FRANCESC TORRALBA | Filósofo
“Si el cínico tiene que inventar un discurso político, social o religioso, supuestamente liberador, lo hará…”.
Peter Sloterdijk (1947), autor de la Crítica de la razón cínica, analiza pormenorizadamente el fenómeno del cinismo posmoderno y sus múltiples expresiones en la cultura contemporánea.
El cinismo posmoderno es una consecuencia directa del nihilismo. Si nada tiene sentido, si la vida humana es un naufragio, una fatalidad, y tanto el nacer como el morir son actos efímeros que sellan un paréntesis absurdo, la vida humana, la lucha por un mundo mejor, el compromiso para transformar la historia, el sacrificio por algo, carece de sentido. Todo procede de la nada y vuelve, luego, a la nada. Nada merece la pena: ni el esfuerzo y la entrega, ni el don de sí mismo.
El cinismo es la peor versión de la desesperación. Por eso, escribe Ernst Bloch: “Causa posiblemente más alegría un nazi convertido que todos los cínicos y nihilistas juntos”. El cínico sabe que nada tiene sentido, lo tiene asumido, pero trata de sacar el mejor partido de su vida, aspira a vivir confortablemente, a mantener las máximas cotas de poder y de bienestar y, para ello, no tiene reparos en mentir, en engañar o en falsear la realidad. En su imaginario no existe Dios, tampoco una Ley eterna, menos aún un infierno o un juicio final. Todo vale, porque nada vale. No existen jerarquías, ni pirámides de valores. Nada se interpone a sus intenciones. La cuestión es sobrevivir lo mejor posible, poder ocupar el mejor lugar dentro del navío y subsistir en él el mayor tiempo antes del naufragio final. No es una casualidad que Søren Kierkegaard afirme en Las obras del amor que no creer en nada es el principio del mal.
Si el cínico tiene que inventar un discurso político, social o religioso, supuestamente liberador, lo hará; si, para ello, se ve obligado a proyectar una utopía futura que él mismo no cree, para buscar la complicidad de los otros, para entusiasmarles y aprovechar al máximo su energía, se inventará un relato para tal fin. Cualquier gran palabra se convierte en un pretexto para mantenerse en el poder. El cínico no cree en las grandes palabras, menos aún en el poder de las ideas para cambiar la situación. Ridiculiza los últimos ideólogos, los soñadores de mundos posibles, los que todavía se indignan por la situación social, económica, política que viven miles de seres humanos en el mundo. Se ríe de ellos, pero a escondidas, pues, si conviene, representa el papel de ciudadano comprometido, pues le interesa su fuerza, su malestar, su energía y hará todo cuanto pueda para canalizarla interesadamente y sacar tajada de ella.
Sabe cuál fue el destino de las denominadas ideologías emancipadoras del siglo XX. Militó en partidos clandestinos y luchó, con ahínco, para conseguir un mundo mejor, una sociedad más transparente y democrática, instituciones más libres y participativas, pero, en el presente, cuando contrasta sus sueños de juventud con la realidad, se sume en la desilusión.
Escribe Peter Sloterdijk en boca del cínico posmoderno: “Yo me engaño, luego existo; y yo desenmascaro las ilusiones, yo mismo engaño, luego me mantengo”. Por todo ello, concluye Sloterdijk, es esencial y urgente una crítica de la razón cínica, pues –según él– esta “ha demostrado cómo los ‘sujetos’, que se han vuelto al mismo tiempo duros y hábiles en sus presiones de lucha existencial y social, han dado la espalda en todas las épocas a lo general y no han dudado en renegar de todos los ideales de alta cultura cuando se trataba de cuestiones de autoconservación”.
La crítica del cinismo es la única posibilidad de vencerlo. En toda crítica, subsiste un indicio de esperanza, la confianza en que en todo ser humano, más allá del desencanto, del miedo y del engaño, existe un potencial para el bien, para el sacrificio, para la transformación de la realidad.
En el nº 2.917 de Vida Nueva.