Tribuna

El ‘plan para resucitar’ de Francisco frente al coronavirus: del gris al blanco

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En este momento nuestra vida gira en torno al Covid-19 y, queramos o no, toda reflexión lo tiene como escenario desde el cual proyectamos nuestra voz. En el breve espacio de dos días, esta publicación, Vida Nueva, recogía los datos del Barómetro Especial de Abril del CIS -centrémonos en el tema que tratamos y no en otros aspectos del mismo- en el que se nos dice que el número de creyentes se sitúa en el 61’2%, que es la cifra más baja de la historia y que recoge el sondeo hecho en plena Cuaresma. Al día siguiente de ofrecer este desolador dato, nos ofrecía, en exclusiva, un artículo escrito por Francisco para esta publicación, titulado ‘Un plan para resucitar’. Cuando lo leí, fue como situarme frente al gris –dato del CIS– y el blanco –artículo de Francisco–.



Con todas las reservas que la interpretación de las cifras requiere siempre, merecería un estudio detallado el contraste de las mismas. Porque llama la atención la cifra del CIS con las búsquedas de “Iglesia online” que, en el tiempo de Pascua, se han incrementado más de un 350%. Sería interesante un estudio desde la sociología de la religión que nos iluminara sobre esta realidad. En todo caso, se pone de manifiesto que, frente al descenso de creyentes, la búsqueda espiritual sigue creciendo. Creo que ya vamos teniendo bastantes pistas de por dónde tendrán que ir algunas reflexiones y algunos cambios en muchos temas eclesiales y religiosos. Porque en esto hay que crecer como en otros aspectos que nos ha puesto delante el Covid-19.

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Pero frente al desconcertante y gris mundo de las cifras del CIS y sus consecuencias, prevalece sobremanera el blanco del artículo de Francisco, ‘Un plan para resucitar’.  Ya el título invita a la esperanza y a una esperanza que incluye cuatro preguntas que hace Francisco de forma directa –como es él– que sacuden desde lo más hondo si pretendemos que nuestra vida se guíe por el evangelio.

Cambiar el mundo

La esperanza no enmascara la realidad y hay que admitir que ésta es dura. Sin embargo, esa esperanza es la que hace que, en este momento, muchas personas estén inmersas en labores calladas de laboratorio; otras han descubierto que el nosotros no es la suma de muchos “yo” sino la voluntad común de favorecer un cambio necesario a nivel social para que el mundo realmente sea mejor; hay periodistas contrastando información para ofrecer noticias veraces; hay músicos componiendo, escultores tallando, pintores pintando y escritores escribiendo porque esa es su contribución al cambio positivo y porque la belleza no es algo prescindible, al contrario, es necesaria; hay profesores, hay médicos, hay empleados de banca, sacerdotes, farmacéuticos, repartidores de butano, carniceros, fruteros, ingenieros, empleados de la limpieza, arquitectos, religiosos y religiosas, especialistas en protocolo, políticos, abuelos que resisten la soledad, nietos que les hacen dibujos; padres y madres que ayudan a sus hijos afrontar la muerte cercana… Todos están haciendo algo por cambiar el mundo, por aportar su poca o mucha contribución para que esta sea, de verdad, una primavera donde la brote la semilla de un cambio esperado, necesario y, ahora, imprescindible.

Cuando poco a poco vayamos poniendo de nuevo en marcha nuestras pueblos y ciudades, veremos realmente, las palparemos, las consecuencias con las que vamos a tener que convivir tras esta pandemia. Pero eso no significa que todo se vaya a quedar en el dolor, el sufrimiento, y la muerte de muchas personas. Quiero leer en el tiempo que estamos que la Pascua nos acompaña porque es Vida auténtica. Esa “pesantez” de la que habla Francisco en su artículo y que refleja toda la carga que conlleva el sufrimiento, no representa el final de la situación actual. Dios nos hizo para la vida, por eso, ninguna “pesantez” tiene la última palabra.

Compartir el dolor

Dice Francisco que “no podemos escribir la historia presente y futura de espaldas al sufrimiento de tantos”. Compartir ahora, luego, y espero que siempre el dolor ajeno, es y será la forma en que muchas personas sentirán que también ellas tienen esperanza porque no están solas, y que muchos de los miedos que se añaden al sufrimiento son sombras que desaparecen cuando asoma la luz en forma de palabra, abrazo o compañía.

Ese Espíritu que despierta la creatividad, según dice Francisco, va a ser ahora un valor en alza, no “Alguien” que está ahí, que sopla o ilumina pero a quien no hacemos caso. Habrá que afrontar situaciones que por conocidas no serán fáciles de solucionar porque su magnitud se va a multiplicar y ahí, precisamente, cuando nos sobrepase el estupor y el asombro, el miedo y la incapacidad de reacción, cuando no sepamos cómo gestionar la impotencia a la que nos vamos a enfrentar, estará el Espíritu siempre creativo, ilusionante, didáctico. Y los cristianos, donde nos toque estar, tendremos que ser como esos personajes del evangelio -casi todos sin nombre- que aceptan las palabras de Jesús, se fían, cambian y actúan en consecuencia.

Deberemos ser valientes y abandonar un cristianismo de respuestas establecidas por otro de preguntas -muchas veces sin respuestas aparentes-. Dice Francisco que “ojalá se revele el alma de nuestros pueblos, ese reservorio de esperanza, fe y caridad en la que fuimos engendrados y que, por tanto tiempo, hemos anestesiado o silenciado”. Es eso, no se trata de añadir más, sino de poner en marcha por convicción lo que un día se nos dio. Ser conscientes que lo de siempre ya no va a funcionar y que no vamos a resucitar solo los cincuenta días de Pascua; la resurrección la vamos a tener que extender en el tiempo porque vamos a necesitar la fuerza del Resucitado que, no olvidemos, resucita para todos, creyentes y no creyentes.

Vamos a tener que ser personas nuevas porque en ese plan para resucitar no cabe mirar al pasado -salvo para aprender a no repetir errores-; tenemos que ser capaces de experimentar una conversión profunda porque, como dice un amigo mío “el principal valor de tu vida es en lo que te conviertes”. Cada uno sabemos en qué consiste esa conversión. De momento, ¡alegrémonos porque Cristo ha resucitado! Y nosotros también con el blanco como color de la esperanza porque es luz. ¡Aleluya!