La fotografía del padre se ha desvanecido. Al menos dos generaciones de hijos, quizás tres, han tenido que abrir mucho los ojos para reconocer su perfil, en un traje demasiado ajustado o demasiado holgado, casi nunca adecuado y muchas veces incómodo, del “padre evaporado”.
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Cuando Jacques Lacan en el París de sus hijos rebeldes, contra cualquier autoridad paternalista, hablaba de “la evaporación del padre”, expresión popularizada también en Italia por Massimo Recalcati, todavía estamos en los accidentados y revolucionarios años sesenta. Por aquel entonces, Mauro Magatti era un niño en pantalones cortos y en la escuela primaria. Graduado en Disciplinas Económicas y Sociales por Bocconi, PhD. en Ciencias Sociales en Canterbury, ahora es profesor titular en la Universidad Católica de Milán. Sociólogo, economista y columnista del Corriere della Sera y Avvenire, durante trece años ha dirigido el Centro Arc (Anthropology of Religion and Cultural Change), un laboratorio de ideas que se ha centrado precisamente en la línea de la “generatividad social”, un concepto psicológica y filosóficamente bien fundado hasta el punto de emanciparse de la mera dimensión biológica de la existencia y de su estricto determinismo.
Para Magatti, sobre todo en esta época, nos encontramos recorriendo una nueva curva en el largo camino de la historia de la libertad: “La conquistada tras los cambios provocados por la década de los 60 fue una libertad de tipo adolescente, ni podría ser de otra manera”. Pero es en el paso de la adolescencia a la etapa adulta donde “se ubica la encrucijada entre el estancamiento y la generatividad”.
El mismo surgimiento de una dimensión social “generativa” indica que, afortunadamente, la profecía de Lacan solo se cumplió parcialmente. Si las protestas juveniles del 68 derriban la autoridad simbólica del padre en la vida de la familia y en la de la sociedad, imaginaba el psicoanalista francés, se llenará el vacío dejado por la desaparición de la Ley y la decadencia de la autoridad por el fetichismo de los bienes. Es decir, triunfará la sociedad de consumo y sus habitantes homologados, esto es, los consumidores. “El mundo del consumismo en el que estamos inmersos no se puede superar con un discurso moralista”, prosigue Magatti, “sino con la construcción de otro pulmón que genere sentido”.
Y aquí volvemos a la cuestión del padre: “Su figura, su código afectivo está naturalmente afectado por los cambios sociales y sobre todo los cambios internos de la estructura familiar. El padre de la tradición, como recordará, está desaparecido desde hace mucho tiempo. Sin embargo, en esta transformación, que ciertamente tiene elementos de debilidad, no creo que haya tenido lugar una “evaporación” completa. Hay posibilidades de construir una identidad más armoniosa, tanto por los tintes emocionales que el padre puede poner en juego, como por su renovado lugar en el entorno social”.
Generar, por tanto, no es solo una acción biológica: es un acto social y simbólico que abre nuevos caminos. “Estamos hechos para comenzar”, dijo Hannah Arendt. Lo sabe bien cualquiera que sea padre de siete hijos, entre biológicos y adoptivos, “de tres colores distintos”, como dicen en ocasiones Mauro y su esposa Chiara Giaccardi. Un padre y una madre, un “progenitor”, “no solo trae al mundo, sino que también asume la tarea de cuidar de lo que ha generado, una organización o una familia”. Y en un momento dado debe dejarla ir, sin transformarla en objeto de posesión y, por tanto, una vez más de consumo personal.
Tecnociencia sin límites
Al otro lado de la mesa de la cocina –y en particular hacia la figura masculina de referencia–, recuerda a otro gran psicoanalista como Luigi Zoja, un hijo sensible advierte que es el padre quien lo ha elegido. Antes y más que los que lo generaron. Es decir, el padre siempre es cultural. El natural, para un hijo, no es suficiente: en cualquier caso, debe buscar al padre. Se trata de una investigación que presenta implicaciones aún más complejas cuando la posibilidad de generar biológicamente se emancipa de la pareja hombre-mujer, haciendo superfluo el primer elemento. La tecnociencia ya no pone límites a la maternidad a través de la “subrogación” del padre, y esto solo puede tener un impacto en la paternidad.
Mauro Magatti ha explorado profundamente en su investigación la cuestión de la técnica y su poder. “La gestación subrogada del padre posibilitada por la biotecnología es una gran provocación para el género masculino”, afirma. “Tanto es así que hoy en día, en una visión distópica, es más probable hipotetizar la desaparición del hombre y no la de la mujer de la faz de la Tierra. Una inversión de poder registrada por el subconsciente colectivo: el hombre no está destinado a desaparecer, creo y espero, pero al padre se le arrebatará el lugar el que había estado ocupado durante miles de años”.
