Tribuna

Dios no es imparcial ante la cruz de la violencia machista

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La experiencia de quienes están en el hospital de campaña de nuestra sociedad es que la violencia acampa libremente. La cultivamos, la retuiteamos, la alentamos, hasta la vemos normal, aunque públicamente no sea correcto defenderla en sus manifestaciones más burdas.



No disminuye la lacra de la violencia hacia la mujer. Las comisiones diocesanas y quienes están al pie del cañón todos los días no dejan de apuntar que las mujeres son punta de lanza de muchos esquemas mentales, paradigmas culturales y sociales muy arraigados que las denigran y las reducen a simples objetos en esta cultura nuestra donde se habla mucho de “amor”, pero no se tiene.

Una profanación

Quienes trabajan abrazando estos dramas nos recuerdan a todos que la Iglesia nace al pie de una cruz y no puede abandonar a quien, por ser mujer, sufre, sino que debemos dejarnos afectar por su clamor, de modo que sepamos que toda violencia infligida a la mujer llega a Dios y se convierte en una profanación de quien ha nacido de una mujer. Las comunidades cristianas que se implican con quienes acogen esta realidad y la humanizan son la punta de lanza de una Iglesia que quiere, como Cristo, estar siempre al lado de cada mujer herida y tomar partido, como Dios hace, por cada vida maltratada.

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No es ideología. Quienes hacen de manos de la Iglesia en este mundo nos animan a ser comunidades que acompañen a las víctimas para liberarlas de su sufrimiento, para luchar activamente contra la violencia y todas las conductas violentas y denigrantes que sostienen este calvario. Eso es detectar y denunciar a los que maltratan, y salir al auxilio de quien se atreve a pedir socorro. Supone convertir nuestros corazones para salir de esas corrientes de insultos, cosificación, dominación o apropiación de las personas y, desde el Evangelio, dar la mano a las que aún están crucificadas por tanta crueldad. Dios no es imparcial ante la cruz. Necesitamos acercarnos a cada caso y sembrar las lágrimas de cada mujer en la vida de nuestras comunidades. Esto no se haría sin quienes ya lo están sembrando y son la avanzadilla del Evangelio en este lugar de tanto dolor.

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