Tribuna

Deshacer los nudos para rehacer los lazos

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En uno de los campamentos Boy Scout en los que participé de pequeño aprendí a hacer algunos nudos. Además de ser un buen ejercicio de destreza manual y entretenimiento, más de una vez me han servido para salir de algún que otro apuro. Si un nudo está bien hecho, resulta complicado de deshacer. Cuanto más se tira de alguno de los cabos, más se aprieta. Es algo parecido a lo que pasa cuando enfrentamos posturas diversas. Si cada uno se aferra a su opinión y no se da lugar a un diálogo buscando los puntos en común, cada vez las posturas se radicalizan más y resulta más complicado deshacer el nudo. Es, precisamente, así como el diccionario de la RAE (Real Academia Española de la Lengua) define esta palabra: “Lazo que se estrecha y cierra de modo que con dificultad se pueda soltar por sí solo, y que cuanto más se tira de cualquiera de los dos cabos, más se aprieta”. Un nudo, por tanto, necesita de los dos cabos para poder deshacerse.



La vida está llena de nudos. Hay nudos que vienen dados, nudos que nos buscamos, nudos que aceptamos, otros que padecemos, nudos que comprometen, algunos que alejan, nudos que, con esfuerzo, conseguimos deshacer y otros que acompañan toda una vida. 

Los nudos son necesarios. En diversos géneros literarios el núcleo de la acción o de la tensión dramática que precede al desenlace se denomina nudo. También se denomina así al aspecto central de una cuestión. Por tanto, para conseguir o concluir algo es necesario pasar por ese momento.

Lo positivo de un nudo es que supone algo firme, que permanece y une de forma consistente. Es algo que en nuestro mundo cambiante, relativista y que huye del compromiso nos hace mucha falta. Se ha puesto de moda la palabra ‘procastinar’ entendida como la acción o hábito de retrasar actividades o situaciones que deben atenderse, sustituyéndolas por otras situaciones más irrelevantes o agradables por miedo a afrontarlas, o bien pereza a realizarlas. Ya se trate de posponer o no querer afrontar, de dejar de lado los compromisos o cargas de responsabilidad, a veces experimentamos situaciones en la que parece que todo fuese opinable, como si las verdades de la vida hubiesen dejado de serlo, como si todo diera dar igual. Una vez más, caemos en la cuenta de lo nocivos que son los extremismos, pues tan peligroso y negativo es el “todo vale” como el “nada puede cambiar”. Y los nudos pueden servir para fijar estas posturas extremas de un lado o de otro.

Lazos

Una forma de salir de este nudo podría ser hablar de lazos. Y aquí, una vez más, el lenguaje es muy sabio. Por ejemplo, aunque la acepción semántica es correcta, no solemos hablar de nudo matrimonial sino, más bien, de enlace matrimonial. No hablamos de nudos afectivos sino de lazos afectivos. Suena mejor hablar de lazos de amistad que de nudos de amistad. De este modo, el mismo lenguaje nos ofrece la vía de los lazos como una suerte de nudos amistosos, de diálogo o consenso.

En una de las acepciones del diccionario de la RAE, se define lazo como “atadura o nudo de cintas o cosa semejante que sirve de adorno”. En un segundo sentido se habla de nudo que se suelta tirando de uno de los dos cabos. Así, es bonito pensar en los lazos como nudos que, por su esencia, unen firmemente, pero que, además, adornan la unión. Aunque en mi época de Boy Scout aprendí a ajustar los nudos, si los hacías mal eran difícilmente regulables y podían hasta ser peligrosos. Y suele pasar que los seres humanos somos muy malos, descuidados o patosos haciendo nudos, convirtiéndonos, como decíamos antes, en extremistas rigoristas o extremistas laxos. En muchas facetas de la vida, sobre todo en la relacional, somos de todo menos equilibrados. 

Johann Georg Melchior Schmidtner, un artista alemán entre los siglos XVII y XVIII, pintó un cuadro en el que se representa a la Virgen María rodeada de ángeles, protegida por la luz del Espíritu Santo, con su pie izquierdo pisando la cabeza de la serpiente (imagen de Satanás). Uno de los ángeles le acerca a la Virgen cintas anudadas que ella desata y otro las recoge desatadas. Parece ser que esta imagen sorprendió en uno de sus viajes a Jorge Mario Bergoglio (Papa Francisco) y, desde entonces, la Virgen Desatanudos está muy presente en su vida y sigue promoviendo su devoción. En varias ocasiones ha hecho alusión a ella como un buen remedio para deshacer problemas, conflictos, desencuentros, en definitiva, nudos.

nudo en dos cabos de cuerda

Hace algún tiempo escuché a alguien decir que no puedes esperar a que la vida deje de ser dura para decidirte a ser feliz. La vida, a pesar de sus dificultades, de sus riesgos, de sus retos, de sus muchos nudos, es maravillosa. Y no merece la pena gastar tiempo haciendo nudos que separan, que nos encierran, que nos alejan. Más bien, la vida es una oportunidad para crear lazos, cuantos más mejor. Lazos con personas, lazos con lugares, lazos que surgen de experiencias, de encuentros, de conocimiento compartido, de amistad, de familia. Lazos de amor, de diversión, de comunión, de compromiso, de trabajo en común. Lazos de fe, de interioridad, lazos con Dios. 

Los lazos, sobre todo los lazos humanos, no se hacen solos. Los lazos son cosa de dos o más. Requieren dedicación, cuidado, respeto por el otro, diálogo, compromiso y amor, mucho amor. El ser humano no se concibe sin un tú, bien referido a la dimensión humana, o un Tú referido a Dios. María Zambrano en ‘El hombre y lo divino’ lo decía así: “Solo la persona puede ser sí misma en alteridad frente a lo otro”. De esta forma, lo humano y lo divino se constituyen en pilares de su reflexión, pues la primera vivencia que experimentó la condición humana fue “sentirse mirado” por alguien. He aquí la verdadera importancia de los lazos en nuestra vida.

Aceptar que somos seres creados para la relación, para los lazos, significa que nuestra vida se realiza y se potencia junto con la vida de otros. A la vez, supone tomar conciencia de que no solo se ‘vive’, sino que, parafraseando a Ortega y Gasset, el vivir supone una reciprocidad activa con el otro para constituir la relación interpersonal que crea el pronombre personal ‘nosotros’. Así pues, la existencia del ser humano como persona se inicia en la ‘relación’ con el mundo y con los demás.

La invitación, por tanto, es a desatar nudos y crear lazos. ¿Dónde? En todo lugar. ¿Cuándo? En todo momento. ¿Cómo? Reconociendo al otro como un yo con quien compartir, amar, trabajar y soñar, y al Otro como el amigo, Padre, guía que hace posible todo lazo. Así pues, dejémonos de nudos complicados y centrémonos en los verdaderos lazos que dan vida, que construyen, que hacen feliz, que dan sentido. Y cuando surjan nudos difíciles, siempre estará la Virgen Desatanudos para echarnos el lazo.