Hace cinco años, el 20 de marzo de 2014, el papa Francisco visitó la diócesis de Terni, en Italia. Es una nueva visita pastoral a una diócesis y aprovecha para mantener un encuentro con el mundo del trabajo. Es una característica de su pontificado, acercarse al pueblo de Dios trabajador para acompañar sus precariedades y exhortar a no perder la esperanza, renovando así su cercanía al mundo del trabajo. Un ejemplo más de la iglesia en salida que desea y que sitúa a sus pastores junto al pueblo empobrecido.
La primera visita había sido, apenas unos meses después de su elección, a Lampedusa (julio 2013), donde declaró aquel histórico sentimiento de vergüenza por la ausencia de humanidad frente el drama de los inmigrantes, trabajadores pobres que, buscando una vida nueva y digna, la perdían en el mar Mediterráneo. Le siguió la visita a Cagliari, en aquel entonces (septiembre de 2013), muy castigada por un altísimo y galopante desempleo consecuencia de una profunda crisis económica de la que todavía millones de trabajadores y trabajadoras no se han recuperado.
Enmienda a la totalidad del sistema económico
En esta ocasión, la visita a Terni, coincide además con el 130° aniversario de la fundación de su fábrica de acero, símbolo de capacidad empresarial y laboral. A su llegada a la diócesis, Francisco ya lleva en su mochila la exhortación apostólica La alegría del Evangelio (Evangelii gaudium), considerada el programa de la Iglesia para este nuevo tiempo. Había sido publicada cuatro meses antes de su encuentro con los dirigentes, obreros y los fieles de la diócesis. En este importante texto, el Papa denuncia: una economía que excluye y expulsa a millones de personas de sus empleos; la idolatría del dinero, que niega la primacía del ser humano; la inequidad que genera violencia, propia de un sistema social y económico injusto en su raíz; el dinero que gobierna en lugar de servir, y que rechaza la creación de un orden social más humano. Una enmienda a la totalidad de los pilares sobre los que se sostiene este sistema económico (EG 54-60).
Con las gentes de Terni, en un contexto de desempleo y precariedad que recorre Europa, que se ha cronificado hasta convertirse en característica de un modelo injusto, insolidario e innecesario de relaciones laborales, Francisco reafirma “que el trabajo es una realidad esencial para la sociedad, para las familias y para los individuos. El trabajo, en efecto, concierne directamente a la persona, su vida, su libertad y su felicidad. El valor principal del trabajo es el bien de la persona humana, porque la realiza como tal, con sus actitudes y capacidades intelectuales, creativas y manuales. De aquí deriva que el trabajo no tiene solamente una finalidad económica y de ganancia, sino sobre todo una finalidad que implica al hombre y su dignidad. La dignidad del hombre está vinculada al trabajo”.
La dignidad de llevar pan a casa
En este encuentro ha escuchado a jóvenes trabajadores que se encuentran sin trabajo y que le han dicho: “Padre, en casa comemos todos los días, porque en la parroquia, o en el club, o en la Cruz Roja nos dan de comer. Pero, Padre, yo no sé lo que significa traer el pan a casa, y tengo necesidad de comer, pero necesito tener la dignidad de llevar el pan a casa”. ¡Y esto es el trabajo! Y si falta el trabajo se lastima esta dignidad. Quien está desocupado o subempleado corre el peligro, en efecto, de ser colocado a los márgenes de la sociedad, de convertirse en una víctima de la exclusión social. Muchas veces sucede que las personas sin trabajo -pienso sobre todo en los numerosos jóvenes actualmente desempleados- caen en el desaliento crónico o, peor, en la apatía”.
Francisco denuncia que el gravísimo problema del desempleo es “la consecuencia de un sistema económico que ya no es capaz de crear trabajo, porque ha puesto en el centro a un ídolo, ¡que se llama dinero!”. Considera necesario que todos los actores políticos, sociales y económicos favorezcan “un planteamiento distinto, basado en la justicia y en la solidaridad humana que asegura a todos la posibilidad de desempeñar una actividad laboral digna”. Para ello, realiza una apuesta clara por el diálogo social comprometido como forma política que permita afrontar el desafío de un trabajo, “que debe estar al alcance de todos”, desde “la creatividad de empresarios y artesanos valientes, que miran al futuro con confianza y esperanza. Y la solidaridad entre todos los componentes de la sociedad, que renuncian a algo, adoptan un estilo de vida más sobrio, para ayudar a quienes se encuentran en una condición de necesidad”. Un planteamiento que, posteriormente, Francisco aborda en la encíclica Laudato si’ y en un diálogo con las organizaciones de los trabajadores.
El gran reto de un futuro mejor con trabajo decente, la lucha por la dignidad de la persona, sigue interpelando hoy a toda la comunidad cristiana.