Francisco, nuestro amado Papa que las canta como las ve, le ha dado una nueva dimensión a la Iglesia en el marco del Concilio Vaticano II. Ha logrado, con su palabra y su ejemplo heroico, que la humanidad pueda ver la fe manifestada en la solidaridad con el pueblo en la lucha por la justicia, la verdad y la paz. Es una Iglesia que se atreve.
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No se trata de que el heroísmo y la solidaridad sean algo nunca visto en la Iglesia. El martirio de tantos santos, las historias sobre cómo la Iglesia ha acogido luchas y luchas a través de siglos, así lo atestiguan. Pero en el mundo actual se puso de moda la creencia de que la religión solo servía para “apaciguar” al pueblo, para convertir en sumisos a los esclavos. Nuestro amado Francisco nos ha sacado del letargo y ha provisto el espacio para que ese heroísmo humano/espiritual se pueda observar a simple vista.
En Puerto Rico tenemos un gran ejemplo: la Coalición Ecuménica e Interreligiosa, en la que están desde los obispos católicos hasta los jerarcas de prácticamente todas las denominaciones conocidas popularmente como protestantes. Ellos se han solidarizado con el país para reclamar que se cancele el contrato de la empresa que controla el sistema de distribución de energía eléctrica y se le devuelva al pueblo mediante la creación de una nueva compañía de electricidad como lo estamos reclamando junto al Colectivo Nacional “Todos Somos Pueblo” que tiene una amplia participación de líderes sociales y de todas las denominaciones religiosas del país. Hay que quitarse el sombrero ante una jerarquía religiosa que junto al pueblo, se atreve.
¿Nos atrevemos?
Pero el ejemplo de nuestro papa Francisco va mucho más lejos, más adentro. Nos invita a todos a pensar desde la interioridad del ser. ¿Nos atrevemos? ¿Cuál es nuestro llamado? Ese llamado que ha animado nuestras vidas… ¿Cuál es?
En mi caso particular, me ha hecho reflexionar sobre mis motivos, sobre por qué y para qué soy cura. El hermano Francisco, con su forma en que su seriedad y su profundidad se manifiestan de manera campechana, es algo que nos impregna. No es el sacerdote de los ropajes y las pompas, es el “cura que huele a oveja” y sencillamente usa los ornamentos ceremoniales cuando corresponde. Es el pastor que enfrenta hasta las amenazas de muerte porque camina dispuesto a entregar la vida por las ovejas. Hace que uno recuerde…
Me ha hecho mirar de nuevo el niño de una familia de campesinos arrimados en la tierra del gran señor, de un papá que tenía la paciencia de escuchar atento lo que decían los familiares y vecinos para aprender de ellos y luego devolver a sus seres queridos –desde hijos hasta todo el vecindario– los frutos de una cosecha que todos consideraban suya también. Me ha hecho recordar mis años en la escuela, cuando un maestro católico, comprometido con la lucha de los trabajadores y de la independencia para la patria, me llevó a reflexionar sobre lo que quería llegar a ser… y soñé con ser cura. Me ha hecho recordar a mis maestros de la Iglesia, los obispos puertorriqueños Rafael Grovas y Antulio Parrilla Bonilla, SJ, a monseñor Miguel Mendoza y al gran amigo y pastor mexicano, Don Sergio Méndez Arceo. ¡El papa Francisco me ha hecho pensar en tantas cosas!
Puerto Rico. Mi diócesis de Caguas. No merezco nada por ser cura. Es al revés, lo debo todo. Sobre todo, tengo una gran deuda con todos y me toca continuar el camino, asumiendo la tarea de la evangelización social y comunitaria; “cantando siempre la alegría de vivir”. Y gritaré con firmeza: “No renunciaré” porque Dios que liberó al de Israel de la esclavitud del imperio me ha elegido.