A la promoción 52 del Colegio Antonio Rosmini
“Descubre tu presencia, y máteme tu vista y hermosura; mira que la dolencia de amor, que no se cura sino con la presencia y la figura”, canta San Juan de la Cruz en su Cántico Espiritual. En un momento en el cual nos hemos visto obligados por la pandemia a explorar, con más pena que gloria, las bondades de la Educación Virtual, estos versos caen como rocío sobre un desierto de confusiones y apatías. La lejanía de las aulas nos volcaron a descubrir o redescubrir la necesidad del otro, de aquella presencia que es capaz de curar todas las dolencias de amor.
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El ejercicio docente necesita de la presencia de aquel que más se quiere, por quien se adolece, se pena y se muere, tal y como expresa el místico poeta. No, no creo que estuviera pensando San Juan de la Cruz en un salón de clase, tampoco en una pandemia y mucho menos de Educación del tipo que sea, pero es que los poetas realmente no creen en nada, más bien, no parten de ninguna certeza, sino más bien, de algo más puro e inocente: parten de la intuición. Algo que hemos abandonado, precisamente para perseguir certezas.
Lo intuitivo, el misterio…
La Educación ha venido perdiendo toda noción intuitiva renunciando al asombro que posibilita el conocimiento. Ha perdido esa noción poética que la impulsa a la inspiración y al entusiasmo. Las tecnologías, de las cuales de principio no soy enemigo, han abierto el camino para el desmontaje de lo intuitivo, del misterio, de lo poético, para engranar todo en la infraestructura de la innovación.
Entonces, de la voz antigua de la belleza y la poesía brota como trueno desbocado la palabra de Antonio Machado para decirnos que: “Nada os importe ser inactuales…, huid de los novedosos…, de cada diez novedades que pretenden descubrirnos, nueve son tonterías. La décima y última, que no es una necedad, resulta a última hora que tampoco es nueva”. Tantas innovaciones que nada dicen nos han hecho olvidar que el educar es un acto de amor. He allí lo vital de la presencia para el ejercicio educativo. La presencia posibilita la explosión de la mirada: ese descubrimiento del otro. La posibilidad de establecer, si se quiere, una mística de la mirada.
Desnudar la presencia
La presencia posibilita la explosión de la mirada: ese descubrimiento del otro. La posibilidad de establecer, si se quiere, una mística de la mirada. El teólogo Johann Baptist Metz nos recuerda que la mística tiene que ver con el desplegarse de todos los sentidos en una creciente captación y entrega a lo real con la finalidad de hacer más ineludible el compromiso histórico, particularmente con los más desfavorecidos, para quien quiera seguir el camino cristiano. La mirada que desnuda la presencia que nos mira a la que miramos, como resaltó Sartre, es juez omnipresente que nos transforma en sujetos que pueden ser juzgados en cualquier instante, en cualquier lugar, aquí y ahora; es decir, es la convivencia con la subjetividad del otro. La presencia y la mirada son distorsionadas por lo virtual. Por ese mundo tecnológico al cual nos hemos lanzado como si se tratara del único camino hacia el conocimiento y la verdad. Ah, racionalidad moderna…
Nos volvimos de pronto muy académicos. Así que, es momento de concluir por donde comenzamos, por medio de ese conocimiento superior volcado en la poesía. Acudimos nuevamente a Antonio Machado, a él y no a ninguna de sus pieles que ruedan irresponsables por la Literatura. Escribe Machado: “«Dice la razón: Busquemos la verdad. Y el corazón: Vanidad. La verdad ya la tenemos. La razón: ¡Ay, quién alcanza…la verdad! El corazón: Vanidad. La verdad es la esperanza. Dice la razón: Tú mientes. Y contesta el corazón: Quien miente eres tú, razón, que dices lo que no sientes. La razón: Jamás podremos entendernos, corazón. El corazón: Lo veremos”. Paz y Bien
Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor. Maracaibo – Venezuela
Foto: Pintura al óleo de 1950 de Gertrude Abercrombie. Strange Shadows