El fenómeno de las peregrinaciones cristianas que se desarrolló en Tierra Santa a partir de la época de Constantino impulsó los viajes. Se partía por devoción y no cundía el desánimo a pesar de las innumerables dificultades encontradas en el camino como los bandidos, los piratas, el clima adverso, el hambre, la sed y el frío.
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Eran impedimentos que pondrían a prueba la voluntad de cualquiera, especialmente de aquellas que, como las peregrinas, no tendrían los medios físicos necesarios. La Historia documenta cientos de casos de mujeres que, impulsadas por el amor a Cristo, viajaban durante meses, o durante años, hasta Jerusalén.
Es el caso de María Egipcíaca, prostituta redimida por la peregrinación a Tierra Santa de la que sabemos por el patriarca Sofronio (550-639). La peregrina, bloqueada por una fuerza misteriosa cuando estaba a punto de entrar en el Santo Sepulcro, miró a la Virgen quien le indicó el punto exacto del Bautismo en el Jordán. María Egipcíaca cruzó el río y comenzó su nueva vida eremítica y ascética en la orilla opuesta. La peregrinación es un rito de paso que purifica y regenera.
En la Antigüedad tardía, las mujeres de la alta sociedad se encontraban entre las protagonistas del fenómeno en su primer gran desarrollo. Egeria, autora de un Itinerarium en el que relata su viaje a los lugares santos de la cristiandad que describe a las dominae sorores, pertenece a una clase social alta de acuerdo con datos como la deferencia con que es recibida por las más altas autoridades religiosas, la escolta de soldados y oficiales imperiales que la acompaña en algunos tramos de su recorrido, la duración y los costes del viaje, el uso de carros y monturas bien o la posesión de un diploma (una especie de pasaporte ante litteram) que le permitía transitar por el cursus publicus. Egeria dejó Galicia para emprender una peregrinación que la llevó desde el Mar Rojo y Arabia hasta Antioquía y Constantinopla, después de haber pasado evidentemente por Palestina.
Sobre Jerusalén, la peregrina describía con gran detalle las basílicas constantinianas y las liturgias de los Santos Lugares, transmitiendo su cautivador ambiente con motivo de las fiestas. La fortuna del Itinerarium Egeriae constituye un caso excepcional en la historiografía de la peregrinación. Su diario fue descubierto apenas hace un siglo y medio en la biblioteca de la Fraternidad de Santa Maria della Misericordia en Arezzo.
Una década después del descubrimiento del libro, ya había cinco ediciones y cuatro traducciones completas al ruso (1890), al italiano (1890), al inglés (1891) y al danés (1896), a las que siguieron, en los años siguientes, al griego, alemán, español, francés, polaco, portugués, rumano, catalán y hebreo. Pero Egeria no es la única ni la primera peregrina de Jerusalén.
Actividad constructora
Fue la emperatriz Elena, madre de Constantino, quien inició la peregrinación a Tierra Santa en el año 326. Después del Concilio de Nicea, Santa Elena visitó Belén y Jerusalén donde, acompañada por el obispo Macario, redescubrió en los lugares de la Pasión y –así narran Ambrosio y Paulina de Nola– la Vera Cruz. Eusebio de Cesárea, que destaca el papel de Constantino, habla del deseo único de madre e hijo quien inició la construcción del entonces tripartito del Santo Sepulcro: la basílica de cinco naves, el tripórtico con atrio y la rotonda del anástasis.
Otras peregrinas de familia imperial fueron Elia Eudocia Athenaide, esposa de Teodosio II; Eudoxia, hija de la misma Elia Eudocia y Teodosio, que se casó con Valentiniano III; Licinia Eudocia, hija de Eudoxia y Valentiniano; o Anicia Juliana, hija de Placidia la Joven y Flavio Anicio Olibrio.
Un aura de santidad rodeaba a Eudocia. A ello contribuyó la recuperación de las reliquias del protomártir Esteban y las cadenas de san Pedro, así como la intensa actividad constructora que promovió. Tras el matrimonio de su hija Eudoxia, celebrado en Constantinopla el 28 de octubre de 437, Eudocia decidió cumplir con una promesa, la de peregrinar. Lo hizo hacia el 438-439. Fue a Palestina por segunda vez en 443 y permaneció allí hasta su muerte. Allí fundó dos monasterios, tres oratorios y un convento con un hospicio adjunto. Financió la construcción de la iglesia del Pretorio o Santa Sofía, de San Pedro en Gallicantu, de San Juan Bautista al sur del Santo Sepulcro y de la basílica de San Esteban donde fue enterrada en 460.
El círculo de matronas de San Jerónimo
También encontramos el círculo de matronas de San Jerónimo. Durante la época romana, el entonces secretario del Papa Dámaso se reunió en el Aventino con un grupo de Clarissimae, mujeres de clase alta a las que inculcó el ideal del desapego del mundo. Hay una carta de su correspondencia que estaba dirigida al joven Eustaquio tras la muerte de su madre, santa Paula. Sabemos más de Paula por San Jerónimo quien documentó la peregrinación de Paula quien llegó al puerto de Ostia acompañada de familiares, amigos y sirvientes.
