Tribuna

Educar en la belleza

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“Que su adorno […] sea la persona secreta del corazón en la vestidura incorruptible del espíritu quieto y apacible, que es de gran valor a los ojos de Dios”, escribe Pedro en su Primera Carta (3,3-4). El apóstol Pedro señala en estas líneas la importancia de centrar nuestra atención en la búsqueda de una belleza interior.



Por supuesto, no se trata de edificarla, pues ella ya está allí desde el principio, sino, más bien, tomar conciencia de que ella está presente y viva. Plotino, puente que comunicará al pensamiento griego con el cristiano, entenderá que la belleza es esplendor del bien.

Esplendor que reside también en la inteligencia y, precisamente es bella porque está iluminada por el bien. Ella existe independientemente de los ojos que la contemplan, pero estos ojos tienen que participar en ella para poder contemplarla. En tal sentido, resulta imprescindible  purificar la mirada para poder aprender a ver. Probablemente a estas cuestiones se refería Cristo cuando insistía en que aprendiéramos a ver con los ojos del corazón, ya que, de esa manera, tendríamos conciencia de que el Reino de Dios está en nosotros.

Hermosura tan antigua y tan nueva

Uno de los momentos más sublimes en las Confesiones de San Agustín es cuando se siente completamente subyugado por haber cobrado conciencia de su verdad como hombre frente a la realidad de la belleza que es Dios: “¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por de fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían”.

A partir de este descubrimiento, San Agustín terminará desarrollando el sistema estético más completo de la antigüedad, uno tan antiguo y tan nuevo. Una experiencia similar, ya lo hemos dicho anteriormente, es la experimentada por los discípulos de Emaús cuando, luego de su encuentro con el amor hermoso resucitado, experimentan la sensación profunda del ardor en el corazón, es decir, en despertar estético en lo más íntimo de su ser. Despertar estético que, naturalmente, va mucho más allá de lo que hoy podemos entender por tal. No se trata de una cosmética, sino de un despertar divino hacia la plenitud del hombre que se encuentra en la perfección a la que hemos sido llamados.

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Educar en la belleza

El escritor y pintor, Max Jacob afirmaba que el camino más seguro para alcanzar el bien es la belleza. Santo Tomás de Aquino, por su parte, desarrollará la Via Pulchritudinis como una de las maneras de conocer a Dios, puesto que se trata del camino hacia la Verdad y el Bien. Camino que, desde el principio, ha solicitado la Iglesia seguir. En tal sentido, educar en la belleza implica considerar seriamente la trascendencia. Para ello hemos contado siempre con la posibilidad de la contemplación, como la vía para discernir sobre qué es lo bello, al profundizar a través de ella y llegar como decíamos a la esencia misma de las cosas.

La vía de la belleza responde al íntimo deseo de felicidad que habita en el corazón de todos los hombres. Así se ha venido pregonando desde el principio de los tiempos. El epíteto de bello aparece con frecuencia en los poemas homéricos con la finalidad de resaltar las ideas de perfección, fuerza y potencia. La capacidad del hombre de reconocer la belleza, de degustarla, disfrutarla y reconocerse en ella, implica una clara orientación hacia lo perfecto.

Esta es una idea que comparto con los antiguos: la belleza es una expresión, no solo estética, sino ética y moral. Hacia allá apuntan los pensamientos de los pensadores cristianos: reconocer la belleza de Dios, revelada por la belleza singular de su Hijo, que constituye el origen y el fin de todo lo creado. Somos imágenes de Dios, por lo tanto, así como ha reconocido San Agustín, esa belleza se encuentra dentro de cada hombre y la educación, como hemos apuntado, un camino para que ilumine el exterior. Paz y Bien.


Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor. Maracaibo – Venezuela