Pedro es un niño de 9 años que vive en una favela de una ciudad de Brasil. Va todos los días al colegio y a un centro social y educativo católico. Es un niño inteligente, curioso y vivo que, quizás por ello, sabe que solo saliendo de esa realidad y accediendo a una educación que desarrolle sus capacidades podrá mejorar su vida. Tuve la oportunidad hace pocos meses de conocer a Pedro y estar con él unas semanas en una experiencia educativa sencilla, sin grandes estructuras ni proyectos. El primer día que nos conocimos me dijo textualmente: “Quiero que seas mi madre e irme contigo a España para estudiar”.
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Pedro, como cada uno de mis alumnos o de los vuestros, al igual que tantos niños y jóvenes y tantas experiencias educativas que vivimos, ha provocado muchas cosas en mí, de las que quiero destacar dos. Por un lado, reafirmar que la vocación y pasión por educar es una experiencia única que no requiere más que del encuentro entre dos almas. Por otro, ahondar en la convicción de que la escuela católica debe ser una escuela en salida que promueve una educación transformadora, estando junto a los más vulnerables, o intentando que los menos vulnerables contribuyan a la mejora de la persona y de la sociedad. Quizás no damos clase a Pedro, ni a niños como Pedro, pero en nuestro contexto hay muchos “pedros” y, sobre todo, muchas personas a las que ofrecer nuestra propuesta educativa evangelizadora de ayer, hoy y mañana.
Quizás una de las grandísimas dificultades a las que nos enfrentamos hoy en día es saber quiénes somos y cuál es nuestra misión. O, mejor dicho, llevar la claridad de lo que somos (perfectamente definido en nuestros proyectos, como es el caso de Escuela Evangelizadora) a nuestra tarea diaria concreta. Decía san Gregorio Magno que “sería estúpido el caminante que ante una campiña atractiva se olvidase de su meta”. ¿Cuáles son las campiñas atractivas –o no tanto– que nos despistan de nuestras metas? Hay muchos elementos que nos están desorientando. Tenemos que optar entre dedicar tiempo a recrear nuestra misión y darla a conocer a la comunidad educativa (educadores, alumnos, familias…) o a responder a las exigencias de un panorama educativo en muchas ocasiones dirigido por tendencias que nos alejan del foco y centro de nuestra misión.
Caminar juntos
¿Cómo conseguir que la escuela católica sea realmente lo que el Señor le pide? El Papa nos dice que “la escuela católica en sus iniciativas debe acoger las problemáticas sociales, en ámbito local y universal, debe aprender y, en ese aprendizaje, enseñar a abrir la mente a nuevas situaciones y nuevos conceptos, a caminar juntos sin excluir a nadie, a establecer puntos de encuentro y a adaptar el lenguaje para que sea capaz de captar la atención de los más alejados”, debe formar hombres y mujeres que no se conformen con acumular conocimientos.
Junto a la claridad en la misión, la importancia de la claridad en la visión. ¿Dónde queremos estar dentro de cinco, diez o quince años? Párate un momento y piensa: ¿qué te gustaría que se dijera de tu escuela? ¿Qué te gustaría que se oyera en el barrio de ella? ¿Qué se sintiera y se viviera? ¿Te lo has respondido alguna vez? ¿Se ha hablado de esto en tu colegio? ¿Cómo construir futuro? Que la doctrina de la Iglesia católica “los haga crecer y hacer crecer a los demás”.
Estamos llamados a ser comunidad educativa corresponsable con la misión. Está claro que estamos llamados a caminar juntos. ¿Qué nos une a los educadores en la escuela? A algunas personas les une el trabajo (salario, necesidades, etc.); a otras, la organización (la tarea educativa, la profesionalidad, la búsqueda de resultados…); otros se sienten partícipes de una comunidad en la que se comparten valores, una relación fraterna, un espíritu común –carisma– y, por último, para algunos, su pertenencia a la escuela da sentido a su vocación cristiana y se siente partícipe de la obra de Dios.
Se dan tres niveles de comunidad educadora que son dinámicos entre sí: con perspectiva laboral, con perspectiva profesional y con perspectiva vocacional. Todos formamos parte y todos estamos llamados a ser comunidad educativa. ¿Qué tipo de comunidad queremos fomentar en nuestras escuelas católicas?
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