Tribuna

El liderazgo en la vida consagrada femenina: no será así entre vosotras

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Dentro de las comunidades de vida consagrada, el tema del liderazgo es uno de los más controvertidos. La vida consagrada femenina vive esta experiencia como un desafío, tanto en las realidades de servicio que desarrollan y que exigen cada vez mayores competencias y habilidades organizativas y de gestión, como internamente en el vínculo con esa dimensión carismática y misteriosa que viene expresada en el voto de obediencia.



Así escribía Sandra Schneiders en 1986: “Pocos ámbitos de la vida religiosa contemporánea han sido tan conflictivos para los religiosos como comunidad y como individuos que el de la obediencia. Si bien es cierto que la obediencia nunca ha sido fácil, probablemente sea correcto decir que, para la mayoría de los religiosos antes del Concilio Vaticano II, era relativamente fácil. Obediencia significaba el cumplimiento de las órdenes de los superiores y las prescripciones de la regla/constituciones”. [Sandra Schneiders New Wineskins, Re-imagining Religious Life Today, Paulist Press].

La elección de usar una palabra nueva, liderazgo, expresa la necesidad de un cambio, una renovación de comportamientos y actuaciones, corriendo también el riesgo de usar modelos más comprensibles en nuestra época. El liderazgo dentro de las congregaciones religiosas femeninas, representa, en una palabra moderna, algo vivido y practicado a lo largo de los siglos que surge como un deseo de realización personal y comunitaria dentro de un proyecto común basado en la sequela Christi y sus expresiones carismáticas.

La autoridad en la vida consagrada se imaginaba en el pasado como una forma a través de la que uno se entregaba a un proyecto fuera de sí mismo, a través de la mediación de los demás, para poder crecer; mientras que hoy se entiende, dentro y fuera de los conventos, como un sistema que oprime el desarrollo y la libertad individual.

Ilustracion Religiosas

El problema del liderazgo en las congregaciones es un problema que surge tras el Concilio Vaticano II y tras los movimientos de la revolución estudiantil que cuestionaron la autoridad con poder casi divino y la consecuente crisis del patriarcado como modelo de autoridad.

La búsqueda de una concepción de autoridad/liderazgo que responda a la actualidad sociológica, histórica y antropológica, involucra tanto a quienes están en la autoridad como a quienes participan en la vida de una Congregación a través del voto de obediencia. El mismo modelo de Iglesia-Comunión requiere una perspectiva diferente de la que partir y en la que desarrollar la reflexión, como afirmaba la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica en 2017: “Lo que funcionó en un contexto relacional de tipo piramidal y autoritario ya no es deseable ni habitable en la sensibilidad de comunión de nuestro modo de sentir y querer ser Iglesia” [CIVCSVA, ‘Para vino nuevo odres nuevos’, 2017].

Es así como las jóvenes generaciones de mujeres consagradas afrontan críticamente la autoridad dentro de modelos personales, culturales y comunitarios muy marcados por la idea de autoridad como “poder absoluto”. En este contexto, el deseo personal de autorrealización, tan determinante en la sociedad actual, choca con las necesidades administrativas y programáticas, así como con la misma llamada. Una profunda crisis de confianza en un sistema asimétrico de relaciones que es compartida por los propios responsables, que siente cada vez más el peso de una difícil estructura de relaciones entre las hermanas, además de problemas de gestión y administración.

Tensión

La complejidad del mundo moderno y el esfuerzo por responder a las necesidades de las actividades, han transformado el liderazgo de las congregaciones religiosas de forma que están más pendientes de la correcta administración de las actividades que de la atención al crecimiento de sus miembros. Me parece que la crisis de hoy está ligada a la tensión entre la libertad de ser, de crecer y de realizarse y la libertad para desarrollar un proyecto fuera de uno mismo. Esta tensión no concierne solo a dos individualidades ya que se desarrolla dentro de la dinámica comunitaria y de una misma visión y misión carismática.

Las preguntas que escucho de muchas religiosas jóvenes son: ¿por qué las superioras no nos implican en las decisiones? o ¿por qué cuando una hermana se convierte en superiora cree que lo sabe todo? Evidentemente, existen muchas formas de mal ejercicio de la autoridad con una tendencia a ejercerla de forma personalista y/o autoritaria, sin que haya espacio para un diálogo interno en la gestión ni de las dinámicas carismáticas fundantes ni de la vida comunitaria cotidiana.

Obediencia compartida

La expresión del liderazgo dentro de las comunidades de vida consagrada está ligada a la compleja realidad de las mujeres que viven juntas y que comparten un proyecto común ligado al carisma. Es una obediencia compartida, una obediencia común al común proyecto/carisma y una vida cotidiana vivida en común.

La complejidad de la vida consagrada se expresa, por tanto, de manera particularmente urgente y significativa en las dinámicas que se vinculan a las relaciones y que no se limitan solo a las relaciones horizontales, sino que recuerdan una relación principal, muchas veces olvidada. Varias hermanas jóvenes han expresado este elemento hablando de un “problema de relaciones” porque el liderazgo no implica a todos los miembros, se separa de ellos y no se compromete en caminos de colaboración. La frustración está a la vuelta de la esquina en los miembros que se sienten incapaces de participar activamente en las elecciones de la comunidad y que simplemente se perciben a sí mismos como peones en las elecciones hechas por otros. Añádase a esto una formación que no promueve la obediencia crítica porque se prefieren comportamientos obedientes y acríticos.

Ocupada con las tareas comunitarias y de misión/apostolado, la vida consagrada femenina parece haber olvidado que en el centro está una obediencia común a la voluntad de Dios. La centralidad del voto de obediencia no concierne en principio a una relación asimétrica entre dos personas, sino a una proceso de búsqueda continúa en la vida cotidiana y en la historia de la presencia de Dios que llama a una acción común para el crecimiento del Reino.

Camino de fraternidad

Para evitar las cargas y críticas del liderazgo, se necesita una búsqueda común de la voluntad de Dios para cada persona y para la comunidad religiosa a la que pertenece. Para ello, es importante recuperar la educación para una responsabilidad común, para un liderazgo compartido verdadero y actual. La vida comunitaria no puede quedarse en el lugar de la mera división de trabajos y compromisos, sino que debe convertirse en un camino de fraternidad, guiado por la elección común, que se abre a la misión a la que toda comunidad está llamada y de la que cada miembro es responsable. Es necesario alejarse de la literalidad de las Constituciones, alejarse de la tendencia que todo Instituto tiene a perpetuarse para volver a poner en el centro el dinamismo del Espíritu que es lo único que permite implicar a cada una de sus miembros.

Son necesarios itinerarios de reeducación para poder abandonar la idea de que el liderazgo representa algo sustancialmente diferente –un organismo separado de la propia comunidad que guiado por un instinto de protección en realidad disminuye la posible implicación de todas–, para convertirse en un medio de mediación, cuidado y facilitación de la convivencia.

Es importante que en una reflexión sobre el liderazgo dentro de las comunidades de vida consagrada se vuelva a poner en el centro al Tercero presente en la dinámica relacional entre miembros y líderes. Es este Tercero el que permite una obediencia común y responsable, una solidaridad posible para vivir una vida evangélica, ligada a un sueño y deseo común de una vida abundante para todos porque, como dijo Jesús: “No será así entre vosotros” (Marcos 10, 43).

*Artículo original publicada en el número de enero de 2023 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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