Tribuna

El educador de Manyanet

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El 16 de mayo de 2004 se produjo la canonización de san José Manyanet y Vives por el papa san Juan Pablo II, a quien señaló como “verdadero apóstol de la familia”. San José Manyanet y Vives (1833–1901) fue un sacerdote católico español fundador de la orden religiosa Hijos de la Sagrada Familia, dedicada a la formación cristiana de las familias principalmente por medio de la educación católica de la juventud, según el modelo de la Sagrada Familia de Nazaret.



Su beatificación de produjo en 1984 también por San Juan Pablo II. En la homilía de esa hermosa jornada, el Papa polaco resaltó el valor de Manyanet “en un difícil momento histórico, en que ciertas ideologías apuntaban a penetrar en la sociedad mediante la erosión de la familia, José Manyanet contempla con clarividencia los ejemplos de santidad que enseña la Sagrada Familia”. Ejemplo de santidad del cual bebe, no sólo para su vida personal, sino para volcarlo plenamente en su ideario pedagógico, rico en misericordia.

Una educación que mira a la Sagrada Familia

 La educación que concibe San José Manyanet es aquella que teje sus raíces en la pureza virtuosa de la Sagrada Familia de Nazaret con la finalidad de que la escuela sea una familia al servicio de las familias. Una escuela que respira el espíritu que fijaba los ladrillos del hogar humilde que ayudó a forjar el corazón del Salvador. Familia que, como afirma el Papa Francisco, “es auténtica escuela del Evangelio”.

La concepción educativa manyentiana se constituye en torno a una escuela que aspira a ser una continuación y perfeccionamiento de la propia familia que se ha comprendido como iglesia doméstica, que ha comprendido el valor superior de las virtudes cristianas y, a partir de allí, busca una estrecha relación con la escuela “a través del intercambio y la cooperación entre padres y educadores, con el objetivo de conseguir una acción educativa coherente”, como resalta el documento síntesis del carácter propio de las escuelas manyentianas.

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El educador de Manyanet

Para San José Manyanet, y me atrevería a afirmar que para toda la iglesia, el educador necesita ostentar una determinada estructura espiritual que lo hace representante de una humanidad realizada. El educador animado por el espíritu manyentiano está consciente y comprende a profundidad la radical distinción entre el educar y el instruir. Un poco como también lo plantea Antonio Rosmini, el educador es un puente que comunica al alumno con la luz de la verdad que no es la verdad del educador, sino la verdad superior del hombre. Una verdad que ilumina la inteligencia del alumno para que pueda descubrir sus habilidades y destrezas, su potencialidad como ser humano.

San José Manyanet delinea en tal sentido tres perfiles que deben constituir el corazón del educador: humano, espiritual y profesional. Un perfil humano definido por una transparente autoridad moral e intelectual que se expresará por medio de una caridad pedagógica. Elementos que transforman al educador en un misionero de la verdad. Un perfil espiritual sustentado en una vocación firme y decidida, en una aptitud de absoluta entrega. Un educador con fe y buena voluntad, pues, como él apunta, un alma que tiene fe y buena voluntad nunca le falta consuelo y auxilio. Espiritualidad que, además, lo inspira a anhelar constantemente progresar especialmente en las virtudes.

Manyanet pretende un educador que practique, que cultive y ayude a cultivar una sana vida interior. Que su ser y estar esté permanentemente entrelazando la acción con la contemplación. Un educador manso y humilde como el gran Maestro de Galilea. Aspectos que serán claro fundamento de su perfil profesional abocado a la preparación intelectual y científica que, al mismo tiempo, le permite un conocimiento intuitivo  y científico de los alumnos. San José Manyanet propone a un educador como misionero de la verdad. Paz y Bien.