Tribuna

‘Deus Caritas est’ o el amor como anhelo

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En las páginas de la encíclica ‘Deus Caritas est’ de Benedicto XVI, podemos pasear sin dificultad alguna por la caridad cristiana desde dentro, desde su interioridad. Caridad cristiana que es Jesús mismo abriendo su corazón invitándonos a permanecer dentro de Él a partir de nuestro deseo de amor tal y como se deja percibir en esa hermosa representación de San Francisco de Asís abrazado al Jesús en la cúspide de su amor en la Cruz.



Caridad cuyas bases son las de un amor que no se retiene, por el contrario, se derrama por y sobre nosotros. “Permaneced en mi amor” (Jn. 15,9) nos dice, lo cual se traduce en una invitación, en un mandato a no quedarnos ensoberbecidos en el amor que Dios nos brinda, sino a hacerlo fluir hacia los demás.

Una clara invitación a seguir el ejemplo de María que no se quedó regodeándose en la posesión del Evangelio en su vientre, sino que corrió a casa de Isabel a dar testimonio de la profundidad de ese amor que le consumía las entrañas. En las páginas de ‘Deus caritas est’ podemos contemplar a Benedicto XVI manteniéndose dentro de la tradición en la cual se concibe al amor como éxtasis, pero marcando una distancia concebida a partir de su lectura de San Agustín.

Éxtasis amoroso

El éxtasis amoroso al cual se hace referencia va mucho más allá del arrebato momentáneo, es, para el Papa, todo lo contrario, se trata de un camino permanente, como un salir del “yo” cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega “de sí” y, precisamente, de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo, más aún, hacia el descubrimiento de Dios. Dios como anhelo, ya que, al ser Dios el amor, el amor, según san Agustín, es un tipo de movimiento, y todo movimiento va hacia algo, en este caso, es un movimiento que conduce al mismo Dios. Dios es amor y el amor es un camino que conduce hacia sí mismo, es decir, hacia Dios.

Hannah Arendt, describiendo el anhelo de San Agustín, advierte que el amor es la posibilidad del ser humano de tomar posesión del bien que le hará feliz, es decir, de tomar posesión de aquello que es lo más propio suyo. Ahora bien, constituye esto un problema a los ojos del padre de la Iglesia, puesto que, si el hombre fija sus ojos en los bienes temporales se hallará inmerso dentro de una amenaza: el temor a perder el objeto del deseo y esto conduce, sin duda, al vacío y a la frustración.

En este sentido, nos preguntamos ¿cuál es el bien que anhela el amor?, el amor anhela una vida feliz, y esta vida feliz (beata vida) no es otra cosa más que la vida misma. El bien que el amor anhela es la vida, una vida que no se puede perder, una vida más allá de todo lo terrenal, puesto que lo únicamente terrenal significa una muerte viviente.

El anhelo del amor

San Agustín acude entonces a la autoridad de la fe cristiana para hallar una vida donde no exista la muerte y los seres humanos puedan vivir sin la angustia de la preocupación. Únicamente donde nada hay que perder, afirmará Arendt, imperará la seguridad de una posesión libre de temores y miedos. Esa ausencia de temor es lo que el amor busca. El amor busca la liberación del temor, es decir, aquello que no puede perderse ante un dilema mayúsculo ¿es la vida nuestra, nuestra vida? ¿Pertenece al hombre realmente la vida? Una vida caracterizada o determinada por la muerte anhela lo que no puede obtener.

La eternidad es lo que no puede perderse contra la voluntad del hombre. El bien, más allá de todo sentido mortal, entenderá San Agustín, se proyecta a un presente absoluto que comienza después de la muerte. Todas las cosas temporales tienen un valor, sin duda, pero este valor es relativo, ya que todos son mudables, no duran y por tanto, su existencia real queda en entredicho, por ello, resulta absurdo contar con ellos para alcanzar una felicidad plena. Benedicto XVI se mantiene muy cercano a la línea que había establecido su antecesor: buscar una armoniosa conexión entre el amor divino y el amor humano, por lo tanto, es menester orientar rectamente ese anhelo amoroso que pernocta en el interior de todo ser humano. Paz y Bien


Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor. Maracaibo – Venezuela