Podemos ver hoy como el pontificado contemporáneo ha enviado un mensaje universal que va mas allá de los confines del cristianismo, porque habla y dialoga más allá de la Iglesia también con quien no es creyente; es la encarnación del magisterio de la debilidad.
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Hay un sentir común, un prejuicio muy antiguo que presenta al Sumo Pontífice como un concentrado de poder y de riqueza, una mentalidad muy arraigada dura a morirse, a pesar que en tantas partes del mundo, los jesuitas, los dominicos, los franciscanos, tantos misioneros y muchos movimientos y asociaciones, y las parroquias son una vanguardia de humanidad y de cercanía a los pobres, más resistentes que otros grupos y entidades organizadas al encanto del dinero por el dinero, que es mantra contemporáneo dentro de un capitalismo devenido sin rostro y financiero.
Fragilidad humana
La aceptación de la debilidad, de la fragilidad humana que esto comporta por amor de llegar a todos. Pensemos en Juan Pablo II, plegado en su báculo los últimos años, de Papa atleta a Papa sufriente y solo por amor de todos; un magisterio como lo de Papa Francisco, hecho también de su cuerpo, sin ocultar la debilidad. Y de esta manera se asemejan cada vez mas a Jesús, Jesús crucificado y débil, una “exclusiva”, un mensaje único entre las grandes religiones mundiales. Dios crucificado, y por esto capaz de hablar a cada uno y a todos los seres humanos, en la prueba, y a los más pobres.
De alguna manera, también Benedicto XVI, resignando las dimisiones (el poder visto de afuera), aceptaba interiormente la debilidad para no tener la fuerza para avanzar en las reformas que veía necesarias.
Y, entonces, un nuevo magisterio que manifiesta, como en la Epifanía y en la Pascua la debilidad es la derrota de Jesús, abandonado, torturado, ignominiosamente asesinado, y que muestra la cercanía de Dios a todos, primicia de la resurrección universal. Es un magisterio sin palabras, de la debilidad, de la fragilidad de un anciano Pontífice que está ayudando al mundo, también en este mundo complicado.
En la estación de la fuerza y de la egolatría, el magisterio de la debilidad nos abre a la esperanza para la construcción de una humanidad renovada. La debilidad nos permite sincerarse con nuestra pequeñez humana y limitaciones; en cambio, la omnipotencia nos lleva al odio y a la violencia, a la división.