Tribuna

El combate del siglo

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El enorme caudal informativo de este tiempo atenta contra la reflexión. Nos resulta dificultoso observar los acontecimientos en perspectiva.

La “noticia” opaca la “trayectoria” y así la acción humana parece carecer de tendencia. Cada suceso se agota en sí mismo porque otro, novedad, ocupa y demanda atención. Estamos acostumbrados a esperar lo próximo sin acumular, sin coleccionar ni procesar los hechos.

Todos los documentos pontificios tienen un valor en sí mismos. Pero también lo tienen el conjunto. A eso apuntan consideraciones que siguen.

El reciente documento ‘Cuestiones Monetarias y Financieras’  (Roma, mayo 17/2018) propone varias consideraciones para un mejor discernimiento ético sobre aspectos del sistema económico y financiero actual. Se trata de un texto que por su especificidad, poco habitual, fija posiciones muy claras y firmes en el plano de la ética económica, pero sin duda también, resulta propicio para la polémica. Es el caso del cuestionamiento al egoísmo miope, a la cultura de la exclusión y el descarte, a los paraísos financieros offshore, a las espirales de endeudamiento de los estados, al agobio de los países por el pago de intereses, a la oportunidad de gravar al renta financiera para contribuir a paliar el hambre en el mundo.

La pregunta es: ¿se trata de una intervención meramente circunstancial o puede ser interpretada en un contexto de mayor amplitud?

La historia del pensamiento económico emana de la inquietud por entender el acontecer humano en su relación con los bienes materiales y la riqueza. Y los autores más destacados enmarcan la economía en el campo de la moral. No es casual que Aristóteles lo trate en la ‘Ética a Nicómaco’, Adam Smith en su ‘Teoría de los Sentimientos Morales’, diecisiete años anterior a ‘La Riqueza de las Naciones’ o que Ludwig von Mises titule su tratado de economía como ‘La Acción Humana’.

En un momento de la historia del fenómeno humano se abre sorpresivamente una diagonal por la que se aleja el “nosotros” del “yo”. La “simpatía” no logra limitar el “egoísmo” y la codicia comienza a enseñorearse de los hechos económicos. “Por más egoísta que se pueda suponer al hombre -dice Adam Smith- existen evidentemente en su naturaleza algunos principios que lo hacen interesarse por la suerte de otros y hacen que la felicidad de éstos les resulte necesaria. Cualquiera sea la causa de la simpatía, cualquiera sea la manera en que sea generada, nada nos agrada más que comprobar que otras personas sienten las mismas emociones que laten en nuestros corazones y nada nos disgusta más que observar lo contrario”.

Todos los documentos de Francisco Pontífice son la apoyatura conceptual de su cruzada. Otro mundo es posible es el desafío de este tiempo. No es una puja entre líderes mundiales. Es una batalla de principios. De culturas. Así como el capitalismo no tiene fronteras tampoco la tienen –cito el reciente texto- las “convergencias éticas que expresan una sabiduría moral común entre los pueblos”. Este es el combate.