Tribuna

El plan del papa Francisco para abrirse al cambio, por Pedro Barrado

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Tres ejes me parece que son los que estructuran y dan cuerpo a Un plan para resucitar, esta hermosa y necesaria meditación del papa Francisco –publicada en Vida Nueva– en estos duros tiempos que corren. Unos ejes que, como no podía ser de otra manera, tienen en la Palabra de Dios su fundamento último.



El primero de ellos es el de la determinación para hacer lo que hay que hacer, aun en medio de las circunstancias más adversas. Mejor dicho, precisamente en medio de esas adversas circunstancias. Las mujeres que acuden al sepulcro la mañana de Pascua, rodeadas de incertidumbre, angustia y dolor, aunque llenas también de amor por su Maestro, constituyen la mejor ilustración de esa actitud. En ellas encontramos un buen espejo en el que mirarnos.

Apertura al Misterio

El segundo eje es el de la apertura al Misterio. Eso significa que nuestra actuación –aun en medio de la noche– ha de estar abierta al cambio, es decir, a la esperanza: “El que dispersó a Israel lo reunirá, lo guardará como un pastor a su rebaño” (Jr 31,10). Es más, el creyente debe estar dispuesto a dejarse sorprender por la novedad que viene de un Dios capaz de hacer nuevas todas las cosas –como anunciaba el profeta Isaías (43,18) y el vidente de Patmos en el Apocalipsis (21,5)–, incluido el corazón humano.

El tercer eje tiene que ver, naturalmente, con la solidaridad con los otros –más aún, la fraternidad, como insta el Señor a Caín (Gn 4,9)– en esa tarea de transformación del mundo y la sociedad. Una transformación que, siguiendo el modo de actuar de Dios en la historia, no se manifiesta en el brillo del oropel y la alharaca, sino de una manera callada y paciente, como la actuación del Siervo de Yahvé que cantaba Isaías (42,2-3).

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Y una última cuestión. No me parece que sea casual la cita bíblica con la que se abre y se cierra el texto del Papa: precisamente, la del saludo del Resucitado a las mujeres que habían acudido al sepulcro en busca de un cadáver (Mt 28,9). Un saludo que consiste en una invitación a la alegría, que constituye probablemente la principal divisa del pontificado de Francisco.

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