“Bernardino, si pudiera, se metería debajo de una losa”. Así definía el padre Burgos, entonces director general de PPC, a Bernardino M. Hernando, que acaba de fallecer en Madrid el 7 de abril de un derrame cerebral. Y así se ha ido este entrañable humanista –pues eso era sobre todo–, además de periodista y profesor, silenciosamente, sin hacer ruido. Tímido, culto, lector empedernido, sonriente, poeta y un poco sarcástico y escéptico, vivía como mirando el mundo desde un palco y una asumida y radical libertad.
Mansilla de las Mulas le vio nacer hace 84 años y desde su juventud se zambulló en la cultura, tanto que a los 17 empezó a publicar y contar en los círculos literarios de León. No era de extrañar que desde el seminario lo catapultaran a Comillas. “Yo sabía perfectamente lo que había que hacer allí para que, en un determinado momento, fueras un seguro candidato a obispo”, me dijo una vez. Pero a él, lo que le iba eran los libros, que por cierto nunca le cupieron en su casa. Por eso consiguió un título en Lengua y Civilización Francesa en París, y, cuando lo llamó Martín Descalzo, se vino a Madrid, donde se sacó el carné profesional de periodista.
Eran los tiempos heroicos en que Vida Nueva pasó de semanario familiar a revista especializada en información religiosa, siguiendo el modelo de Les Informations Catholiques Internationales. Con Joaquín Luis Ortega y Antonio Pelayo formaban una redacción pequeña, pero creativa, alegre, y muy valiente en plena censura franquista. Yo lo traté en mis tiempos de redactor y redactor jefe, cuando él me llamó al ser nombrado director. Durante su mandato impregnó la revista de un fuerte sabor cultural, le quitó clericalismo e hizo que se leyera fuera de los ambientes confesionales. Sobre todo, gracias a una página política de Martín Prieto, que este periodista escribía bajo el seudónimo de Segundo Arteche y que, a veces, ocasionó que la revista fuera retirada. Él incorporó al gran humorista Cortés y a varias plumas de mucho prestigio en plena transición democrática.
‘Bernard’, como le llamábamos en familia, tuvo que dejar la dirección a raíz del conflicto provocado por el escandaloso ‘scoop’, que no pudimos publicar, de que el Opus Dei estaba a punto de convertirse en prelatura. Y creo que aquello, y el descubrimiento de algunas cloacas, provocaron un fuerte desengaño de la Iglesia institucional que le movió a dejar el sacerdocio de facto, sin papeleo, sin pedir la secularización.
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