GIANFRANCO RAVASI | Cardenal presidente del Pontificio Consejo de la Cultura
“Se percibe un respiro de sufrimiento, de miseria, de necesidad del prójimo, poniendo en juego el éxito personal, la carrera y la propia vida…”.
Su último escrito es una postal dirigida a su joven profesora y amiga, Christine Van Nooten, estudiosa de literatura clásica fallecida en 1998: Etty Hillesum, el 7 de septiembre de 1943, la echó desde el vagón del tren de mercancías que la llevaba a ella y a su familia a Auschwitz, donde tres semanas después entraría en la cámara de gas.
Escribía: “Abro al azar la Biblia y encuentro esto: ‘El Señor es mi refugio más alto’. Estoy sentada sobre mi mochila en medio de este vagón atestado. Papá, mamá y Mischa (su hermano) están en otros vagones… Hemos dejado cantando el campo [de Westerbork, donde estuvo antes detenida]. Hasta luego de parte de los cuatro”.
Ese “hasta luego” desgarrador, obviamente no se hará realidad y la vida de esta hermosa judía holandesa, extraordinariamente inteligente y dotada de un alma mística, delicada y fuerte, será apagada brutalmente por los nazis con solo 29 años.
Invitamos a nuestros lectores a no perderse sus Cartas. El corazón pensante de los barracones (Anthropos, 2001) [ver en Google Books], escritas en gran parte en Westerbork, donde Etty había sido recluida por propia voluntad para dejar una semilla de amor y una chispa de luz en el “infierno de los otros”. La fe, la Biblia, la poesía (Rilke, en particular) y el cielo serán el corazón espiritual de aquellos días, humanamente tenebrosos, que harán rencorosos e infelices a los internos.
Es una imagen gastada, pero Etty es cómo un ángel que irradia luz, sin perder el realismo de una existencia humillada en un campo de concentración. Un realismo que conoce los pequeños egoísmos de las víctimas y la brutalidad de los carceleros, pero también la alegría de un paquete de comida, de la llegada y el envío de un mensaje o de una amistad que brota.
Sobran los comentarios a las cartas de Hillesum; basta su lectura. Por eso hago solo una cita, elegida entra tantas:
La miseria que hay aquí es verdaderamente terrible. Sin embargo, por la noche, cuando el día se sumerge detrás de nosotros, camino a menudo a lo largo del alambre de espino y de mi corazón se levanta siempre una voz –no puedo hacer nada, es de una fuerza elemental–, que me dice: la vida es una cosa espléndida y grande, más tarde construiremos un mundo completamente nuevo.
Un año antes en Auschwitz moría en las mismas cámaras otra mujer de extraordinaria inteligencia, una judía alemana convertida al catolicismo, Edith Stein, discípula predilecta del filósofo Edmund Husserl.
Bautizada en 1922 con 31 años, entró en el Carmelo de Colonia en 1933 con el nombre de Teresa Benedicta de la Cruz y fue canonizada por san Juan Pablo II en 1997. A la vasta bibliografía de ella y sobre ella hay que añadir el particular retrato que le hace una hermana actual, la carmelita Cristiana Dobner. Su perfil tiene tres líneas principales. Hay, primero, un recorrido por su itinerario personal, marcado por los “índices de contrastes” y colocado al final al calor de la luz de Cristo y de la tiniebla de la Shoah.
Está, después, el hilo, tanto de la reflexión filosófica fenomenológica, su primera patria ideal, como de la experiencia espiritual, elaborada a través de escritos de apasionada certificación mística.
Finalmente, en las páginas de Dobner aparecen las palabras de quienes se cruzaron en la vida de Edith. Es sugerente el testimonio de su sobrina, Susanne Batzdorff-Biberstein: “Quién fue de verdad, cómo vivió y murió será siempre su secreto”. Todo converge en el misterio de la muerte.
¿Qué une a estas dos mujeres? Al confrontar sus circunstancias se percibe un respiro de sufrimiento, de miseria, de necesidad del prójimo, poniendo en juego el éxito personal, la carrera y la propia vida.
Sobre ellas se escuchan las palabras pronunciadas por Jesús la última noche de su vida terrena:
Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos (Juan 15,13).
En el nº 2.904 de Vida Nueva.
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