En estos días la sociedad argentina descubre con dolor y una cierta dosis de asombro, el rostro violento que despiadamente ha truncado la vida de un joven, durante las vacaciones de verano. Frente a lo sucedido pienso que hay que analizar en profundidad de donde proviene esta violencia y comprender cuanto sea necesario no despilfarrar el tesoro de la paz.
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El papa Francisco en el mensaje del 1 de Enero para la Jornada Mundial de la Paz ha sido muy explícito y contundente: “Sabemos que la guerra a menudo comienza por la intolerancia a la diversidad del otro, lo que fomenta el deseo de posesión y la voluntad de dominio. Nace en el corazón del hombre por el egoísmo y la soberbia, por el odio que instiga a destruir, a encerrar al otro en una imagen negativa, a excluirlo y eliminarlo”.
Crece en nuestra sociedad una cultura del odio que, a menudo, considera al otro como un enemigo. Esto queda muy de manifiesto en la competición política, pero a su vez invade un poco a toda la sociedad. Además en tiempos de crisis e incertitumbre como los que vivimos, crecen los miedos y la tentación de encerrarse en sí mismo.
En esta perspectiva es acertado destacar la importancia en el uso de las palabras, que muchas veces son mecanismos para herir el otro, para aniquilarlo; hay una guerra que comienza sutilmente en el trato que damos a los otros; justamente en una reciente homilía en Santa Marta el papa Francisco puntualizaba esta actitud: “Los celos son criminales – comenta Francisco – siempre tratan de matar”. Y a los que dicen “sí, estoy celoso de esto, pero no soy un asesino”, el Pontífice recuerda: “Ahora. Pero si continúas puede terminar mal”. Porque, recuerda, se puede matar fácilmente “con la lengua, con la calumnia”. Y continua afirmando: “Estemos atentos, porque esta es una polilla que entra en el corazón de todos nosotros –¡de todos nosotros!– y nos lleva a juzgar mal a la gente, porque dentro hay una competencia: él tiene algo que yo no tengo. Y así comienza la competencia. Nos lleva a descartar a la gente, nos lleva a una guerra; una guerra doméstica, una guerra de vecindario, una guerra de lugares de trabajo. Pero precisamente en el origen está la semilla de una guerra: la envidia y los celos”.
La construcción de la paz
En estas palabras, si somos honestos con nosotros mismos, encontramos las raíces de la violencia y de muchos episodios de intolerancia y de odio contra quien es diferente de mí, que piensa en manera distinta. Hay que construir en la vida concreta, diaria, una cultura del encuentro que es la capacidad de reconocer en el otro la misma dignidad, con el cual es posible trabajar por el bien común. Hay que construir con el otro una empatía y no una natural antipatía. El encuentro ayuda también a vencer los propios prejuicios, las perspectivas mezquinas y miopes con las cuales a veces se juzga el mundo y la realidad. Abrirse al otro significa también vencer el miedo y comprobar que el encuentro es siempre enriquecedor, nada quita y tanto dona.
En esto vuelven para clarificar, las palabras de papa Francisco: “La cultura del encuentro entre hermanos y hermanas rompe con la cultura de la amenaza. Hace que cada encuentro sea una posibilidad y un don del generoso amor de Dios. Nos guía a ir más allá de los límites de nuestros estrechos horizontes, a aspirar siempre a vivir la fraternidad universal, como hijos del único Padre celestial.”
Aprender a soñar que solamente en el esfuerzo mancomunado, sin intereses ideológicos, en el amor gratuito, se puede vencer la cultura de la violencia que anida en todo corazón.