Un pacto global no puede concretarse desde los centros de poder (económico-político), sino aceptar los aportes diversos de sociedades plurales; jamás monoculturales. En el comienzo de este camino, se debe atender a la destrucción de las distintas formas de desconfianza, es decir, a abandonar las prevenciones y prejuicios. Por esta razón, no se puede partir de algo ya fabricado: ni currículo, ni didácticas, ni herramientas metodológicas, ni recetarios técnicos y didácticos. El pacto no impone sino ofrece caminos y detalla metas compartidas y universalizadoras.
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En estos días, en los que nos hemos visto afectados por la pandemia del Covid-19 a escala mundial, hemos redescubierto, con mayor necesidad y urgencia, entre otras muchas claves, que es necesario transformar la educación y que debemos hacerlo juntos, a través de una gran “alianza educativa”, como nos planteó el papa Francisco en su mensaje de convocatoria del pacto educativo global, en septiembre de 2019.
Reinventar
Cada vez más, la realidad del mundo y de las personas que lo habitan es más compleja, incierta y se encuentra en profunda crisis. La educación debe cambiar para transformar a las personas que cambiarán la sociedad y sus contextos. Para ello, se requiere reinventar la educación y hemos de hacerlo con el concurso de todos: directivos, docentes, estudiantes, familias, la sociedad civil, intelectuales, deportistas, artistas, políticos, administradores, abiertos a los aportes y a los sesgos intergeneracionales. Y hacerlo “con valentía” para «formar personas que se pongan al servicio de la comunidad», como nos indicaba el Papa en dicha convocatoria. El servicio es un pilar de la “cultura del encuentro”, esa cultura que hemos de impulsar en la escuela para humanizar, generar esperanza y crear relaciones más fraternas.
El papa Francisco, en Laudato si’ (215), nos dice que “la educación resultará ineficaz y sus esfuerzos estériles si no se preocupa por difundir un nuevo modelo de ser humano, de vida, de sociedad, mejorando las relaciones con las personas y el medioambiente”. Urge educar en valores. Nos equivocamos al pensar que enseñar es educar. Hemos de educar desde dentro de la persona, poniéndola en el centro de su aprendizaje, empoderándola para que cultive su identidad, desarrolle sus capacidades y expectativas, contribuya a cocrear un mundo más unido, pacífico, justo y solidario.
Empatía y compasión
En esta dirección, el Papa nos invita insistentemente a escuchar a los niños y jóvenes, a darles el protagonismo que se merecen y que les debemos. Asimismo, en este proceso para lograr un pacto educativo global, hemos de buscar soluciones desde la empatía y, más aún, desde la compasión. Dado que la empatía nos lleva a sufrir con los otros, mientras que la compasión nos empuja a trabajar para ayudar a los otros, especialmente a los niños y jóvenes más desfavorecidos, con menos recursos y, en muchas ocasiones, avocados a una educación mediocre, de muy baja calidad o, incluso, excluidos de ella.
Desde ahí, con valentía y decisión, hemos de proponer las soluciones más justas y adecuadas, llevándolas a la práctica. Realmente sabemos mucho sobre el qué, el cómo y el para qué educar, pero nos falta ese compromiso de llevarlo a la escuela, al aula, al día a día. Nos urge aterrizar, concretar las acciones y sistematizarlas. Es en la cotidianidad del aula donde se manifiesta el cambio y la mejora educativa se vuelve real, palpable, evidente; donde se fragua el servicio y la opción por los más necesitados o excluidos.
Con los demás en la Casa Común
Sin duda, urge cambiar el currículo, las metodologías, los roles de profesor y alumno, la forma de evaluar, los espacios y la organización escolar. Un currículo más enraizado en la vida y en los contextos, que eduque en valores, cargado de humanidad, en el que se aprende a ser y a convivir; un currículo ecosocial, que trabaje las relaciones con los demás y que cuide y mejore la casa común donde habitamos. Unos educadores que sepan dar un paso atrás y poner a los niños y jóvenes en el centro de su aprendizaje, “educadores con alma”, como se nos dice en Evangelii gaudium (273): “Marcados a fuego para esa misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar, decididos a fondo ser con los demás y para los demás”.
Urge contar con educadores bien formados, profundamente humanos y amorosos, que viven y contagian los valores que proponen. Es un tanto fútil centrarse en educación en valores, cuando no se ha formado en principios. Los valores se expresan y viven como práctica de los principios. El ejemplo es la única manera de formar.
Posicionar la vida
La educación debe comprenderse y hacerse como un sistema de gestión integral, esto es, ir más allá de las aulas para conectarse con la familia, la ciudad y la casa común. Por ello, además que centrarse en los seres humanos, es necesario en la agenda formativa posicionar la vida en cualquiera de sus expresiones y en todas a la vez.
Una escuela que no siga siendo «un hospital para sanos», como nos enseñó Lorenzo Milani, sino un lugar de inclusión, en el que se atienda a los más desfavorecidos, en el que los alumnos no compitan, sino que se encuentren, dialoguen y convivan fraternalmente, que no se les segregue, sino que se les integre. Una escuela que diga «no a la dictadura de los resultados», como indicó también el Papa en el Congreso Mundial de la Educación Católica de la Oficina Internacional de la Educación Católica, celebrado en Nueva York en junio de 2019.
Y porque, hoy, el concepto «excelencia» no posee el potencial originario de superioridad en calidad o estrato social que se le dio en otros tiempos ni el concepto «escuela» obedece al arquetipo de una institución per se y en se, sino más bien reclama crear espacios de encuentro, de diálogo, de escucha, de acogida, ya que la escuela es un lugar de aprendizaje, pero también es un lugar de relación, en el que aprender a convivir, como se viene insistiendo desde hace décadas (Informe Delors, 1996), es uno de sus ejes que se debe concretar y de sistematizar.
Más allá de maquillajes
Hay que ir más allá de maquillajes, de respuestas parciales formuladas desde ciertos intereses. Este valiente pacto global de la educación nos impulsa a volver a una de las radicalidades irrenunciables de la buena nueva del reino: la persona sobre la ley, la organización y los reglamentos. También nos insta a construir colectivamente (en alianza) principios generalizables a cualquier cultura. Entre ellos, el respeto y el cuidado de las individualidades de corazón, cabeza y manos, que constituyen a toda persona para desterrar aquellas prácticas abiertas o soterradas de clasificaciones, competencias, escalas, gratificaciones, aplausos que son tremendamente contradictorias de la formación integral.
Sin duda, cada palabra que se aporte al Pacto Educativo Global es acertada e inspiradora, arroja luz en esta búsqueda y nos compromete a generar los mecanismos y las acciones adecuadas para tomar las decisiones de forma progresiva, así como para ponerlas en práctica. La educación es cosa de todos, trabajemos juntos en su transformación y mejora. Invocamos a Dios sobre nosotros y sobre el trabajo audaz e innovador que nos espera.
*Presentación de ‘Luces para el camino. Pacto Educativo Global. Una educación de, con y para todos. Hacia una sociedad más fraterna solidaria y sostenible’ (SM-PPC-OIEC)