Lo que voy a compartir es algo que me resuena bastante y no tiene que ver con este año “hipereleccionario” en Argentina y América Latina. Vengo desde hace tiempo pensando en los 40 años de democracia que estamos ¿celebrando? ¿recordando? ¿utilizando? ¿sosteniendo? ¿perpetrando?
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Yo no estoy conforme con la democracia en la que vivo, con esa que me enseñaron en la escuela y está en la Constitución Nacional. Tampoco quiero que los que nacieron desde hace 40 años hasta ahora aprendan que esto es la democracia.
Cuando con 19 años voté en 1983, disfruté mucho y vi una buena diferencia con lo que venía viviendo hasta ese momento. Celebré el poder reunirme, ser parte, aportar, elegir, pensar mi país y aún conservo a mis amigos de otro partido político con los que compartimos la Universidad. Era mal visto no tener un amigo de otro partido. Sí, escribí y leyó bien; de otro partido.
Democracia se la asocia con elecciones, con votos, con urnas, con política, con…. Y no es así.
Ser parte
El primer sinónimo de democracia es participación, participación que no es solo votar porque tengo un documento que me acredita como ciudadano habilitado. Se trata ser ciudadano siempre; desde que respeto el semáforo para cruzar hasta usar los medios que las leyes prevén para pedirle cuenta a mis representantes pasando por ser parte (no necesariamente dirigente) de las entidades sociales en las que me muevo, un club de barrio, el centro de estudiantes en el colegio y la universidad, una entidad de bien común, la Iglesia. Participar es ser parte, dar mi parte y dejar a los demás ser parte.
Entendida democracia como participación quien no permite que otro participe, le pone obstáculos o lo degrada, es antidemocrático y, para no ser tan extrema en la definición podría decir que es un modo de corrupción, es una manera de degradar (que tiene como sinónimo alterar, podrir, empobrecer) el derecho del otro.
No sólo no se deja participar cuando se excluye o estigmatiza a alguien, también lo es cuando con el propio actuar se le quitan las ilusiones, las esperanzas, la credibilidad en la eficacia de la participación.
Democracia, no demagogia
Si alguien no sabe de democracia y se pone a analizar nuestra democracia ve que votamos, que se eligen autoridades, que se puede expresar lo que se piensa. También ve el uso de la política para fines propios, perpetuarse en cargos con o sin idoneidad, debates que se parecen bastante a discusiones de bar en donde no hay ideas superadoras sino tristes afrentas. Otra cosa que observa es que el candidato y luego funcionario desaparece y a veces le aparecen bienes excesivos en comparación a su sueldo.
Esas autoridades elegidas por voto popular suelen no estar en sintonía con esos mismos que los votaron y es más, le dieron la responsabilidad de gobernar y con sentido común bien podemos decir que son sus empleados. Y dejamos para la imaginación del lector los ataques entre todos y hacia todos con la falta de autocrítica y de responsabilidad de los propios actos, también los discursos autorreferentes y vacíos.
La democracia no es un medio, no es un trampolín, no es una escalera y un monumento al poder. La democracia es un modo de convivencia social de los ciudadanos para organizarse como pueblo. Etimológicamente significa “gobierno del pueblo”. Me causa tristeza ver como el pueblo es gobernado por ideas superficiales, falsas, publicidad manipuladora y las famosas dádivas que van desde choripanes hasta cargos.
La política es un grado de la caridad, es pensar como ciudadano el modo de hacer crecer al pueblo, a mi pueblo, a vivir democráticamente no demagógicamente.
Inconscientemente sabemos que hay que cuidar la democracia, que es valiosa y también frágil. Cuidar la democracia es cuidar la esperanza y porvenir de nuestros niños y jóvenes, es respetar la sabiduría y entrega de nuestros ancianos, es pensar cada día el mejor modo de participar, es no bajar los brazos, es no acostumbrarse a los disvalores, dejar de echar culpa a los demás y buscar puntos de encuentro.
El lector verá el modo que cuida la democracia que es cuidar la patria, toda y siempre. Y para agregarle algo más a los que tenemos fe recuerdo que el cuarto mandamiento que dice “Honrar padre y madre”, quienes nos dieron la vida y también honrar a quien nos dio la vida de ciudadanos: nuestra Patria