El Sínodo de los Obispos sobre ‘los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional’ que se celebra estos días en Roma ha abordado en sus debates la cuestión LGTB. Son los propios jóvenes quienes manifiestan un interés creciente en la situación de personas lesbianas, gays,transexuales y bisexuales. Para muchos de ellos, esas personas LGTB no son otras que sus hermanos y hermanas, tíos y tías, amigos y vecinos o son incluso ellos mismos. Esto ha tenido su propio reflejo en el ‘Instrumentum laboris’ del Sínodo, que especifica que “a algunos jóvenes LGTB (…) les gustaría sentir una mayor cercanía y disfrutar de una mayor consideración por parte de la Iglesia” [III, 197].
Quizá en algunas partes se vea esto como una preocupación propia del mundo “occidental”. Pero la diversidad étnica de la comunidad LGTB en Occidente –en parte porque algunos han buscado refugio o asilo allí debido a su sexualidad– demuestra que el trato a las personas LGTB concierne a la Iglesia global. Además, es cada vez mayor el número de católicos que en todo el mundo se identifican como LGTB.
Por todo ello, los delegados tuvieron que afrontar en el Sínodo algunas cuestiones sobre las personas LGTB. Según los participantes, los debates se han centrado por ahora en dos cuestiones, ambas de carácter terminológico. En primer lugar, ¿puede usar el sínodo en sus documentos el término ‘LGTB’? Y en segundo lugar: ¿aceptaría el sínodo que también las parejas homosexuales forman una “familia”? ¿Y cómo podríamos abordar estas cuestiones sin cuestionar la enseñanza de la Iglesia sobre homosexualidad o su oposición al matrimonio de personas del mismo sexo? Analicémoslas.
Primera: ¿puede usar el sínodo en sus documentos el término ‘LGTB’?
Permítanme sugerir tres buenas razones por las que pienso que sí.
- Si ellos quieren ser llamadas “personas LGTB”, llamarlas así es parte de ese “respeto” del que habla el Catecismo de la Iglesia Católica
Esta podría ser la razón más importante para usar el término común ‘LGTB’: es el nombre que la mayoría de estas personas usan hoy para referirse a sí mismas. Usarlo es parte del “respeto” al que se refiere el Catecismo de la Iglesia Católica (Nº 2358). Por poner otro ejemplo, el uso del lenguaje evita hoy el término ‘negro’ y usa en su lugar ‘afroamericano’, que es como ellos desean llamarse. Oponerse a llamar a un grupo de personas con el nombre con el que ellos desean llamarse a sí mismos, bordea el menosprecio. Y téngase en cuenta que los jóvenes LGTB, que han sido tantas veces hostigados, acosados, insultados y llamados de todo, están muy sensibilizados frente a los tonos irrespetuosos del lenguaje.
Más aún, si la Iglesia usa términos que son abiertamente anticuados, extraños, demasiado clínicos o considerados irrespetuosos o incluso ofensivos (como para ellos puede ser la expresión “atraídos por personas de su mismo sexo”), la Iglesia estará impidiendo un diálogo eficaz con este grupo. Y si la Iglesia no se compromete en el diálogo, no podrá hacer buena teología. Iría en el camino contrario a la invitación del Concilio Vaticano II de ser “una Iglesia en el mundo de hoy” (‘Gaudium et spes’). En cambio, aceptar el término usual LGTB, no será solo más respetuoso, sino también más útil teológicamente, especialmente para la gente joven.
- Usar la expresión “católicos LGTB” los incorpora a la Iglesia
Sostienen algunos que utilizar ese término parece separar a las personas LGTB del resto de la Iglesia. Pero este mismo argumento no lo planteamos cuando nos referimos a otros grupos eclesiales. En efecto, hay muchos otros grupos que son habitualmente identificados por una característica particular –jóvenes católicos, católicos latinoamericanos, personas mayores católicas, padres católicos– y muy poca gente piensa que esta etiqueta los separe de la Iglesia. Tan solo los identifica como parte del Cuerpo Místico de Cristo y nos recuerda de paso la extraordinaria diversidad de la Iglesia (1 Cor 12:20). Los jóvenes LGTB quieren sentirse parte de la Iglesia. Y esto es un síntoma de diversidad, no de división.
- Usar la expresión “católicos LGTB” no implica aceptar ninguna ideología
Cuando las personas se describen a sí mismas como LGTB, eso no significa que ellas consideren su sexualidad como el rasgo principal de su personalidad, como tampoco lo hacen quienes se refieren a sí mismos como “católicos italianos” o “personas mayores católicas”. Usar el término no implica que ser LGTB sea para ellos lo más importante de lo que son. En general, usar un adjetivo no equivale a definir a una persona o a un grupo bajo esa única característica.
Del mismo modo, utilizar el término no implica una declaración oficial de apoyo a una ideología o a una determinada posición teológica. Por ejemplo, cuando una persona joven se identifica como ‘gay’ o ‘lesbiana’, está expresando solo una parte de lo que es, y no planteando ningún conflicto. De hecho, las personas LGTB abarcan un amplísimo espectro de visiones y compromisos sociales, políticos o económicos.
Por todas estas razones, sugeriría que el sínodo usara sin miedo el término ‘LGTB’, ampliamente aceptado.
