Uno de los mayores males de siempre es el divorcio existente entre la fe y la vida.
Vale la pena que nosotros, como cristianos que decimos creer en Jesucristo, estemos siempre atentos a su vida y su palabra para practicarla y hacerla realidad en nuestra propia existencia. De lo contrario somos farsantes que decimos y no cumplimos. Jesús decía a la gente: “ustedes hagan y cumplan lo que sus maestros digan, pero no los imiten, porque dicen y no hacen” (Mt 23, 3).
Nuestra misión de discípulos es escuchar siempre a Jesús y hacerle caso en lo que Él nos dice.
Quiero invitarlos a escuchar atentos apartes del Sermón de la Montaña pronunciado por Jesús, para que en conciencia reflexionemos si lo que dijo y vivió Jesús en su tiempo es lo que nos inspira hoy a nosotros para obrar.
El famoso Mahatma Gandhi, liberador y gran líder espiritual de la India decía: “Qué maravillosas enseñanzas contiene el Sermón de la Montaña pronunciado por Jesús. Yo les digo que si ustedes los cristianos practicaran lo que enseña Jesús en él, llegarían a ser santos, grandes santos”.
Sabemos que lo esencial en nuestra vida es amar: amar a Dios y amar al prójimo (Cfr. Mt 22, 37-38); hace falta revisar en serio nuestra vida para descubrir si de verdad en ella prima el amor: amor que es entregarse al otro, sacrificarse por el otro, sentir por el otro, vivir en comunión con el otro.
Muchas veces nos dejamos dominar por el egoísmo, la envidia, nos ponemos nosotros en el centro, que todo gire a nuestro alrededor y que los demás nos sirvan a nosotros. Esto sucede a menudo con los seres más cercanos a nosotros.
“Todos debemos aprender de las víctimas a perdonar, como lo hizo Jesús en la Cruz”
Qué decir ahora del no rotundo de Jesús a la Ley del Talión: ojo por ojo, diente por diente; su enseñanza fue todo lo contrario: al que les hace el mal perdonarlo setenta veces siete. Finalmente, “ustedes han oido que se dijo: amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: amen a sus enemigos, oren por sus perseguidores… si ustedes aman solo a quienes los aman ¿qué premio merecen? Si saludan solo a sus hermanos ¿qué hacen de extraordinario?” (Mt 5, 46-47).
Por no poner en práctica la Palabra de Jesús estamos como estamos: en guerra, en odios, en rencores, en venganzas y en injusticias de toda índole.
Estamos cansados de tanta violencia y todos anhelamos una paz estable y duradera. No olvidemos que para alcanzarla necesitamos dos cosas: orar y trabajar. Orar porque en definitiva la paz es un don de Dios y trabajar porque tenemos que poner de nuestra parte todo lo mejor.
El haber logrado que el Gobierno y las FARC-EP se hubieran sentado a dialogar en La Habana y hayan producido un acuerdo, aunque este no haya sido avalado por algo más que la mitad del pueblo que votó, es ya un logro que deberá pulirse para concretarse rápida y definitivamente.
En relación con el plebiscito nos debe cuestionar primeramente la apatía e indiferencia de más del 60% de los potenciales sufragantes.
Debemos tomar conciencia de que cada uno de los colombianos, todos los colombianos somos importantes y estamos obligados a no solo exigir derechos sino también cumplir los deberes que nos atañen. Y lo segundo, todos debemos aprender de las víctimas a perdonar, como lo hizo Jesús en la cruz. Que el Espíritu Santo penetre en el interior de cada uno para sacar de ahí el odio y el rencor y sembrar la semilla del amor y del perdón.
Nuestro compromiso con la paz es, ante todo, orar y trabajar por ella. La paz es un don de Dios y una conquista humana. Como don de Dios tenemos que seguir pidiéndolo al Señor y orando por la conversión de los violentos, pero como conquista humana no podemos permanecer indiferentes, sino eficaces en la acción.
Que el Santo Rosario, meditado con María en este mes de octubre, nos lleve a imitar a Cristo, quien nos dio ejemplo de amor y de perdón. Sigamos orando a Jesucristo, el Príncipe de la Paz, por medio de María, la reina de la paz y madre nuestra, para que entre todos consigamos con nuestro esfuerzo la paz con justicia social que necesita Colombia.
Leonardo Gómez, op
Obispo emérito de Magangué