En el rico diccionario del castellano no hay, ni habrá, palabras que definan con exactitud y precisión los sentimientos de las mujeres sevillanas, bata anudada y ojos encharcados, que recibieron el pasado sábado al Señor del Gran Poder en el segundo barrio más pobre de España. Lo habrá visto usted en redes sociales, en periódicos, en la televisión: el Nazareno que tallara Juan de Mesa hace 400 años acudió en Santa Misión a las verdaderas periferias, a las calles más humildes de la Sevilla que le proclama su Señor cada día, acompañado de una muchedumbre. Y allí le esperaban las señoras que han aguardado una eternidad la divina visita del Cristo del pasado y del presente; al que le hablan, le rezan, le ruegan, le lloran, le sonríen…
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El Señor caminó hacia donde nadie quiere caminar, cargando con las cruces que nadie quiere cargar. El de los azulejos, el de las lápidas de los nichos del cementerio, el de las estampas desgastadas, el de los Viernes Santo, el de cada viernes, el del día a día. El Gran Poder sevillano está donde nadie quiere estar, en el centro de la pobreza que durante estas semanas –hasta que vuelva a su basílica– será el centro de la ciudad. Es la mejor forma de conmemorar los cuatro siglos de su hechura: ir con la gente que le necesita y que cimienta su historia. En las tres semanas que permanecerá en Tres Barrios-Amate no se reformarán los edificios desvencijados, no se reducirá el paro ni crecerá la renta media de sus habitantes. Sin embargo, el Señor renovará la esperanza perdida, sustentará obras de caridad, devolverá las miradas hacia el lugar y recordará que en Dios y con Dios todo es posible. Nada cambiará, pero todo será distinto.
‘Cerrado hasta que pase el Señor’
El Gran Poder trasciende de su propia hermandad, de su basílica, de la Semana Santa, de su propia ciudad, del folclore, del fervor popular, del barroco y los estudios artísticos, del encasillamiento y el estereotipo. El Señor es Señor en su paso de 1692 de la misma forma que solo con su cruz con un fondo de sábanas y camisetas tendidas. El Gran Poder es la teología de los tiempos y la fe de las personas sencillas; lo más complejo y lo más simple. Un conocido bar colgó un cartel que revelaba ‘Cerrado hasta que pase el Señor’, dos policías nacionales pusieron en pie a una señora en silla de ruedas mientras pasaba el Señor, una mujer sollozando se colocó de rodillas frente a frente con el Cristo hecho carne en la madera, un vecino ya mayor se asomó a la ventana del descansillo del edificio sujetando entre sus manos una fotografía en blanco y negro con su esposa recientemente fallecida. ¿Entiende usted lo que le digo? Yo tampoco. ¿Podría explicarlo de manera racional? Yo tampoco.
La centenaria imagen preside hoy –hasta el sábado 23 de octubre– la modesta parroquia de la Blanca Paloma del barrio. Tras Él, una pared de ladrillo; en la parte superior, un friso que reza las palabras de María: “Proclama mi alma la grandeza del Señor”. La grandeza del Señor del Gran Poder, hombre hecho Dios y Dios hecho hombre en las periferias del mundo donde pide Francisco que busquemos a Jesús.
Se marchará y regresará a la plaza de San Lorenzo, pero no se irá nunca. Ya predicó Ignacio Jiménez Sánchez-Dalp que “el Gran Poder cuando pasa no pasa, siempre se queda, porque está en los corazones de todo aquel que le reza, de todo aquel que le mira”.