Construir fraternidad desde la Escuela, en contacto con niños, adolescentes y jóvenes, con educadores y padres, se convierte en reto y oportunidad cada día. Todo está cambiando, y la escuela se está acostumbrando a ejercer de laboratorio procedimental “con sentido”, con unos educadores que saben afrontar lo nuevo, con unos alumnos que nos ofrecen la oportunidad de “estar” y con unos padres que nos regalan su confianza.
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Pero eso sí, en medio de tanto cambio, sigue activa la preocupación por mantener viva la esencia de nuestro perfume, un perfume que hunde sus raíces en la fraternidad, confeccionado con el modo de proceder de Jesús de Nazaret, y que se convierte en bálsamo para todos aquellos que se arriesgan por hacer nacer la nueva escuela que todos estamos necesitando y esperando.
En este contexto, construir fraternidad se torna en obligación. Gracias a Dios, ya van quedando menos francotiradores que, con toda la buena voluntad, estaban dispuestos a ser salvadores entre las cuatro paredes de su clase o su habitación. Cada vez somos más quienes descubrimos que el famoso dicho que concluye en “Educa la tribu”, se convierte en desafío para todos, porque la tribu somos todos y, en nuestro hacer diario, nace la responsabilidad de seguir creando lazos todos los que nos sentimos enganchados a la misma Misión.
Nos toca transitar de forma creativa, caminos, en apariencia trillados por nuestra historia, pero con muchos aires de novedad. Nos toca alimentar con savia viva brotes envejecidos por los años, pero que están dispuestos a seguir dando frutos. Por eso es importante, que nos ayudemos a salir de nuestras seguridades, para tener el coraje de tomar decisiones juntos, que nos vinculen, no a nostalgias y apegos, sino a nuevos retos, que nos pongan en pista, para seguir dando respuesta a las llamadas que vienen del mundo y de la Iglesia, que se convierten en presencia de Dios hoy.
El partido se juega en lo cotidiano: en la clase, en el acompañamiento, en el café con un profe, en la reunión comunitaria, en la oración que rompe nuestros ritmos cotidianos para acoger a un grupo de jóvenes, que termina su reunión semanal justo a nuestra hora de cenar o en el paseo informal de dos Hermanos jubilados que deciden modificar su ruta.
Por tanto, la presencia y la acogida se convierte en sacramento de salvación para todos y en oportunidad para seguir haciendo crecer nuestra fraternidad. Una fraternidad que ya no se sostiene en grandes palabras o teorías que se transmiten, amarradas por grandes pensadores, sino que se enraíza en el contagio, en el cuerpo a cuerpo, en el vincular historias personales y, por supuesto, transitando itinerarios que provoquen encuentros en los muchos cruces existentes.
Oportunidades
Sin duda, cualquier obra educativa se convierte en oportunidad y lugar privilegiado para construir fraternidad. Por ello es importante hacer fraternidad desde lo que hacemos, no desde lo que nos gustaría hacer, que puede convertirse en frustración cotidiana o en insatisfacción circular, que inunda y ahoga, cualquier corazón sincero en búsqueda. El presente es tiempo de Dios, y desde las opciones del presente, como gran fábrica de sueños, como semillas de grandes árboles, seremos capaces de que vaya naciendo el futuro.
Construyamos desde el convencimiento de que estamos siendo signos proféticos del Reino con las personas que el Señor ha puesto en nuestro camino, que no hemos elegido, pero que se convierten en compañeros de camino. Construyamos nuestra fraternidad, la que el Espíritu nos inspire, la nueva, sí, pequeña… pero con una gran dosis de esperanza, que revela no un estado de perfección, sino un camino de felicidad.