Segunda: ¿puede el Sínodo reconocer que las parejas homosexuales forman también una “familia”?
De nuevo, permítanme sugerir tres motivos a favor de que, a pesar de la oposición de la Iglesia al matrimonio de personas homosexuales, podría tener sentido utilizar en el sínodo esta terminología.
- Hay muchas maneras de ser una “familia”
Dada la amplia diversidad cultural que existe en el mundo, encontramos muchos tipos de familia, aparte de la familia nuclear que forman la madre, el padre y los hijos. E históricamente han existido también muchos tipos. En la Biblia, por ejemplo, aparecen familias de las más diversas formas y tamaños.
Hoy en día, las familias no siempre se forman exclusivamente por el matrimonio, sino también por otros lazos de amor y de afecto. Por ejemplo, una madre soltera y su hija; un hombre divorciado y su hijo adoptivo; una pareja de personas divorciadas que se volvieron a casar y los hijos de ambos; una pareja de hecho con hijos; un abuelo, tío o tía que crían y educan a sus nietos o a sus sobrinos; un tutor legal y el pupilo con quien convive; o varias generaciones de adultos que comparten la vida con hermanos y primos; o una familia de hermanos y hermanas cuyos padres fallecieron. En el mundo occidental está creciendo el número de hijos que nacen de parejas no casadas. Cada uno de estos grupos se perciben a sí mismos como una familia, aunque no sea en el modo tradicional.
Puede que la Iglesia no apruebe algunas de estas situaciones, pero a pesar de ello se refiere a ellos como familias. Durante el Sínodo, se ha usado y se usa el término en sentido amplio y coloquial. Puede que incluso algunos delegados sinodales procedan de familias no tradicionales, pero lo más probable es que ellos mismos la llamen también “familia”. Los propios sacerdotes asumen que las familias son mucho más complejas de lo que acertamos a imaginar. Así pues, las parejas homosexuales pueden formar “familias” y merecerían ese trato.
- Las parejas homosexuales son “familias”, tanto en sentido legal como emotivo
La Iglesia se opone a los matrimonios de personas del mismo sexo. Pero las parejas homosexuales están siendo reconocidas cada vez más por las autoridades civiles como familias. Los juzgados de numerosos países consideran ya a las parejas homosexuales como familias legalmente constituidas y en otros se reconoce su afinidad o parentesco. Es decir, son familias desde el punto de vista legal.
También en este tipo de familias, al igual que en las familias tradicionales, pervive el amor y alienta ese amor en la generosidad del cuidado mutuo, en el cuidado de los hijos, en el cuidado de los padres ya ancianos y de la comunidad en general. Y son capaces incluso de adoptar niños que viven en las condiciones más desfavorables y marginales. Familias como esas son ciertamente las que proporcionan al mundo un modo de estabilidad social, son comunidades de apoyo a los demás que favorecen el desarrollo de la sociedad y contribuyen al bien común.
Así pues, si la Iglesia quiere llegar eficazmente al mundo contemporáneo, tiene que atreverse a usar los términos con los que el mundo se entiende a sí mismo. Y negarse a ello arruinaría el diálogo con toda esta variedad de familias.
- Las parejas homosexuales tienen hijos que necesitan también atención espiritual
La oposición de la Iglesia a los matrimonios homosexuales es evidente. Pero incluso si se han casado sin el beneplácito de la Iglesia, unos padres o madres homosexuales realizan básicamente las mismas actividades que otros padres y madres: quieren a sus hijos, les proporcionan educación y cuidados y se esfuerzan por ayudarles a llegar a ser las personas que Dios quiere que sean.
Y también quieren que sus hijos formen parte de la Iglesia. Estas parejas homosexuales católicas bautizan a sus hijos, los llevan a Misa, los enseñan a rezar, los llevan a la catequesis o a las clases de Religión, les llena de alegría que reciban los sacramentos y desean para sus hijos esa fuente espiritual de gracias que es la Iglesia. Todo esto no puede ser más que fruto de una fe y de la gracia de Dios que actúa en el corazón de estos padres.
Incluso en situaciones en que los católicos LGTB han sido heridos o menospreciados por la Iglesia, muchos siguen queriendo educar a sus hijos en la fe, lo que desde luego constituye una inconfundible muestra de la gracia de Dios en ellos. Es esta una poderosa fuente de vitalidad para el Cuerpo Místico de Cristo y es muy importante que la Iglesia así lo reconozca y lo asuma. También los hijos de estas parejas se ven naturalmente a sí mismos como parte de una familia. Sostener lo contrario supone arriesgarse a que estos niños y jóvenes se sientan excluidos en su propia Iglesia.
La familia ha sido llamada a menudo “la Iglesia doméstica” (‘Lumen gentium’, 11), el lugar donde los hijos aprenden las primeras ideas sobre Dios y sobre el amor. Por ello, quizá la mejor razón para usar el término “familia” para estas parejas y para sus hijos es que son lugares donde se vive y se experimenta el amor.
James Martin, SJ, autor de ‘Tender un puente. Cómo la Iglesia católica y la comunidad LGTBI pueden entablar una relación de respeto, compasión y sensibilidad’ (Mensajero)
Traducción de Juan V. Fernández de la Gala
Artículo original publicado por la revista jesuita America, el 12 de octubre de 2018