La noche antes del inicio de curso tiene siempre connotaciones especiales. En los más pequeños se aglutinan las emociones por el reencuentro con sus compañeros de clase. Los que rozan la adolescencia puede que no experimenten tanta ilusión, sobre todo al pensar en los futuros ‘madrugones’. En el caso de los padres, se produce un doble sentimiento de alivio –para algunos– por volver a tener la tranquilidad de que sus hijos estarán en el colegio gran parte del día, o de cierta angustia –sobre todo para los primerizos– por despegarse de sus tesoros más preciados durante tanto tiempo.
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El inicio de curso es, también, la época en que el ejército de élite de los abuelos vuelve a desplegarse para auxiliar a los padres en la tarea de cuidar, llevar y recoger a los nietos. Y nos quedan los otros grandes protagonistas: los profesores. Cada nuevo año escolar hay mucho que preparar, incertidumbres, imprevistos, cambios de última hora y, por todo ello, algún que otro dolor de cabeza. Pero, en una profesión tan vocacional como es la docencia, cada inicio de curso es una nueva oportunidad para revivir la ilusión de la primera vez.
Sensaciones perdidas
El primer día de clase vuelven las sensaciones perdidas durante el verano. Es momento de compartir experiencias de las vacaciones, de comparar quién ha dado el estirón más grande, quién está más moreno, si alguien ha repetido, ha cambiado de clase o de colegio. Nuevos profesores para algunos, nuevas materias para otros, la novedad de las tablets en sustitución de los libros de papel, algún niño nuevo, apuntarse al equipo de fútbol, baloncesto o balonmano, la vuelta al jolgorio del comedor, las preocupaciones por las fechas de la Primera Comunión, el inicio de la obsesión con la Selectividad y un largo etcétera.
Pero este año será diferente. Las medidas para evitar contagios por Covid-19 van a cambiar muchas cosas. Algunos países ya han retomado las clases presenciales y en España y algunos países de Latinoamérica se espera hacerlo en las próximas semanas. No podemos negar que va a ser algo extraño: mascarillas, normas de distanciamiento e higiene, no poder hacer tantas cosas que forman parte natural de lo que entendemos por educación.
Buena preparación
Precisamente por eso, porque van a ser muchas cosas las que no podamos hacer, es importante que, especialmente los educadores, preparemos bien todo aquello que sí vamos a poder hacer. Y uno de esos momentos especiales que viviremos será el reencuentro. Han sido muchos meses viéndonos a través de pantallas, escuchándonos por videoconferencia, en notas de voz o leyéndonos en trabajos.
Por eso, el primer momento de reencuentro presencial, aunque sea con mascarillas y distanciamiento, no puede ser ‘algo más’, tiene que ser especial. No vamos a poder ver las sonrisas en los rostros, sólo los ojos van a poder hablar. Y, a pesar de estas limitaciones, hay mucho que contar y encontraremos la manera de hacerlo.
Un guía y referente
Es bueno que preparemos ese momento, ese reencuentro cara a cara: tú delante de tus alumnos, tus alumnos delante de ti. Piensa en cuáles van a ser tus primeras palabras hacia ellos, piensa en todo lo que has vivido y han vivido, piensa que no sólo va a ser importante lo que les tengas que contar sobre tu materia o sobre el curso que inician. Piensa que eres educador, una guía para ellos, un referente y que, en ese momento, eres alguien muy importante para sus vidas.
Por eso, esas primeras palabras del primer día de clase no pueden ser unas palabras cualquiera. Esas palabras van a representar lo que significa educar para la vida, aquello a lo que tantas veces aludimos como educación integral, acompañar, educar la mente y el corazón. Esas palabras pueden representar lo más profundo de tu vocación como educador. No va a ser un primer día de clase normal, por eso, conviértelo en un primer día de clase muy especial.