En algunas conversaciones superficiales y otras no tanto, se dice que la mujer tiene el control de todo y es ella la que da todos los permisos.
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Nuestra sociedad se ha vuelto un tanto inmediatista y mediática. Todo lo pensamos y hacemos para ahora y desde el ahora y lo publicamos sin filtro ni consecuencias.
De ese modo creemos que nada se había inventado y vivido -menos- antes que nosotros, y que las culturas, como “hacedoras” de la sociedad, no tienen importancia.
Desde estos parámetros medimos la actuación del hombre y la mujer y el resultado no es otro que demacradas ideas insulsas, que llevan a un integrismo y posterior enfrentamiento sin sentido. Uno de los ejemplos es el título de este artículo: el permiso de la mujer. Es una visión que nada en la manipulación y la competencia. La mujer con un cetro de comando que, de un modo explícito o implícito, todo lo sabe y hace ¡y controla!. Veremos que esto, es verdad. Permítanse leerme hasta el final.
Actualmente hemos avanzado bastante en el diálogo a nivel de roles y funciones de la mujer y el varón como complementarios, como compañeros de humanidad. Se han cedido y tomado lugares, por ejemplo: la mujer en el campo del trabajo fuera de la casa y el varón en el trabajo dentro, el camino que en todos los tiempos han abierto las mujeres a pesar de contextos masculinizados, el actual reconocimiento de un “genio” femenino que crea y recrea. A esas conclusiones y muchas más, podemos llegar desde un estudio multidisciplinario que desarrollan entre otras la historia, la sociología, la sexología (no la genitalidad), la economía, la hermeneútica, la teología, la psicología, la educación.
En las religiones cristianas se nota a nivel jerárquico, un protagonismo claro de los varones desde hace 20 siglos. Sin embargo, al leer el Nuevo Testamento y particularmente el Evangelio, es innegable el lugar central que Jesús le da a la mujer tanto desde la escucha y el perdón [1], como así también del anuncio de la Buena Noticia[2].
El Sí de María
Yendo al comienzo del evangelio, Dios necesitó del Sí de María para habitar en este mundo. Una respuesta que se dio después de que María preguntara cómo sería esa encarnación y discerniera, guiada por la Gloria de Dios. ¡Dios necesitó del permiso de una mujer! ¡Quiso necesitar del permiso del sí de María!
Algunos pensadores banales dirán que es allí donde todo se echó a perder y desde entonces la situación es así. Otros, más consecuentes, se detendrán a ver y a estudiar los contextos. También a lo largo de la historia de la Iglesia encontramos grandes y buenas mujeres que han respondido a ese genio femenino. Nombro algunas conocidas: Sor Juana Inés de la Cruz, Edith Stein, Teresa de Jesús. Entonces acudiendo a la lógica, podemos preguntarnos ¿por qué no se “ve” a la mujer en la Iglesia? ¿Cuál es su protagonismo actual?. A la primera pregunta la respondería desde el ángulo que las religiones asumen una cultura; cultura que como la misma historia lo cuenta, es marcadamente varonista y verticalista. La segunda pregunta es más delicada. Personalmente, quisiera que las mujeres transitáramos y abriéramos más caminos, golpeáramos más puertas, nos apropiemos más de nuestros dones y tareas.
De igual modo, a nivel general, debemos considerar el insustituible protagonismo en la catequesis: con su sí al compromiso misionero la catequista engendra y acompaña hijos para Dios. Además, es importante la evolución y consideración de la mujer en el pensamiento y la reflexión teológica. Probablemente esto sea valioso porque se oculta (o no lo vemos).
La palabra permiso es de la misma familia que la palabra permitir. Permitir es dar permiso para realizar algo. El sí de María permite que Dios se haga hombre y su cuidado permite que crezca en tamaño y sabiduría. El sí de las catequistas y demás mujeres permiten el crecimiento del corazón de la Iglesia. ¿Por qué entonces sigue haciendo ruido hablar de permisos y permitidos? Creo que la respuesta se la debe dar cada uno auscultando sus paradigmas y creencias dentro del mismo Credo.
Ya finalizando, le pido a María que me permita tener su cercanía con Dios, también que me permita tener su coraje, su ser Iglesia en esa misma Iglesia que hoy dice que el rol de la mujer es insustituible, audaz y generador de vida. Después vendrán las discusiones (a las que me invito), sobre el servicio en los ministerios y la foto en los altares.
Precisamente, la mujer es la que tiene el permiso para generar y proteger la vida, no sólo físicamente, también con su hacer. En una guerra (no sólo con armas) pelean generalmente los hombres y con no menos riesgos, la mujer cura las heridas, busca consensos. Ése es el mejor permiso que da la mujer: el permiso a la vida, incluso la vida en la Iglesia.
Como decían nuestras abuelas, Dios no permita que nos olvidemos de este sagrado permiso. Permiso que guardamos en el corazón, como lo guardaba María.
[1] La mujer sorprendida en adulterio Jn. 8, 4-11.
[2] Aparición y mandato a María Magdalena Jn. 20,11-18.