Todo lo que hace la Iglesia, depositaria y continuadora de la misión de Jesús, está ordenado a dar cumplimiento a esta misión. La misión no es algo añadido a la comunidad eclesial, ni tampoco una de tantas acciones que debe realizar, sino su razón de ser, su misma naturaleza (AG 2). “La Iglesia existe para evangelizar” (EN 14).
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En nuestros días se impone la conciencia de un papel de los laicos como cristianos comprometidos en el mundo en virtud del bautismo. Todos los bautizados están invitados a participar de esta misión, a proclamar a Jesucristo con su vida y sus acciones. En la consagración bautismal está el origen del deber y del derecho de esta responsabilidad.
Compartir vida y fe
El laico misionero es un bautizado llamado desde la fe en Cristo a servir en la misión ad gentes. Es parte integrante de una Iglesia local, que lo envía a otra Iglesia hermana, generalmente a proyectos concretos en los que se pide una colaboración pastoral o técnica, pero en cualquier caso va a compartir vida y fe con la comunidad que le acoge. Su trabajo voluntario es entendido como un compromiso serio y responsable.
Tal vez esta opción sea la que menos se plantea entre los compromisos que los laicos vamos asumiendo en nuestra Iglesia. Y no es por falta de vocaciones. En ocasiones, al dar testimonio misionero, encontramos personas que se acercan para expresar que sintieron esa inquietud en un tiempo pasado. Un signo de la semilla que habita en el corazón de todo bautizado.