Magatti asegura que esta sensación de ausencia, de vacío, por otro lado, está induciendo lentamente a hombres y mujeres, a pesar del momento difícil por el que atraviesa la familia, “a una redefinición de los roles parentales en términos de mayor corresponsabilidad”. El concepto de generatividad es también “el hijo de esta pérdida de identidad de la imagen del padre-amo y de la madre como figura dedicada exclusivamente al cuidado”. En definitiva, hay “una renegociación dentro de la pareja que lleva al hombre a darse cuenta de que si quiere ser padre debe apostar con su paternidad y no vivirla por la simple oposición de roles”.
La paternidad es una decisión que también requiere de adopción. Así lo muestra Zoja y su El gesto de Héctor, el héroe griego que, a diferencia de Aquiles, es capaz de quitarse la armadura de padre-amo-guerrero y abrazar a Astianacte desarmado. Al mismo tiempo, continúa Magatti, “incluso para las mujeres que hoy ya pueden dar a luz a un hijo sin un hombre, es necesaria una posterior y consecuente elaboración de la paternidad, ya que, por razones de carne el vínculo entre una madre y su hijo es siempre más visceral y “no mediado”, como ocurre en la concepción a través de un intermediario”.
Existe una mayor adhesión en la mente femenina al concepto de generación como hecho de sangre y de vientre materno. Pero la generación, en su sentido más amplio, continúa Magatti, “es el vínculo entre la vida y la muerte y, por lo tanto, se ‘genera’ completamente cuando se acepta la alteridad del hijo que puede así recuperar un vínculo que no lo asfixia y no lo mata”. Y esto vale para todo tipo de capacidades generativas no biológicas, no solo para las experiencias adoptivas: “Los lazos generativos se extienden a la relación entre un profesor y sus alumnos, a los jóvenes en general, a los compañeros de oficina, a una empresa o una asociación de voluntariado”.
Útero de alquiler
La dinámica generativa es, por tanto, cada vez más amplia: “Si entendemos esto, –volviendo al tema de la gestación subrogada–, se entiende que la generación de un hijo no tiene la lógica del producto. La misma matriz del consumo es inherente a la semántica de la expresión “útero de alquiler”. En cuanto se potencia este tipo de dinámica generativa extendida, se abre inmediatamente el camino para una sociedad, o más bien para una humanidad que no se convierte en esclava del dominio de la tecnología”.
Dicha técnica, entre los efectos colaterales de su poder homologador en la construcción del espacio social, tiene también el de aniquilar los llamados “ritos de paso”. Durante siglos han sido un lugar y un tiempo simbólico presidido por la figura paterna y su código afectivo: el padre es “el que acompaña” para “dejar que el niño camine solo” en las etapas de la vida. “Hoy, el mundo es muy pobre en símbolos tal y como señala el filósofo Byung Chul Han. Los datos y la información no poseen ninguna fuerza simbólica, por lo que no permiten el reconocimiento”.
Y en este vacío simbólico se pierden aquellas imágenes y metáforas capaces de dar fundamento al sentido y a la comunidad y que dan estabilidad a la vida. “Los ritos de paso como el bautismo o el matrimonio se convirtieron en una quimera para los jóvenes de hoy. Permitieron a los hijos e hijas y a los padres elaborar ese vínculo entre la vida y la muerte del que hablábamos antes. Se ha profundizado muy poco sobre su desaparición, un hecho gravísimo, y los efectos en la construcción de sentido a lo largo de la existencia”, explica Magatti.
Rituales estabilizadores
En una sociedad, las acciones simbólicas transmiten y representan aquellos valores y sistemas que sustentan a una comunidad, mientras que hoy “todo parece estar puesto sobre los hombros de la vida individual. Entre otras cosas, –observa Magatti–, creo que en la base de muchas experiencias de conflicto en las parejas o en la sociedad está precisamente esa falta de relación, de vínculos que estructuran. Me parece que una consecuencia de este aislamiento por “la ausencia de rituales estabilizadores” puede ser también ese trasfondo de depresión que se puede vislumbrar en tantos jóvenes que no quieren salir de casa y tomar la vida como es”, con sus contradicciones y sus oportunidades.
En definitiva, en una sociedad cada vez más “líquida”, donde los pasajes se nublan y las referencias se atomizan, entra en juego una mayor conciencia de la paternidad entendida como corresponsabilidad. Incluso cuando mamá y papá rompan, sin dejar de sentirse y ser padres también. A menudo, de hecho, son precisamente los niños los que, a medida que crecen, devuelven “la generatividad” de este vínculo: “Para nosotros, de hecho, (y el “nosotros” en este caso significa Mauro Magatti y Chiara Giaccardi), los más bonito es ver cómo se han fortalecido los lazos entre nuestros hijos, a pesar de lo distinto de sus nacimientos. Incluso en aquellas relaciones entre ellos que a veces tienden a aislarnos”. Al fin y al cabo y, sobre todo, piensa Mauro, “el mejor regalo para nuestra familia es ver cómo nuestros hijos han aprendido a amarse”.
*Artículo original publicado en el número de diciembre de 2021 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva