En los últimos años siempre quiso que le llamase Don Eduardo. Y no me resultaba fácil porque no podía olvidar que el cardenal Martínez Somalo había sido durante décadas una figura dominante en la Curia Romana y antes en la Secretaría de Estado donde fue un potente Sustituto a las órdenes y en total sintonía con Juan Pablo II.
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Ambos se conocieron tarde y apenas se habían tratado pero el hombre que les puso en contacto fue el polaco Andrzej María Deskur que convivía con Somalo en Santa Marta y que estaba unido al arzobispo Wojtyla con una cómplice amistad. Cuando el arzobispo de Cracovia fue elegido Papa en 1978 heredó como Sustituto –el tercer cargo en el gobierno de la Iglesia– a Giuseppe Caprio con el que no llegó a entrar en confidencia. Fue entonces cuando Deskur le sugirió que llamase al entonces Nuncio Apostólico en Colombia. “Es el hombre que necesitas a tu lado” le dijo y acertó.
En sintonía
Ya he escrito alguna vez que entre Wojtyla y Somalo se creó una rara y profunda sintonía teniendo ambos características psicológicas muy diversas. El pontífice nacido en Wadowice y que arrastró vivencias personales muy dramáticas, como buen eslavo reflexionaba circular y dubitativamente; por el contrario el nacido en Baños de Rio Tobía en el seno de una familia numerosa tenía una idiosincrasia luminosa y jovial, yendo siempre directamente “al grano”. Se complementaban a la perfección y acabaron sintonizando sin grieta alguna. En esa atmósfera trabajaron juntos muchos años.
Al cabo de los cuales el Santo Papa para agradecer sus servicios su fiel colaborador le hizo cardenal en 1988 y le nombró primero Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y después para los Institutos de Vida religiosa. En 1993 le hizo Camarlengo de la Santa Romana Iglesia y desempeñó esa función de forma impecable entre la muerte de su querido Pontífice hasta la elección de Benedicto XVI. Al cumplir los ochenta años el 31 de marzo del 2007 dimitió y llevó una vida reservada en su aposento situado apenas a cien metros de la Basílica de San Pedro a la que solía asistir en las más importantes ceremonias papales. En los últimos años esto ya le resultaba imposible y vivió retirado en compañía de dos religiosas que hoy le lloran como a un padre.
La Iglesia española
Esta rápida reseña biográfica quedaría incompleta sin referirme al papel determinante que Martínez Somalo jugó en la Iglesia española cuyos destinos trazó desde Roma siguiendo la directrices de Juan Pablo II en unión muy estrecha con los cardenales Ángel Suquía, Antonio Mª Rouco y el Nuncio Tagliaferri. Fueron los años del post-Tarancón y de esa época quedan testimonios muy directos de, entre otros muchos, de don Gabino Díaz Merchán y del cardenal Fernando Sebastián. Sobre este período los historiadores harán en su día la justa valoración.
Una última indiscreción sobre la personalidad de Martínez Somalo. De él decían quienes le trataron en Roma durante muchos años lo siguiente: “Eduardo siempre lleva la escopeta cargada”, es decir que siempre tenía la frase o el comentario oportuno para cada ocasión o interlocutor. De ello puedo dar fe yo mismo durante los muchos años que le traté.