La conmemoración del Primero de Mayo, fiesta de San José Obrero y día internacional de los trabajadores, nos une en armonía a cristianos y no cristianos en la lucha por la dignidad laboral. ¿Cuál es la realidad del trabajo hoy? Un total de 3.304.300 personas desempleadas y 618.000 son los hogares sin ningún ingreso. Más de 12 millones de personas se reconocen como trabajadores pobres y 652 personas fallecieron en accidentes de trabajo en 2018, un 5,5% más respecto al año anterior, su máximo en siete años.
El denominador común de estas cifras es la indecente precariedad laboral que asfixia, excluye y mata a la mayor parte de la población: la clase trabajadora. El ser humano es utilizado como objeto de producción y beneficio al servicio del capital y no como sujeto de vida y de derechos. Basta con mirar nuestras propias familias, llamar a la puerta de la vecina, caminar por el barrio o pararse en la frutería de la esquina.
La indecente precariedad se ceba con los indefensos: inmigrantes, jóvenes, mujeres. Ellos son rostro de la pobreza crónica que se asienta en nuestras vidas. Asistimos a una realidad dual del trabajo, donde encontramos un gran número de personas sin trabajo mientras otras son sobrexplotadas con jornadas interminables. Esto requiere urgentemente un nuevo planteamiento desde la justicia, el bien común, la sostenibilidad de la vida y la naturaleza.
“¿No es este el carpintero, el hijo de María?” (Mc 6, 3). Jesús, referente obrero carpintero, trabajó con sus manos, manipulaba la materia prima creada por Dios y con su habilidad de artesano la transformaba y daba forma. Un sector muy amplio de esta sociedad está excluida hoy de experimentar lo que el trabajo dignifica a su vida.
Pero, ¿quién se hace cargo de estas realidades? El papa Francisco plantea a los movimientos sindicales dos grandes desafíos. Por un lado, dar voz a quienes no la tienen desenmascarando a quienes pisotean sus derechos. Por otro, “vigilar desde las murallas de la ciudad del trabajo” y proteger a los que ya están dentro, pero sin dejar de mirar a los que no cuentan, a los excluidos.
(…)