“Cuando en estos días de junio de 1978 uno echa un vistazo a los periódicos o a los programas de radio y televisión, en seguida se da cuenta de que hay un tema dominante: el mundial de fútbol. En 1970 fueron 700 millones de espectadores quienes participaron en este evento a través de la televisión; esta vez serán seguramente todavía muchos más. El fútbol se ha convertido en un acontecimiento global, que une a los hombres de todo el mundo, por encima de todas las barreras, en un mismo estado interior, con sus esperanzas, miedos, pasiones y alegrías. Difícilmente otro acontecimiento en la tierra logra un impacto parecido. Lo cual muestra que aquí tiene que tocar algo genuinamente humano, y plantea la pregunta, en dónde reside esta fuerza del juego.
El pesimista dirá que ya en la antigua Roma sucedía lo mismo. El grito de la plebe era ‘panem et circenses’, pan y circo. El pan y el juego son, por una parte, la única razón de ser de una sociedad decadente, que ya no conoce metas más elevadas. Pero aun aceptando esta explicación, sigue siendo insuficiente. Tendríamos que preguntarnos entonces: ¿en qué consiste esta fascinación del juego, que alcanza la misma importancia que el pan? Podríamos responder, otra vez con la vista en la antigua Roma, diciendo que el grito de pan y circo era en realidad expresión del deseo de una vida paradisíaca, de una vida feliz y sin penas, de una libertad plena. Porque en el fondo, es de esto de lo que se trata en el juego: una acción que es totalmente libre, sin un objetivo y sin constricciones, y que despliega y plenifica con ello todas las fuerzas del hombre.
En este sentido, el juego sería también una especie de anhelado retorno al paraíso, la salida de la seriedad esclavizante de la cotidianidad y sus preocupaciones vitales, hacia la libre seriedad de aquello que no tiene que ser y por ello es hermoso. Consecuentemente, el juego sobrepasa en cierto sentido la vida cotidiana, tiene otro carácter, especialmente en los niños. Es una ejercitación para la vida. Simboliza la vida misma y la anticipa de un modo configurado libremente. Me parece que la fascinación del fútbol consiste esencialmente en que une estos dos aspectos en una forma convincente. Obliga al hombre, ante todo a uno mismo, a cultivarse, de modo que a través del ejercicio se logra el dominio de sí, a través del dominio, la superioridad y a través de la superioridad, la libertad.
Una colaboración disciplinada
Enseña también una colaboración disciplinada: como juego de equipo obliga a subordinar lo propio en beneficio del conjunto. Lo une a través de un objetivo común. Éxito y fracaso de cada individuo dependen del éxito y fracaso del conjunto. Y le enseña finalmente una competición limpia en la que las reglas comunes a las que se somete, en la competición es lo que une y vincula, y por encima de ello, la libertad del juego, cuando se pone en ejercer correctamente, libera la seriedad de la competición en el juego en la libertad del juego cuando este acaba. Asistiendo al juego, la gente se identifica con él y con los jugadores y participan así en el espíritu de equipo y de competición, en su seriedad y su libertad. El jugador se convierte en un símbolo de la propia vida, que actúa sobre ella. Saben que uno se ve representado en ella y encuentra su confirmación.
Naturalmente, todo esto se puede pervertir con una lógica comercial, que somete todo a la estéril seriedad del dinero y transforma el juego en una industria, que genera un mundo ilusorio de terribles dimensiones. Pero incluso este mundo aparente no podría subsistir si no hubiera una razón positiva, que está en la base del juego: el ejercicio de la vida y la superación de la vida en dirección de un paraíso perdido. En ambos casos se trata de buscar una disciplina de la libertad, y en ejercitar, en conexión con unas reglas, el estar juntos y el ir contra otros y el entenderse consigo mismo.
Quizá podríamos, pensando en esto, realmente aprender a partir del juego a vivir la vida de nuevo. Pues en él se hace visible algo fundamental. Que el hombre no vive solo de pan; sí, el pan es realmente solo un escalón previo de lo auténticamente humano, del mundo de la libertad. Pero la libertad vive de reglas, del cultivo de sí, que enseña el estar juntos y la justa confrontación, la independencia de un éxito externo y de la arbitrariedad, y precisamente por ello se hace verdaderamente libre. El juego, una vida. Si miramos a fondo, el fenómeno de un mundo entusiasmado por el fútbol podría proporcionarnos algo más que simple entretenimiento.
*Texto de la alocución del arzobispo de Munich-Freising, cardenal Joseph Ratzinger, en la transmisión Zum Sonntag, de la Bayerischer Rundfunk, del 3 de junio de 1978. Traducción del alemán al castellano de Melchor Sánchez de Toca, subsecretario del Pontificio Consejo para la Cultura. Ordinariats Korrespondenz.