La promesa de Jesucristo de que “habrá un solo rebaño y un solo pastor” anima mucho la noción del ecumenismo, la búsqueda de formas de unidad entre los cristianos e, inclusive, entre las diversas religiones de nuestro mundo en una gestión para el diálogo interreligioso. Sin restarle importancia al propósito noble de que las distintas jerarquías religiosas se reúnan en sus particulares experiencias litúrgicas, quiero referirme a la parte de la unidad de las ovejas, al ecumenismo de los humildes, de los que colocan, una tras otra, las bases de la unidad caribeña/latinoamericana y mundial.
Por supuesto, el ejemplo educador de leer en ‘Fratelli Tutti’ cómo nuestro querido hermano el papa Francisco se reunió con un jerarca musulmán para expresar juntos palabras de luz y esperanza, nos hace recordar la Palabra sagrada de que “habrá un solo rebaño y un solo pastor”. Ese mensaje de unidad debe servirnos de inspiración para continuar con una agenda de trabajo más valiente aún, comprometido, que trascienda las diferencias de formas particulares de adorar a Dios y busque la unidad solidaria del pueblo, de unos con otros, como lo que estamos llamados a ser.
Trabajemos por un solo rebaño en que las ovejas reconozcan la voz del buen pastor y rechacen las mentiras de los ladrones; los engaños de salteadores que se disfrazan para saquear y destrozar a los humildes. Son los propagandistas de los dioses falsos, de los ídolos, que quieren dar rango divino a las acumulaciones de riquezas, que endiosan los imperios y las dictaduras, que pretenden disfrazar de palabra sagrada las agendas de los ricos para quedarse con lo que con mucho sacrificio producen los pobres. Son los promotores de la gritería consumista que busca ensordecer el alma de nuestros pueblos.
El silencio de San José
No se trata de que no haya ruido, sino de aprender a callarnos para escuchar, para meditar. Hay que emular el silencio de San José, de aquel santo carpintero, profeta del silencio. Un rato de silencio nos puede llevar a contemplar y aprender de la belleza sencilla que siempre nos acompaña. Esta sociedad postmoderna necesita aprender a contemplar y admirar lo que somos y lo que nos rodea.
Uno de esos momentos me ocurrió el otro día. Desayunaba junto a un muy querido matrimonio (Jenniffer y Ramón) en una panadería de la comunidad en medio del monte donde se unen los pueblos de San Lorenzo y Gurabo en el área centro oriental de nuestro archipiélago borincano; cuando mi amigo Ramón me alertó sobre un detalle que me llamó la atención; y era el ruido trabajador y sublime (sí, porque el trabajo siempre es sublime) de un pájaro carpintero. Me quedé contemplando su obra infatigable, su trabajo decidido en el viejo tronco duro de un árbol. Aquel “pequeño pájaro” no se rendía y no parecía intimidarse por lo imposible que a cualquiera le hubiese parecido una tarea tan titánica.
¡Qué hermoso el sonido del trabajo! Pica, pica y pica el pájaro carpintero y en mi corazón resuena el sonido mezclado con sudor de tantos y tantos trabajadores humildes de mi Puerto Rico, del Caribe, y de la inmensa tierra latinoamericana. No me importa si son cristianos, si su referente cultural espiritual es la Pachamama o si se sienten hijos de Obatalá, si tienen pasaporte legal o si su pasaporte es solo el del trabajo esforzado en busca de un porvenir. Pica, pica y pica el pájaro carpintero, que en Argentina arrea ganado y en Bolivia y Perú extrae riqueza mineral, que pesca en las aguas salpicada de islas en mi Caribe, que carga los barcos, limpia los edificios, teclea en las computadoras de las oficinas y socorre a los enfermos en los hospitales o le enseña a los estudiantes.
Trabaja nuestro pájaro carpintero en el esfuerzo de padres y madres por la crianza de sus pajaritos, en el verdadero amor entre los casados, en el cuido de los viejitos, en el constante esfuerzo por perdonar las deudas, en el esfuerzo santo que da olor a ovejas en la lucha evangelizadora.
Así, no me canso de decir que pica, pica y pica el pájaro carpintero y talla nuestro tronco caribeño/latinoamericano que vibra con cada continente que Dios no ha “regala’o”.