La declaración del Dicasterio para la Doctrina de la Fe ‘Dignitas infinita’ se erige en voz de denuncia ante “las graves violaciones de la dignidad humana que se producen actualmente en nuestro tiempo”. El cardenal prefecto, Víctor Manuel Fernández, busca ir más allá de una mirada ontológica, moral, social o existencial, para adentrarse en una perspectiva integral de la dignidad lejos de las fronteras vaticanas.
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O dicho de otra manera, si algunas encíclicas papales han dado el salto de dirigirse únicamente a los convencidos católicos para compartir sus reflexiones con los hombres y mujeres “de buena voluntad”, ‘Dignitas infinita’ parece seguir esta misma estela, aunque carezca de destinatario explícito. Defender la dignidad es cosa de todos y la Iglesia no puede ir a rebufo. Más bien, al contrario.
Y es que quizá, solo quizá, la dedicatoria sea algo más implícita. La pista podría ser el uso del término pecado. Cabría pensar que un documento con implicaciones éticas y morales, emanado de la antigua Inquisición o Santo Oficio -cualesquiera que fuera la denominación tradicional elegida para el departamento vaticano-, debiera estar acompañado de los correspondientes recados al lector católico sobre la gradación de pecados adscrita a cada una de las violaciones a la dignidad humana, con las correspondientes penitencias, aunque solo fuera para ponérselo fácil a quienes echan mano de manual en el confesionario. Pero no.
Herir y ensombrecer
La palabra pecado solo aparece mencionada una vez en ‘Dignitas infinita’ y no precisamente vinculada a una acción concreta digna de condena. Se trae a colación al abordar cómo en la medida en la que una persona ha sido creada a imagen de Dios, “nunca pierde su dignidad y nunca deja de estar llamada a abrazar libremente el bien”, pero, a la vez, “el ser humano debe esforzarse por vivir a la altura de su dignidad”. Es ahí, donde la declaración adosa la siguiente conclusión: “Se comprende entonces en qué sentido el pecado puede herir y ensombrecer la dignidad humana, como acto contrario a ella, pero, al mismo tiempo, que nunca puede borrar el hecho de que el ser humano ha sido creado a imagen de Dios”.
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