Estamos acostumbrados a la idea de que los profetas hablan desde abajo, desde la calle, para cantarle las verdades a los poderosos, a los que están en puestos de jefatura, o para proclamar verdades que estremecen, pero no conmueven, no cambian el comportamiento de quienes las escuchan.
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Nuestro hermano amado, papa Francisco, es un profeta. Habla desde el cátedra de San Pedro para defender a toda la humanidad ante los poderosos, para enseñarnos cosas importantes, cosas que deberíamos saber hace rato.
En días recientes, con la tranquilidad de quien conversa, dijo que la homosexualidad no es un crimen, y que cuando decimos que es pecado la referencia correcta es que el magisterio de la Iglesia considera pecado toda intimidad sexual fuera del matrimonio. Pero, además, advirtió que inclusive eso debe conllevar el respeto a la libertad y la conciencia, al punto que el pecado se va atenuando y hasta puede desaparecer.
¿Qué es más fácil: perdonar la humanidad o curarla?
Si no fuera por el corazón endurecido con el que demasiados creyentes se vanaglorian de su fe en Dios mientras hacen escarnio del prójimo, las palabras del Pontífice deberían ser fáciles de entender. Que el propósito tiene que ser partir desde la caridad –desde el amor al prójimo– hasta dejar la mala costumbre de andar juzgando a los demás para dirigirnos la búsqueda del perdón, por aquello de “perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Además, nos está hablando no de una condición particular de vidas humanas, sino un principio aplicable a muchas cosas por las que la vida nos lleva a pasar.
Ese mismo Papa que proclama la dignidad del ser humano más allá de sus condiciones de nacimiento o de sus conductas particulares, es el que se lanza, con un valor que nos hace temer por él, a defender el Amazonas y los pueblos originarios que allí tienen sus hogares; que quiere proteger a las víctimas de la guerra en África, Europa y Asia; que se enfrenta a quien sea para defender a los pobres ante la voracidad de los ricos. ¿Qué es más fácil: perdonar la humanidad o curarla?
Eso me lleva a recordar otro profeta. Hablo del obispo Antulio Parrilla (QPD), jesuita puertorriqueño defensor de la independencia de su patria, forjador del cooperativismo, defensor del magisterio de la Iglesia, siendo así “conciencia de la Doctrina Social” de nuestra Iglesia puertorriqueña.
El obispo Parrilla enseñaba que la resurrección de Cristo no habla solamente del triunfo sobre la muerte, sino de la creación de un ser humano nuevo y de que el Reino de Dios está entre nosotros, que nos toca la tarea de recrear –volver a crear– nuestra vida íntima y social para un mundo nuevo que ya se asoma. Parrilla combatía ideas erradas, como la de que la Iglesia tiene sencillamente un pasado tenebroso comprometido con los poderosos y que es ahora que levanta su voz por las causas sociales.
No escapaba al conocimiento del obispo Parrilla que demasiadas veces se ha usado el nombre de Dios para justificar persecuciones e injusticias, pero insistía en que nos corresponde a los creyentes enterarnos y propagar la historia del magisterio profético de la Iglesia a lo largo de su historia milenaria. ¡Claro que hubo quienes usaron en vano el nombre de Cristo para justificar y bendecir genocidios, ignorancias y dinero, mucho dinero! Pero Parrilla enseñaba que los católicos debemos ponernos al tanto de los avances de la ciencia, de la sociología, de la historia, para poder usar los conocimientos para ayudar a promover la justicia. ¿Cuándo comienza la recreación, la curación, de nuestro mundo? Cristo ya es el eje de la verdadera historia. Esto ya comenzó. Hoy es un buen día para continuar la obra y la extensión del Reino de Dios en cada rincón del mundo, para escuchar a los profetas. El Maestro inició la tarea solo por amor, demos continuidad con sentido de urgencia con la misma fuerza de ese amor.