La separación de sus seres queridos y sus riquezas hizo que el embarque fuera dramático, pero la fe que la impulsó a irse fue más fuerte que todo. Paula visitó Palestina y los monasterios de Egipto y fundó un hospital en Belén. En la carta a Santa Marcela, Paula y Eustaquio exhortaban a la destinataria a alcanzarlos. Al hacerlo, madre e hija pusieron de relieve la riqueza y la grandeza de Roma frente a la párvula Belén. La noble Paula, que se había vestido con ropas de seda y había sido servida por esclavos, se decantó por las dificultades de la peregrinación y el rigor de la vida monástica.
La peregrinación de Santa Melania la Anciana se remonta a mediados del siglo IV. Melania se encontraba en Palestina cuando, al recibir la noticia del matrimonio de su sobrina, decidió regresar a Roma. Al poco tiempo, vendió todas sus propiedades y se instaló en Jerusalén, donde fundó un monasterio. Santa Melania Iuniore y Piniano llevaron una vida de fe opuesta al modelo mundano de Roma. Los esposos aristócratas cristianos viajaron desde Italia en 410-411 a Tagaste, la ciudad de Numidia.
Nuevo orden geopolítico
Después escucharon la llamada de Jerusalén y dejaron todo para partir hacia Tierra Santa. Las numerosas peregrinas que acudían a Tierra Santa durante el Bajo Imperio parecen desaparecer a finales del siglo V. Ugeburga, una religiosa pariente del obispo alemán San Willibaldo que viajó en el siglo VIII, parece ser la única presencia femenina en la historia de la peregrinación a Jerusalén durante la Alta Edad Media.
Después del año 1000, el panorama cambia radicalmente. Lejos de disminuir, la destrucción del Santo Sepulcro por el califa fatimí al-Hakim (1009) provocó un desarrollo del fenómeno de las peregrinaciones relacionado con el nuevo orden geopolítico de la península balcánica, que privilegiaba el camino terrestre, y con un intenso anhelo escatológico entre 1033 y 1099, año de la toma cruzada de la Ciudad Santa. No se viajaba en soledad o en pequeños grupos, sino en grandes peregrinaciones que, en algunos casos, eran de miles de fieles.
En esos grupos está documentada la presencia de muchas mujeres. Hay razones para pensar que muchas, que no fueron nombradas, estaban entre esas multitudes mencionadas por Rodolfo Glabro, el monje que fue uno de los más grandes cronistas de la Edad Media. Laicos y clérigos, ricos y vagabundos, caballeros y ermitaños partían como peregrinos hacia Oriente. O emprendían un viaje sagrado y más accesible visitando las muchas Jerusalenes que se formaban en Europa.
Muchas peregrinas partieron en una última peregrinación. En vísperas de la Cruzada, Hildegarda de Anjou fue a morir a Jerusalén secundum desiderium cordis sui y pidió ser enterrada cerca de la tumba del Salvador. El de las peregrinas es un tema atemporal. En la Baja Edad Media surgieron los casos ejemplares de Brígida de Suecia y Margery Kempe, ambas esposas y madres que, en la segunda parte de sus vidas, optaron por peregrinar.
Santa Brígida, hija de peregrinos, pertenecía a una familia de la alta aristocracia y pudo permitirse un séquito que la protegiera. Tras la muerte de su marido, –con quien ya había estado en Compostela–, decidió ir a Roma y a Jerusalén. Kempe vivió una experiencia más difícil. Tras una visión, partió sola y sin medios a las tres peregrinationes maiores, y escribió un diario de viaje conocido como El Libro de Margery Kempe. Por último, y aunque no se puede atribuir ninguna característica exclusiva, lo cierto es que en la historia de la peregrinación la presencia de mujeres ha desmentido la imagen convencional de la “Edad Media masculina”.
La imagen de una mujer valiente
En 1984 España imprimió el sello conmemorativo ‘XVI centenario del viaje de la monja Egeria al Oriente Bíblico, 381-384’, conmemorando el centenario del hallazgo de su diario. La famosa peregrina aparece a lomos de una mula, vestida de rojo y con un manto celeste. No se sabe casi nada de Egeria. Solo se teoriza sobre su vida a partir un texto en latín que dejó.
No es su rostro real, sino el retrato ideal de la mujer que en el siglo IV partió de Galicia para llegar a Tierra Santa dejando al mundo un preciado libro de viajes que se halló 1500 años después en Arezzo. Para el monje Valerio, un asceta español del siglo VII, escritor y cronista de su época, ella era monja y el diario es una larga carta a sus hermanas.
Otros estudiosos, teniendo en cuenta que la duración del viaje fue de cuatro años con sus correspondientes gastos, creen que debió ser una mujer de clase media acomodada, de cierta cultura y cristiana. Egeria prestó especial atención a la liturgia. Causa gran interés a investigadores y estudiosos su descripción de la Semana Santa en Jerusalén.
*Artículo original publicado en el número de marzo de 2022 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva