Tribuna

El gran milagro fue Toni Vadell

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Conocí al bisbe Toni Vadell al inicio de su ministerio episcopal en Barcelona. Vino varias veces al Col·legi P. Damián donde desarrollaba mi ministerio y surgió una bonita amistad. Llegaba con su mochila a la espalda, cargada de creatividad y entusiasmo. Nos reíamos mucho. Él se asombraba del eco que sus palabras producían en jóvenes y adolescentes.



Antes de la confirmación, se reunía con los confirmandos, les daba su correo electrónico y mantenía una comunicación con ellos. Usaba metáforas que conectaban con unos y otros. Sus expresiones más repetidas: “Fantástico”, “súper” y “fe” (con acento mallorquín). Toni era experto en preparar la tierra para que germinara el amor de Dios en los demás.

En una de nuestras conversaciones, me contó su crisis de los cuarenta años. Le insistí en que escribiera esa experiencia: “El Señor no quiere que sea el mejor, quiere simplemente que le abra el corazón para dejarme amar e intente amar”. Era muy bonito escucharle hablar de su vida comunitaria con el cardenal Omella, Sergi Gordo y Xavier Vilanova, donde valoraba la riqueza de la diferencia que engrandecía la fraternidad.

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Le agradecí la última entrevista que concedió a ràdio Estel, para mí su testamento. “¿Ha estado bien? Me importa la opinión de un periodista”. Seguía con su genuino sentido del humor. En los últimos meses, Joan, su hermano, ha estado con él continuamente. Francisco animó a su madre en víspera de reyes. Queríamos un milagro que dilatara su presencia entre nosotros.

Al final, entrevimos que el gran milagro fue Toni para nosotros: un enamorado del Señor que nos ha hecho enamorarnos más de Él. Se ha consumido amando. Hasta en el hospital, con los enfermos y personal médico con los que se encontró, sembró la huella de esa amistad con Jesús.

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