino que resulte creíble.

Lo ocurrido en Luján está marcado por ese signo. No hubo lucidez para disuadir ni coraje para evitar que una autoridad episcopal celebrara el acto litúrgico central. Los pastores ya no conducen el rebaño. La manada los empuja. Y el silencio formal de la jerarquía es cómplice.

Soy muy consciente de mis palabras. Las asumo porque reflejan la misma perplejidad y desconcierto que se generaliza entre nosotros. En la dificultad, en la incertidumbre, en la angustia, nuestra esperanza busca con ansiedad actitudes claras, que ejemplifican por su altura y solidez mucho más que las palabras.

Se mira con avidez a quienes pueden brindar ese consuelo y mostrar estatura moral y fortaleza intelectual. Nada aparece. En realidad, más de lo mismo. Si todo es corrupto y endeble en torno nuestro ¿por qué la dirigencia eclesial debería estar exenta del deterioro generalizado, de la insolvencia manifiesta para actuar acorde a la gravedad  de los signos de estos tiempos?

El daño ya está hecho y el rebaño se distancia de sus pastores como se distancia de una dirigencia política que piensa más en sí misma y en sus mezquindades electorales que en los argentinos del futuro. ¿Ha tomado en cuenta que un niño de seis años, ingresado hoy a la escuela primaria terminará sus estudios medios en 2030 y los terciarios en 2035? ¿Sospecha cuál será el estado de los conocimientos y del saber, la tecnología y la política mundial en esos años? Mientras nos extraviamos en nuestras contradicciones el mundo avanza. No espera. Su velocidad se potencia con nuestra lentitud.

Un país no es viable cuando sus administraciones de gobierno son incapaces de cumplir con las obligaciones constitucionales básicas para sus ciudadanos: asegurarles el goce pleno de la libertad, niveles adecuados de salud, educación, cultura, seguridad, bienestar económico, justicia formal y social. Pero cuando se llega a los límites y las gestiones gubernamentales registran fracasos en lo social, lo político y lo económico, sus autoridades legítimas ven erosionadas sus capacidades mínimas para la toma de decisiones, tienen limitaciones severas para interactuar con otros estados y llegan hasta perder el monopolio del uso legítimo de la fuerza y ponen a riesgo su control territorial, la ciencia política los identifica y reconoce como estados fallidos.

La palabra país ha desplazado a la palabra Patria en el discurso público. La diferencia entre ambas no es poca ni casual. País refiere a un territorio soberano. Patria es la tierra natal o adoptiva, ordenada como nación, a la que se sienten ligados los seres humanos que la habitan, sea por vínculos afectivos, históricos o jurídicos.

Asumamos de una vez que el estado de los vínculos nacionales es de extrema sensibilidad. Hasta de debilidad. Requieren delicada atención. Hay una diferencia entre vínculos sensibles y grieta. Los vínculos pueden restaurarse. Las grietas son grotescas, tortuosas como los cañadones, no permiten ver los mismos panoramas que brindan las cumbres de las montañas. En la cima se pueden sentir y reafirmar convicciones. Desde las alturas hay luces y horizontes. Las luces que no se encuentran en los recintos cerrados donde se negocian intereses particulares. Caminemos a las alturas en el escaso tiempo que nos queda. Seriamente.

Entre las líneas de esta columna debe usted saber que se ocultan años de tratar de entender nuestra trayectoria como nación, insertarla en la dinámica del mundo y debatirla en los claustros universitarios. Ese lugar donde uno aprende a leer la esperanza en los ojos de sus alumnos cuando trabajamos en conjunto.