Tribuna

El Evangelio de la Creación

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Uno de los capítulos más hermosos de la carta encíclica ‘Laudato si” del papa Francisco es el llamado ‘Evangelio de la Creación’ cuyo centro siempre fértil es contemplar la profunda sabiduría del Creador inmenso que marcó el curso y límite de las aguas con la armonía del cosmos, dando a la áspera soledad de la tierra sedienta el refrigerio de torrentes y mares.



Un capítulo en el cual nos abre a la dimensión enriquecida de admirar y comprender la complejidad de la crisis ecológica desde la luz que ofrece la fe, pues, sabe muy bien el Papa, siguiendo la imborrable huella del Concilio Vaticano II, que “las soluciones no pueden llegar desde un único modo de interpretar y transformar la realidad”.

Por ello nos invita a considerar las amplias riquezas culturales de los pueblos, profundizar en el arte y la poesía y, muy especialmente, en las huellas frugales de la vida interior anclada para difundirse en la espesura espiritual.

Un capítulo que parece estar tejido por el interés del Papa de recordarnos que el mundo fue creado, en su más profunda verdad, como obsequio amoroso hecho al hombre por Dios y en cuyos rincones quedan registradas las caricias del amor y la sabiduría creadora de la cual, todavía hoy, podemos percibir todo un mensaje moral dirigido a nuestra conciencia y a nuestra humanidad, que hoy sufren por los sacudones que se desprenden de la ignorancia y desorientación respecto al sentido sí mismo y de las cosas.

Lejos del corro de las criaturas

La errada concepción científica y tecnológica impuesta por la racionalidad moderna alejó al hombre del resplandor de la trascendencia y de la aceptación de la realeza omnipotente de Dios revelado en el corazón de la creación. El hombre se alejó del coro de las criaturas que cantaban bendiciones al Señor con himnos, que desvió su mirada de la bóveda del cielo para concentrarse en sus propios pies para terminar sucumbiendo ante las pesadillas, miedos y sufrimiento de quien parece haber perdido toda esperanza.

Un hombre que dio la espalda a aquel reconocimiento que le hacía Dios a través de su Iglesia en la voz del Papa Pablo VI cuando afirmaba que parecía un gigante, divino, no en sí mismo, sino en su principio y en su destino.

Las convicciones de la fe brindan a los cristianos, no solo un reencuentro venturoso con su origen divino, sino que, al mismo tiempo, ofrecen motivaciones para el cuidado de la naturaleza y de los más frágiles, ya que, como apuntaba san Juan Pablo II, los cristianos, en particular, descubren en la fe su cometido dentro de la creación, así como sus deberes con la naturaleza y el Creador. Sin embargo, entiende el papa Francisco que esto también puede ser clave para los no creyentes, debido a que sólo el hecho de ser humanos debería mover a las personas a cuidar el ambiente del cual forman parte.

Reencontrarse con la sabiduría

En los relatos bíblicos puede el hombre reencontrarse con ese mundo creado con sabiduría más allá de las vertientes que se desgajan en explosiones primordiales. En sus líneas, sin desconocer lo que la ciencia afirma, el hombre puede encausarse desde la conciencia en la relación recíproca correcta y adecuada con la naturaleza. “La Biblia, reflexiona el Papa, enseña que cada ser humano es creado por amor, hecho a imagen y semejanza de Dios”. Narraciones que nos solicitan asumir la existencia humana como una irradiación de la correspondencia entre Dios, el prójimo y la naturaleza.

Según la Biblia, afirma con pesar, las tres relaciones vitales se han roto, no sólo externamente, sino también dentro de cada uno de nosotros. Narraciones que se oponen en todo momento y circunstancia a todo antropocentrismo despótico que vea con indiferencia a las demás criaturas.

A la luz de estas narraciones sentimos cómo el soplo divino del Señor nos reviste el alma de un frescor de brisa y de rocío alejando el mal, viendo absortos cómo las pesadillas se deshacen como la niebla ante el sol, los miedos se disuelven, el sufrimiento es cancelado porque así, todo el ser humano, se transforma en alabanza, confianza, expectativa y esperanza. Paz y Bien


Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor. Maracaibo – Venezuela