Tribuna

Dios y el nihilismo

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Es común afirmar que vivimos en un tiempo de nihilismo. Parece que se han perdido los valores que orientan la vida y le dan un sentido. Esta comprensión espontánea del nihilismo es común prácticamente a todos los tiempos. Se piensa que los jóvenes ya no viven los valores tradicionales y, por tanto, son nihilistas. Y esto hoy se aplica a toda la sociedad, en la que hay signos de haber perdido las referencias vitales. Pero esta forma de entender el nihilismo confunde el tener valores con los valores que uno defiende. Siempre hay valores que guían la vida de las personas; otro asunto es que esos valores nos parezcan valiosos, igual que los que cada uno vivimos a otros les pueden resultar vacíos.



Esta visión no es lo más profundo del nihilismo, que no tiene tanto que ver con los valores como con la ausencia de metas en la vida y con la falta de sentido vital. Si no hay verdad, ni unidad ni bien, resulta que el mundo de la vida queda sin apoyo y sin horizonte. Esto lo detectó Nietzsche respecto a la cultura europea, por lo que constató que Dios había muerto. Sin Dios estamos en el vacío, en la nada y en el sinsentido. Y es que la lógica interna del nihilismo tiene que ver con Dios, como aquel que ofrece fundamento al mundo y hace posible vivir con sentido. Cuando no se reconoce a Dios, la vida queda sin sentido, en la nada (nihil). Esto suponía para Nietzsche, y para todo el pensamiento existencialista, una gran tragedia, porque quedamos asentados en el absurdo y tenemos que crear nosotros los valores auténticos, lo cual es un peso casi insoportable. Junto a la alegría de una libertad creadora de vida, el nihilismo carga con una responsabilidad que genera angustia.

Sin embargo, hoy el nihilismo no se vive con angustia. Para evitar el peso agobiante de la nada, no se mira al vacío; se vive como si sí hubiera sentido, aunque todo el mundo sabe que no lo hay. Simplemente se oculta la nada que nos envuelve y se vive en la placidez de un mundo artificial, que todos sabemos que está vacío. Si el nihilismo anterior tomaba en serio a Dios, en la cultura nihilista actual se elude la cuestión de Dios, porque pone ante la pregunta por el sentido y ante la necesidad de afrontar la nada.

Diseno Sin Titulo 11

La noche oscura de la soledad

¿No necesitaremos también los creyentes afrontar la nada para pensar en serio a Dios? La experiencia de Dios está íntimamente tocada por su ausencia, porque hay ocasiones en las que de Dios sólo nos llega su silencio y se vive la noche oscura de la soledad, del sufrimiento, de que nos envuelve la nada y el sinsentido. En tales momentos se constata que, si Dios está ahí, es alguien real, a quien no puedo manejar y adaptar a mis intereses; es alguien a quien esperar, invocar, buscar. No lo puedo inventar ni imaginar cómo es, sino esperar que Él se haga presente, diga su palabra y se nos muestre. La presencia de Dios incluye una ausencia y un vacío para el hombre. Dios se ha dado a conocer y a sentir, pero no se deja atrapar. En la nada de la propia existencia y en la oscuridad de algunos momentos de soledad y de absurdo, cabe esperar que llegue con su luz.

Por tanto, el nihilismo no es exactamente lo contrario a la experiencia de fe. Es verdad que la vivencia creyente supone una alternativa a un mundo sin sentido, como ya entrevió Camus; pero el creyente no es ajeno al nihilismo, pues también experimenta la nada, el vacío y el absurdo, incluso a veces el miedo de que realmente sólo haya nada. Pero también es bien real que el creyente ha experimentado el don de Dios, su amor, la fuerza de su palabra viva. Y, por eso, en la experiencia de la nada puede clamar, en ocasiones quizá con angustia, pero otras veces serenamente: ¿cuándo vienes, Señor?

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