Tribuna

El diablo en el bolsillo: por qué restaurar económicamente a las víctimas

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Las víctimas no van buscando un rédito económico. Lo certifico desde mi experiencia. Eso no quita para que no tengamos que hacernos cargo de ver cómo ayudar a cerrar heridas. Y la cuestión económica, con toda su carga simbólica, es inexcusable; no como una limosna ni una indemnización en el sentido jurídico, sino como un acto de justicia y solidaridad. Muchas personas llevan años de terapias pagadas, con un daño patrimonial muy grande, han gastado su dinero en procesos judiciales, han perdido oportunidades laborales, a veces no han podido acabar sus carreras, han quedado muy hipotecados por un pasado que no decidieron…



¿Qué hacemos como Iglesia ante todo esto? Está claro que no se podrá ‘reparar’ ni ‘restituir’ todo el dolor que acumula cada una de las víctimas, pero esa cuantía económica sí es una parte indispensable del proceso de justicia restaurativa para que sea verdaderamente una reparación integral.

En algunos casos, una medida sensata y justa podría ser una especie de pensión o salario por un tiempo. Tal vez a otros sea pagarles los estudios, ayudarles con una vivienda o, directamente, darles una cantidad de dinero. Algunos necesitan urgentemente ese ingreso, pues se hallan en situaciones de mucho desvalimiento y desamparo. Pero no basta con dar el dinero y punto.

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El Defensor del Pueblo lanza esta alerta: a veces, con una indemnización económica se quiere comprar el silencio o se ha pretendido cerrar heridas en falso. Por ello, la reparación económica debe ir acompañada de muchas otras medidas: justicia civil y canónica, búsqueda de la verdad, reconocimiento, asunción de responsabilidades, transparencia en la comunicación, petición de perdón, garantías de no repetición… Por ahí pasa una reparación auténtica.

Miedos y prejuicios

Lamentablemente, en muchos líderes de la Iglesia –y también en muchos laicos– la conciencia de que la reparación económica es un derecho humano y un deber de justicia no está para nada clara. Hay muchos prejuicios en este sentido y también muchos miedos. ¡Muchas veces he tenido que escuchar la letanía de que las víctimas solo están buscando dinero! Cuando llega la noticia de que otra diócesis en Estados Unidos se ha declarado en bancarrota −ya van más de quince−, enseguida saltan las alarmas: “Es que como empecemos a indemnizar nos arruinaremos”.

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